Tengo un joven amigo centrista que sigue con fruición cualquier atisbo de renacimiento de Ciudadanos por leve que sea. Su esperanza era que este domingo compitieran en coalición con los regionalistas de Juntos por Extremadura y que obtuvieran representación en el parlamento de Mérida.
Eso hubiera podido generar un efecto dominó que hiciera resurgir a los naranjas en Castilla y León y quién sabe si en Aragón y Andalucía, alimentando la expectativa de Miriam González de concurrir a las generales con la marca de Ciudadanos o con otra nueva.
La frustración por lo que pudo haber sido y no fue en abril de 2019, cuando un Sánchez que se las daba de socialdemócrata y el partido de Albert Rivera sumaron 180 escaños, sigue impregnando el estado de ánimo de esa minoría regeneracionista que cree que ni el PSOE ni el PP cambiarán nunca las reglas del juego para combatir a fondo la corrupción.
Cabe el debate de si Rivera fue clarividente cuando habló de la “banda” de Sánchez antes que nadie en el Congreso o si, más bien, su negativa a pactar un gobierno de coalición a cambio de reformas estructurales supuso un semáforo en verde para la radicalización y corrupción del sanchismo.
Por desgracia, ya no estamos en esa pantalla, sino mucho peor que entonces. Especialmente desde que Sánchez se aferró al poder mediante pactos espurios con los separatistas, tras quedar segundo en votos y escaños en las generales del 23.
De hecho, si el nuevo ciclo electoral que hoy comienza en Extremadura es, a mi entender, el más importante de nuestro medio siglo de democracia, es porque va a suponer la última oportunidad —para mi generación y quien sabe si para la de mi joven amigo centrista— de revertir los desmanes perpetrados por el sanchismo.
Ilustración de Sánchez siendo atendido por Abascal en un hospital. Javier Muñoz
Si al cabo de las elecciones autonómicas que van a ir espaciándose en los próximos meses y de las generales que tendrán lugar a continuación Sánchez consiguiera perpetuarse en el poder, nuestro modelo de democracia amparado por la Constitución entraría en barrena de forma inexorable.
Sólo le avalan los antecedentes. Será la décimo cuarta vez que un presidente en ejercicio tratará de aferrarse al poder, con sólo un fracaso hasta el momento: la “amarga victoria” de Aznar sobre González en el 96.
Si del 12-1 pasáramos al 13-1, tal vez nunca más viviríamos una alternancia que no fuera fruto de la renuncia de Sánchez.
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No es una exageración porque entre funcionarios, pensionistas, parados, nacionalizados y subsidiados pronto habrá más votantes que dependan del Estado que del sector privado y eso supondrá establecer un modelo clientelar como el que arruinó la Argentina.
Pronto, el modelo de crecimiento del PIB nominal basado en la importación masiva de mano de obra poco cualificada, sin incrementar ni el parque de vivienda, ni la red hospitalaria ni los demás servicios, desembocará en un colapso social. Y los pirómanos ejercerán como únicos bomberos con más demagogia fiscal.
Pronto, el final de los fondos europeos, sin apenas efecto sobre nuestro jibarizado tejido industrial, y el desmedido endeudamiento del Estado generará una crisis en las finanzas públicas que pinchará la burbuja y provocará ajustes del gasto a costa del Estado del bienestar. Seguro que la culpa será de los bancos, las eléctricas y la sanidad privada.
Pronto, las concesiones acumuladas a Cataluña y el País Vasco en materia de financiación y estructuras de Estado reavivarán las tensiones territoriales y pondrán el modelo autonómico contra las cuerdas del cantonalismo. La unidad nacional pasará a ser una apolillada quimera.
Las concesiones acumuladas a Cataluña y el País Vasco en materia de financiación y estructuras de Estado reavivarán las tensiones territoriales y pondrán el modelo autonómico contra las cuerdas del cantonalismo.
Pronto, la colonización de los organismos de teórico control social del poder, la manipulación de los medios públicos y la ofensiva contra la independencia judicial dejarán a la sociedad inerme frente a la corrupción y los abusos.
Pronto, el revisionismo del “modelo del 78” provocará tal erosión en las instituciones que ni la Corona quedará a salvo de esa mutación constitucional que Sánchez ya ha ido deslizando en reuniones de la Ejecutiva del PSOE.
Pronto, el alejamiento de las posiciones de Sánchez del consenso europeo en asuntos tan relevantes como la inmigración, la transición energética o las relaciones con Israel, nos convertirá en un simple peón de los intereses chinos y rusos.
Pronto, la polarización estimulada por todos y cada uno de los actos del Gobierno, nos arrastrará hacia niveles de confrontación social propios del largo ciclo histórico de nuestras guerras civiles, que ingenuamente dábamos por superado.
La sociedad española no va a tener una segunda bala. Es ahora o nunca. Y este ahora empieza hoy en Extremadura.
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Con veinticinco millones de usuarios y seguidores en redes sociales —incluido casi medio millón de extremeños— es difícil lanzar desde EL ESPAÑOL un mensaje unívoco. Pero como periodista comprometido con la defensa de la libertad tengo la obligación de trasladar esta reflexión a los lectores.
Quienes compartan mi diagnóstico de que evitar la perpetuación de Sánchez 13 años en el poder, como pretende ahora, es la gran prioridad nacional, deben actuar en consecuencia. Eso significa que no se trata de votar lo que a cada uno le gustaría, sino lo más convenientede cara a ese objetivo.
Quienes compartan mi diagnóstico de que evitar la perpetuación de Sánchez 13 años en el poder, como pretende ahora, es la gran prioridad nacional, deben actuar en consecuencia.
Del adversario el consejo. Reproduzco y hago mío el planteamiento de Tomás Gómez, antiguo líder de los socialistas madrileños, en la entrevista de la semana pasada en nuestro periódico:
“No soy de derechas, ni lo seré nunca… Pero los votantes de derechas, si realmente lo que quieren es que en España haya un cambio de gobierno, si realmente creen que Pedro Sánchez está haciendo un daño irreparable a este país, lo que tienen que hacer es anteponer su amor a la patria, su amor al país, los intereses del país, y dejar de dividir el voto”.
Y enseguida precisaba lo que quería decir con ese principio abstracto:
“Cada vez que va un voto a Vox, hay un voto en la izquierda que se siente preso para seguir votando a Pedro Sánchez, porque Vox le genera un rechazo tremendo”.
Podrá parecer justo o injusto, proporcionado o desmesurado en un país en el que hemos tenido de vicepresidente a Pablo Iglesias y de ministras a Irene Montero y Ione Belarra. Pero nadie podrá negar que eso es real.
El miedo a la ultraderecha es el único factor que moviliza a los votantes de izquierdas y puede dejar en casa a una parte de los de centro. Por eso Feijóo se quedó con dos palmos de narices en julio del 23 y por eso Sánchez convirtió el “muro”, como un nuevo “no pasarán”, en el leit motiv de su investidura.
Desde entonces la estrategia de su descomunal máquina de propaganda se resume en poner todos los focos sobre las bravuconadas de Vox y sus adláteres y presentar al PP como parte políticamente indisociable e ideológicamente gregaria de un mismo tándem.
Bastó escucharle este viernes en el mitin de clausura de la campaña en Villanueva de la Serena, elevando a Abascal a la categoría de principal adversario —“vamos a ganarle a él”— y refiriéndose a Feijóo como una especie de sumiso adlátere de Vox.
Nadie diría que el PP triplica en número de escaños a Vox en los sondeos que le son más desfavorables. Pero está claro que Sánchez necesita generar una profecía autocumplida en torno a Abascal y que si le da tanto protagonismo es para que esa distancia se acorte.
El miedo a la ultraderecha es el único factor que moviliza a los votantes de izquierdas y puede dejar en casa a una parte de los de centro.
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La mejor prueba de que esta confrontación con la ultraderecha ampara cualquier desfachatez es el desparpajo con que Sánchez proclamó en ese mitin la pasión de los extremeños por la “música”. Ofreciéndoles a la vez al primer cabeza de cartel procesado de la historia. Un dirigente que se sentará en el banquillo precisamente por inventar una plaza de coordinador de conservatorios para su hermano.
¿Qué tipo de concierto es este?
La confluencia de la corrupción, los episodios de acoso y las concesiones a sus socios han desprestigiado tanto al PSOE y a su líder que su objetivo ya no es la victoria, sino que el PP gane con el menor margen posible. Y para eso necesita que Vox crezca.
Abascal y Sánchez mantienen una sociedad de auxilios mutuos equivalente a la del enfermero que trasfunde sangre y otros fluidos vitales a un paciente poderoso que puede hacerle medrar en el hospital.
Su confrontación es en el fondo una pamema. En Moncloa saben muy bien que cada voto de más que reciba Vox añadirá otra hora de vida a la carrera política de Sánchez. Preferiblemente como jefe de Gobierno, pero en el peor de los pasos como líder de la oposición.
En Extremadura se disputa hoy la primera etapa de una vuelta ciclista que dictaminará si Feijóo tiene una expectativa razonable de gobernar en solitario, aunque no llegue a la mayoría absoluta.
Es decir, si el PP suma más escaños que todas las fuerzas a su izquierda juntas y puede bastarle con la abstención de Vox tanto para la investidura como para gobernar sin hipotecas.
Eso es lo que en realidad busca hoy Guardiola y lo que tratarán de conseguir Azcón en febrero en Aragón y Mañueco en marzo en Castilla y León. Es cierto que, como ha ocurrido en esta última comunidad, Vox puede votar a veces con el PSOE, pero si lo hiciera de forma habitual terminaría suicidándose.
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Los hechos han demostrado que Abascal y los suyos prefieren no desempeñar ningún papel útil para sus electores, con tal de preservar una expectativa de pureza revolucionaria que les sirva de palanca para la conquista del poder en el gobierno del Estado.
Los hechos han demostrado que Abascal y los suyos prefieren no desempeñar ningún papel útil para sus electores, con tal de preservar una expectativa de pureza revolucionaria.
Por eso abandonaron los ejecutivos autonómicos en cuanto tuvieron un pretexto y evitaron mojarse con la dana o quemarse con los incendios forestales.
Doce años después de su fundación Vox sigue siendo un partido estéril e inmaduro que mantiene el culto a la personalidad del líder mediante purgas sucesivas y somete a sus militantes, empezando por los jóvenes de Revuelta, a un régimen de semicautividad propio de las crías del numbat u otros marsupiales.
Abascal combina los errores estratégicos de Albert Rivera, las fantasías rupturistas de Pablo Iglesias y los malos modales de Óscar Puente. Por eso da plantón a la Corona hasta en la Fiesta Nacional y el día de la Constitución.
Créanme, no nos estamos perdiendo nada.
Pero de la misma manera que estoy convencido de que mi joven amigo centrista y en general todos los liberales que desearíamos contar con un partido más afín a nuestra ideología acudiremos a votar con la cabeza, cuando y donde nos toque, dudo que los más exaltados seguidores de Vox dejen de hacerlo con las tripas.
De ahí que sea tan importante el boca a boca en el seno de la derecha española. Quien tenga un amigo o conocido en Extremadura con propensión a votar a Vox, a lo mejor todavía llega a tiempo de impedir que se equivoque.
Por si faltara un argumento a nivel nacional, no hay más que ver en todos los sondeos cómo los votantes de Sumar y Podemos están desplazándose hacia el PSOE para tratar de taponar su hemorragia, manteniéndole en un suelo por encima del 25%.
Es la hora del voto útil.
Y a eso creo que se refería, sobre todo, Aznar cuando dijo aquello tan elemental que escoció tanto: “El que pueda hacer que haga”.
Hay muchos más españoles con capacidad de influir en los votantes de Vox que jueces, policías o periodistas. Por algo decía Azaña que “nosotros somos nuestra patria”.