“Parece que hoy no hay otros futuros posibles y que nuestra vida depende de espacios equivalentes al feudo en la edad media, que son las redes sociales. Hace unas semanas, estos multimillonarios se sientan con Trump y en su discurso lo que hacen pensar es que el futuro ya no es lo que propone la ciencia ficción, sino lo que está ocurriendo en el Silicon Valley. Pero yo creo que la ciencia ficción situada en otras geografías intenta interferir o hackear ese futuro, pensando en otros horizontes”, defiende.
Recibe en tu correo lo más relevante sobre innovación e inteligencia artificial con el newsletter de WIRED en español.ArrowAsí fue como Nieva comenzó con la ciencia ficción, planteándose que era posible escribir este tipo de historias desde su propio contexto, fuera de Estados Unidos. “Todos tenemos una experiencia tecnológica, que parte de otros archivos culturales. A mí me interesó construir esa experiencia de la tecnología de Sudamérica que está más conectada a la violencia política, al saqueo de recursos naturales o a la colonización”.
Su escritura es una amalgama que sabe a metal ácido y plantea escenarios repulsivos, discordantes, que pueden encontrarse de alguna forma en la realidad. Este año se reeditaron dos de sus primeros proyectos editoriales en Ficciones gauchopunks (Caja Negra), lo que significa un rescate para quien todavía se cuestiona la relación entre el humano y la tecnología, o pone en duda su infalibilidad.
La historia del “gaucho robot” es, al final o al principio, el estrépito en un suelo que se muestra aparentemente sin mugre, pero que por dentro ya se resquebrajó. “Despojado de su maquillaje, la única persona, el narrador, comprendió que Chuma [un androide o gauchoide] era un simulacro grotesco, un muñeco sin alma animado, apenas, por electricidad”. La pregunta phildickiana permanece: ¿Puede soñar un cerebro de plástico?