Empieza a ser algo recurrente: uno escucha una comparecencia de Pedro Sánchez y, a partir de cierto punto, se pregunta a quién puede estar dirigida. O, por ser más precisos, a qué tipo de votante pretende persuadir o tranquilizar el argumentario que ha sacado a paseo en esta ocasión. La semana pasada, sin ir más lejos, el presidente respondió a la polémica provocada por el caso Salazar insistiendo en que «el feminismo nos da lecciones», lecciones que él dice asumir con humildad. Y uno se pregunta en quién piensan los guionistas de la Moncloa cuando preparan ese mensaje. El presidente del Gobierno pretendidamente más feminista de la Historia estaría admitiendo que, hasta hace unas semanas, no sabía que no se deben obviar o incluso tratar de enterrar las denuncias de acoso sexual. ¿Quién se supone que debía quedarse tranquilo tras escuchar aquello?
La comparecencia de Sánchez del lunes, sin embargo, no daba pie a este tipo de dudas. Estaba claro que su discurso solo podía ir dirigido a votantes que llevan un par de semanas sin abrir un periódico, sin escuchar la radio, sin asomarse a la tele (o solo a una cadena muy concreta), sin entrar en las redes sociales y sin leer siquiera los mensajes de sus grupos de WhatsApp. Solo así se entiende que Sánchez sostuviera que «la corrupción sistémica, aquella que afectaba a todo el sistema democrático en nuestro país, acabó con la salida del Partido Popular del Gobierno de España en el año 2018». Porque si algo está quedando patente con la sucesión de informes, detenciones y registros de las últimas semanas es que la corrupción no fue desterrada de nuestro sistema en 2018. La sustitución del Partido Popular por el PSOE y sus socios solo dio pie a que nuevos grupos aprovecharan los resortes del poder para enriquecerse de forma fraudulenta. Y no hablamos de casos que afecten a cargos menores, a ministerios marginales, a agrupaciones minoritarias. En las distintas investigaciones están implicados, por lo pronto, un ministro de Fomento, un secretario de Organización del PSOE y un ex presidente de la SEPI; esto por no hablar de varios ministerios y empresas públicas. ¿Este tipo de tramas no contarían como «corrupción sistémica»?
La realidad va superando la capacidad de Moncloa de producir fantasmagorías discursivas, incluso si el fin de estas ya no es convencer ni marcar la conversación pública, sino solo salir del paso. Los propios argumentarios invocan aquello que pretenden ahuyentar. Hasta cuesta escuchar a Sánchez reivindicar «lo público» sin pensar en el muy particular beneficio que habrían ido obteniendo en los últimos años varias personas que le debían el puesto. Y así, uno vuelve a la idea que puede tener un Gobierno de los votantes a los que se dirigen estos mensajes. Es posible que muchos hayan pasado unas semanas desconectados de las noticias, pero cuesta pensar que vayan a seguir en un apagón informativo autoinducido hasta 2027. Aunque es cierto -al César lo que es del César- que hasta ahora toda la carrera de Sánchez se ha basado en una hipótesis muy definida sobre lo que sus votantes querían escuchar. Y también sobre lo que podían aceptar. Pronto iremos viendo si esa hipótesis sigue siendo acertada.