Europa se enfrenta a una decisión que va mucho más allá de una discusión contable y que define su credibilidad estratégica: qué hacer con los más de 210.000 millones de euros de activos rusos congelados desde el inicio de la invasión de Ucrania. El problema es doble, porque no va solo de cifras, sino de lo que viene después de activar la operación.
La encrucijada europea. Sí, porque la cuestión no es solo si ese dinero debe usarse para sostener a Kiev en un momento crítico, sino si la Unión Europea es capaz de asumir los riesgos políticos, legales y económicos que conlleva hacerlo.
Mientras Washington presiona para una salida rápida al conflicto y reduce su apoyo financiero, Bruselas se encuentra atrapada entre la urgencia de evitar una derrota ucraniana y el temor a desencadenar una represalia rusa que golpee directamente a varios de sus Estados miembros.
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Putin a las claras. Las declaraciones esta semana de Vladimir Putin, cargadas de desprecio hacia las élites europeas y de confianza en una guerra prolongada, no son simple retórica. Moscú deja claro que no contempla concesiones reales y que considera el uso de sus activos congelados como un robo que exige respuesta.
Esa respuesta no sería simbólica, sino quirúrgica: incautaciones selectivas, nacionalizaciones aceleradas, litigios interminables y el uso del sistema financiero ruso como arma. El mensaje, a priori, es inequívoco: si Europa cruza la línea, Rusia no solo castigará a Ucrania en el campo de batalla, sino a los países europeos que aún tienen intereses económicos expuestos dentro de su territorio.
El verdadero bloqueo. Recordaba esta mañana el Financial Times el quid de toda la situación. Aunque el debate se presenta como una pugna entre halcones y prudentes, el bloqueo real procede de un puñado de países concretos, con Bélgica, Italia y Austria a la cabeza. No es una cuestión ideológica, sino de vulnerabilidad directa.
Bélgica alberga Euroclear, el depósito que custodia la mayor parte de los activos rusos congelados, y teme convertirse en el primer objetivo de represalias judiciales y económicas. Italia y Austria, por su parte, mantienen bancos y empresas con miles de millones atrapados en Rusia, beneficios incluidos, que no pueden repatriar. Para estos países, autorizar el uso del dinero ruso no es una decisión abstracta de política exterior, sino un riesgo inmediato para sus sistemas financieros y corporativos.
Las cuentas tipo C: el as de Moscú. En el centro de este temor se encuentran las llamadas cuentas tipo C, el mecanismo creado por Moscú para retener dividendos, intereses y activos de empresas occidentales. Ese dinero, formalmente propiedad de compañías europeas y estadounidenses, está bajo control ruso y puede ser congelado, redistribuido o directamente transferido al presupuesto del Estado con un simple decreto.
Para el Kremlin, estas cuentas son una herramienta de represalia rápida y eficaz, muy superior en agilidad a los lentos procesos judiciales occidentales. Para Europa, son una cadena invisible que ata a gobiernos enteros a la hora de tomar decisiones estratégicas, porque cualquier paso en falso puede traducirse en miles de millones perdidos y en crisis políticas internas.
Alemania empuja, Europa duda. Alemania se ha convertido en el principal motor político del plan para usar los activos rusos, convencida de que sin ese dinero no hay forma realista de sostener a Ucrania otros dos años sin disparar la deuda europea o depender de unanimidades imposibles.
Berlín insiste en que el riesgo debe repartirse entre todos y que no actuar enviaría una señal devastadora: Europa no es capaz de defender su propia seguridad. Sin embargo, esa lógica choca con la realidad de países que sienten que el riesgo no está repartido, sino concentrado en sus balances nacionales, sus bancos y sus tribunales.
Una (mala) paz como amenaza. Este bloqueo financiero se produce en un contexto aún más inquietante: el miedo europeo a una paz impuesta en términos favorables a Rusia. Para muchas capitales, un acuerdo que consolide las ganancias territoriales de Moscú no solo dejaría a Ucrania indefensa, sino que obligaría a Europa a prepararse para un escenario de confrontación directa a medio plazo, con fronteras más largas, un ejército ruso reforzado y una disuasión europea debilitada.
En ese marco, el dinero ruso congelado deja de ser una palanca táctica y se convierte en una inversión estratégica: o se usa ahora para sostener a Ucrania, o se paga más adelante en forma de rearme masivo y riesgo de guerra.
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El dilema final. En definitiva, la Unión Europea ha congelado los activos rusos para impedir que regresen a Moscú sin reparaciones, pero ahora debe decidir si se atreve a dar el siguiente paso. Sin ese dinero, Ucrania podría quedarse sin liquidez en cuestión de meses, perdiendo toda capacidad de negociación y forzando un acuerdo desde la debilidad.
Con él, Europa se expone a represalias, litigios y pérdidas económicas inmediatas, concentradas en unos pocos países que hoy frenan la decisión. La encrucijada es clara: asumir el coste político y financiero ahora, o aceptar que el miedo a las cuentas tipo C determine la política de seguridad europea. En esa elección se juega no solo el futuro de Ucrania, sino la capacidad de Europa para actuar como un actor geopolítico coherente cuando sus propios intereses están en riesgo.
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La noticia
El mayor problema de Ucrania no es Rusia. Son tres países de Europa atrapados en un mecanismo perverso: las cuentas tipo C
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
.
El mayor problema de Ucrania no es Rusia. Son tres países de Europa atrapados en un mecanismo perverso: las cuentas tipo C
La situación es una encrucijada para el viejo continente: aceptar el miedo a este tipo de cuentas determine la política de seguridad europea
Europa se enfrenta a una decisión que va mucho más allá de una discusión contable y que define su credibilidad estratégica: qué hacer con los más de 210.000 millones de euros de activos rusos congelados desde el inicio de la invasión de Ucrania. El problema es doble, porque no va solo de cifras, sino de lo que viene después de activar la operación.
La encrucijada europea. Sí, porque la cuestión no es solo si ese dinero debe usarse para sostener a Kiev en un momento crítico, sino si la Unión Europea es capaz de asumir los riesgos políticos, legales y económicos que conlleva hacerlo.
Mientras Washington presiona para una salida rápida al conflicto y reduce su apoyo financiero, Bruselas se encuentra atrapada entre la urgencia de evitar una derrota ucraniana y el temor a desencadenar una represalia rusa que golpee directamente a varios de sus Estados miembros.
Putin a las claras. Las declaraciones esta semana de Vladimir Putin, cargadas de desprecio hacia las élites europeas y de confianza en una guerra prolongada, no son simple retórica. Moscú deja claro que no contempla concesiones reales y que considera el uso de sus activos congelados como un robo que exige respuesta.
Esa respuesta no sería simbólica, sino quirúrgica: incautaciones selectivas, nacionalizaciones aceleradas, litigios interminables y el uso del sistema financiero ruso como arma. El mensaje, a priori, es inequívoco: si Europa cruza la línea, Rusia no solo castigará a Ucrania en el campo de batalla, sino a los países europeos que aún tienen intereses económicos expuestos dentro de su territorio.
El verdadero bloqueo. Recordaba esta mañana el Financial Times el quid de toda la situación. Aunque el debate se presenta como una pugna entre halcones y prudentes, el bloqueo real procede de un puñado de países concretos, con Bélgica, Italia y Austria a la cabeza. No es una cuestión ideológica, sino de vulnerabilidad directa.
Bélgica alberga Euroclear, el depósito que custodia la mayor parte de los activos rusos congelados, y teme convertirse en el primer objetivo de represalias judiciales y económicas. Italia y Austria, por su parte, mantienen bancos y empresas con miles de millones atrapados en Rusia, beneficios incluidos, que no pueden repatriar. Para estos países, autorizar el uso del dinero ruso no es una decisión abstracta de política exterior, sino un riesgo inmediato para sus sistemas financieros y corporativos.
Las cuentas tipo C: el as de Moscú. En el centro de este temor se encuentran las llamadas cuentas tipo C, el mecanismo creado por Moscú para retener dividendos, intereses y activos de empresas occidentales. Ese dinero, formalmente propiedad de compañías europeas y estadounidenses, está bajo control ruso y puede ser congelado, redistribuido o directamente transferido al presupuesto del Estado con un simple decreto.
Para el Kremlin, estas cuentas son una herramienta de represalia rápida y eficaz, muy superior en agilidad a los lentos procesos judiciales occidentales. Para Europa, son una cadena invisible que ata a gobiernos enteros a la hora de tomar decisiones estratégicas, porque cualquier paso en falso puede traducirse en miles de millones perdidos y en crisis políticas internas.
Alemania empuja, Europa duda. Alemania se ha convertido en el principal motor político del plan para usar los activos rusos, convencida de que sin ese dinero no hay forma realista de sostener a Ucrania otros dos años sin disparar la deuda europea o depender de unanimidades imposibles.
Berlín insiste en que el riesgo debe repartirse entre todos y que no actuar enviaría una señal devastadora: Europa no es capaz de defender su propia seguridad. Sin embargo, esa lógica choca con la realidad de países que sienten que el riesgo no está repartido, sino concentrado en sus balances nacionales, sus bancos y sus tribunales.
Una (mala) paz como amenaza. Este bloqueo financiero se produce en un contexto aún más inquietante: el miedo europeo a una paz impuesta en términos favorables a Rusia. Para muchas capitales, un acuerdo que consolide las ganancias territoriales de Moscú no solo dejaría a Ucrania indefensa, sino que obligaría a Europa a prepararse para un escenario de confrontación directa a medio plazo, con fronteras más largas, un ejército ruso reforzado y una disuasión europea debilitada.
En ese marco, el dinero ruso congelado deja de ser una palanca táctica y se convierte en una inversión estratégica: o se usa ahora para sostener a Ucrania, o se paga más adelante en forma de rearme masivo y riesgo de guerra.
El dilema final. En definitiva, la Unión Europea ha congelado los activos rusos para impedir que regresen a Moscú sin reparaciones, pero ahora debe decidir si se atreve a dar el siguiente paso. Sin ese dinero, Ucrania podría quedarse sin liquidez en cuestión de meses, perdiendo toda capacidad de negociación y forzando un acuerdo desde la debilidad.
Con él, Europa se expone a represalias, litigios y pérdidas económicas inmediatas, concentradas en unos pocos países que hoy frenan la decisión. La encrucijada es clara: asumir el coste político y financiero ahora, o aceptar que el miedo a las cuentas tipo C determine la política de seguridad europea. En esa elección se juega no solo el futuro de Ucrania, sino la capacidad de Europa para actuar como un actor geopolítico coherente cuando sus propios intereses están en riesgo.