La decisión de Sánchez de fortificarse en La Moncloa está abriendo una profunda grieta entre el Gobierno -reducido al último búnker del sanchismo- y unas direcciones territoriales del PSOE que empiezan a asumir que, de su mano, el destino que les aguarda es la insignificancia. Ya no es solo un Gobierno sin mayoría parlamentaria, sinmo que empieza a ser un Gobierno sin partido.
Desde la debacle en Extremadura, el socialismo emite señales de distanciamiento con Sánchez. Se resquebraja entre los suyos la idea de que la victoria en las próximas generales es posible y sueltan lastre. Muy ilustrativo es el requiebro catalán de Illa, teórico sanchista entre los sanchistas, al levantar por primera vez un cortafuego: «el PSC y el PSOE son partidos diferentes; la corrupción no nos salpicará».
Una de las lecturas más perjudiciales para Sánchez de los resultados del domingo es el fracaso de su estrategia de favorecer el crecimiento de Vox, presentándolo como su principal adversario con el fin de dividir a la derecha española y reventar al PP. La realidad extremeña ha demostrado que Vox crece captando votos de los dos partidos sistémicos. Más Abascal, pues, no significa más Sánchez. El presidente se equivocó al interpretar el auge de Vox solo en clave española, cuando es inseparable de la irrupción internacional de la nueva derecha radical y antisistema. Obvió que Le Pen en Francia ha enviado a la UCI tanto a la derecha tradicional gaullista como al Partido Socialista; también que, en el Reino Unido, Farage está castigando tanto al Partido Conservador como al Laborista.
El PP también se equivoca al leer a Vox solo en clave española. El dilema de Guardiola en Extremadura -pactar o no con Abascal después de haberlo demonizado- muestra a escala reducida el problema existencial que tiene el PP en España: Feijóo lo necesita para acabar con el sanchismo pero, a la vez, puede suponer su perdición. De hecho, ese es el objetivo confeso de Vox: reemplazar al PP, algo que no casa con aupar y consolidar en el poder a Feijóo. Como también es uno de los objetivos de Vox, dentro de la corriente de la nueva derecha radical occidental, someter a la democracia liberal y sus instituciones para adaptarlas a la nueva autocracia que impulsan Trump y Orban. No es un partido de reforma sino de demolición.
Precisamente, el PP puede encontrar en el extranjero un modelo para contrarrestar a Vox: la italiana Meloni se ha consolidado como primera ministra y uno de los referentes de la Unión Europea mediante una síntesis de la derecha tradicional y la nueva derecha radical. Esto le ha permitido desactivar en la política doméstica a su rival Salvini -antaño gran amigo de Abascal y con quien comparte agenda húngara- y mantener a Italia dentro del consenso europeo.
Meloni combina un discurso populista que conecta emocionalmente con las clases medias y populares, que demandan mayor dureza en inmigración, seguridad y defensa de los valores conservadores, con la aplicación de políticas pragmáticas y respetuosas con el marco europeo. Un postpopulismo para contrarrestar al populismo antisistema que puede y debe servir al PP como guía en su encrucijada con Vox.