- IÑAKI GARAY
Extremadura es la única comunidad autónoma en la que el PSOE nunca ha perdido las elecciones, y en ocho de las once veces que se enfrentó allí con las urnas obtuvo mayoría absoluta.
En tres ocasiones, cuando su candidato era el carismático Juan Carlos Rodríguez Ibarra, llegó incluso a superar el 50% del voto, pero nunca bajó del entorno del 40%. Por tanto, las elecciones de este domingo para Pedro Sánchez, pero sobre todo para el PSOE, no son un trámite más sino el test definitivo entre sus votantes sociológicamente más fieles para saber hacia dónde arrastra el sanchismo al socialismo español.
Las encuestas no vaticinan nada bueno para el PSOE en la que siempre ha sido su casa, pero habrá que esperar a la noche de este domingo para saber si las previsiones de debacle se confirman. Después de haber perdido Andalucía, uno de sus feudos sagrados, y de seguir desangrándose por toda la geografía española, salvo por Cataluña, el socialismo español se mira de nuevo al espejo de lo que fue y lo que es. Ante la posibilidad de que el PSOE se hunda en Extremadura queda una pregunta en el aire: ¿Qué ha hecho mal Sánchez para dilapidar ese capital político?
Las respuestas, a falta de que los comicios confirmen la tendencia, se agolpan en la puerta. En primer lugar, en su huida para conservar el poder a cualquier precio, el interés general de los extremeños ha quedado relegado siempre respecto a los grupos nacionalistas que le mantienen con respiración asistida. El agravio tiene como fecha cumbre el día en el que Sánchez con la colaboración de Salvador Illa pactaron con ERC ceder a Cataluña la recaudación y la gestión de sus impuestos, un movimiento inexplicable que rompe de lleno el modelo de solidaridad interterritorial por el que se conduce España. Un principio básico de convivencia que todo el mundo creía que ningún socialista pondría en venta. Ese acuerdo es especialmente gravoso para los extremeños, que ese día pudieron comprobar otra cosa. El tipo que lidera al socialismo en España no solo les dejó a los pies de los caballos sino que sometió al supuesto líder territorial arrancándole las cuerdas vocales. Un socialista extremeño con peso de verdad y voz propia como lo era Juan Carlos Rodríguez Ibarra hubiera dado el golpe más sonado sobre la mesa para evitar ese histórico agravio, pero quien lleva en estos momentos las riendas del partido en Extremadura no reúne las características de un líder.
Nadie en estos momentos allí duda de que el único mérito que atesora Miguel Ángel Gallardo para competir por la presidencia de Extremadura es servir a Sánchez con obediencia ciega y eso ha hecho cundir el desánimo en unas filas socialistas que se sienten más huérfanas que nunca. Nada que ver con figuras de la talla del citado Rodríguez Ibarra o de Guillermo Fernández Vara, candidatos capaces de levantar la voz por su tierra. Para colmo Gallardo concurre a las elecciones imputado por los presuntos delitos de tráfico de influencias y prevaricación, acusado de haber colocado al hermano del presidente Sánchez, David Sánchez, en un puesto hecho a su medida en la diputación de Badajoz. La figura de Gallardo ejemplifica mejor que nadie la idea que hace tiempo cunde de que Sánchez ha impuesto tal control sobre todo el Partido Socialista que no asoma a su sombra ningún líder que aparente la mínima solvencia.
Otro grupo que se juega buena parte de su futuro este domingo es Vox. Las expectativas de la formación de Santiago Abascal han ido creciendo impulsadas por dos fenómenos con intereses contrapuestos que, sin embargo, han remado en la misma dirección. Por una parte, los líderes de Vox se han encargado de vender que su formación es la auténtica alternativa a Sánchez frente a un PP al que presentan como una marca blanca del socialismo. Una idea que en un panorama de elevada crispación política ha cogido fuerza en los sondeos, pero que este domingo se verá si es una realidad o un espejismo. Por otra parte, la izquierda viene siendo desde hace tiempo el mejor promotor de Vox y quien más aire da a los de Abascal. Evidentemente no se trata de un deseo sino de una estrategia para alentar el miedo a eso que ellos llaman la ultraderecha, para movilizar a sus propios votantes. Lo que traslada cada dirigente del PSOE en cada intervención es que el Partido Popular necesitará sí o sí a Vox para gobernar y esto pondrá en peligro derechos sociales que estaban consolidados. La cuestión es que, después de cuatro años de Gobierno conjunto de Vox y el PP en bastantes lugares (Extremadura entre otros), la evolución de las encuestas no indica que la gente perciba esa amenaza como real. O al menos esa amenaza no es mayor que el desencanto que provoca el propio Sánchez.
En este panorama, la representante del PP, María Guardiola, que ha presidido Extremadura estos últimos cuatro años, se presenta como la principal candidata para que, por primera vez, una formación que no es el PSOE gane en aquel territorio. Guardiola ha demostrado no ser nada hábil. Lo demostró en los últimos comicios cuando dijo que no pactaría con Vox y acabó pactando y ha vuelto a tropezar en las última horas hiperventilando con la amenaza de un pucherazo nada evidente. Su baza es que no da miedo (tiene hasta tintes socialdemócratas, lo que para competir en Extremadura no es una mala opción), y eso en los tiempos que corren ya parece bastante.
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