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Cuando entré en la universidad, en las postrimerías del siglo pasado, todavía se hablaba de una especie de escritor que ya por entonces era bastante exótica: el escritor de barra. Se lo solía ver en los bares, borracho, siempre hablando de la novela que ... estaba escribiendo. Pasaba el tiempo y el hombre (siempre eran hombres) continuaba hablando de su gran libro hasta que, un buen día, el escritor de barra desaparecía sin que nadie reparara demasiado en su ausencia o se preguntara por su novela. Yo llegué a conocer uno, una vez, en la barra del restaurante Estrella de China, en Caracas. Pasó horas hablándome de lo gran amigo que era de tal o cual escritor venezolano ya reconocido. Esa era otra marca del escritor de barra: se declaraba íntimo del Vargas Llosa local.
En la actualidad, prácticamente no existen los escritores de barra. En parte, porque los escritores ya no beben tanto como antes. Y en parte, porque la especie ha migrado a las barras del siglo XXI: las redes sociales. Por alguna misteriosa razón, estos han escogido Threads como su espacio natural. En esta red es adonde acuden los escritores autopublicados, o en vías de, a lamentarse de las crueldades y compadrazgos del mundo editorial que los margina. Pero, sobre todo es el lugar donde asisten con regularidad a posar de escritores. Esto se traduce en posts donde, con frecuencia, declaran tener «bloqueo de escritor».
En estos últimos 25 años, la autoficción y todas sus variantes han marcado el mundo de la literatura, que se mueve entre la intimidad y lo documental. ¿Y qué hay más allá? El hibridismo de las formas, las narrativas de lo extraño, las voces del trauma
A diferencia de su predecesor de barra, los escritores de Threads (y aquí ya abundan, por igual, los hombres y las mujeres) suelen confesar que están bloqueados. Nada brinda más caché que tener una turba de demonios internos que pugnan por salir. A esta actitud de malditismo pueden sucederle jactancias deportivas del tipo «después de meses sin escribir una página, ¡hoy escribí 4.367 palabras!». También suelen brindar minuciosos detalles de la evolución de la trama de su novela, o de cómo resolvieron tal obstáculo que les planteaba un personaje. Todo dicho con los sobreentendidos de quien asume que todo el mundo sabe de qué está hablando.
Estos escritores de Threads serían la contraparte de lo que Vicente Luis Mora llamó «lactores», esos lectores performativos que se cortan las venas por tal o cual libro, que resumen 10 títulos supuestamente leídos en un 'reel' de un minuto. No tengo la inventiva de Mora para acuñar un término para estos escritores. Ellos tampoco, pues se agrupan bajo el 'hashtag' #EscritoresdeThreads, una etiqueta que cualquier escritor con un mínimo de dignidad o de sentido común se negaría a utilizar para nombrarse a sí mismo.
De todo este asunto, quizás lo que me provoca más ternura es el torpe intento por hacer ver el oficio de la escritura como algo más vistoso y arriesgado de lo que en realidad es. La literatura es la menos interesante de las artes desde el punto de vista de su ejecución. Visto desde afuera, nada diferencia a alguien que está escribiendo una novela de alguien que está preparando su declaración de impuestos. Más se parece a la labor de un albañil que construye una pared. Un albañil meditabundo y un poco loco, eso sí, que duda a cada instante de cómo colocar el siguiente ladrillo.
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