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Las nuevas guerras silenciosas: cómo los ‘microgolpes’ están cambiando la política en Europa y América Latina

Las nuevas guerras silenciosas: cómo los ‘microgolpes’ están cambiando la política en Europa y América Latina
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Procesos más sutiles que los tanques y se abren paso cuando gobiernos, parlamentos o tribunales fuerzan los límites de las leyes para acumular poder. Más información: Martin Wolf: “El auge del populismo refleja la erosión de la democracia liberal laica”

Viktor Orbán, Nayib Bukele y Nicolás Maduro. Fotos de Reuters

Europa Las nuevas guerras silenciosas: cómo los 'microgolpes' están cambiando la política en Europa y América Latina

Procesos más sutiles que los tanques y se abren paso cuando gobiernos, parlamentos o tribunales fuerzan los límites de las leyes para acumular poder.

Más información: Martin Wolf: “El auge del populismo refleja la erosión de la democracia liberal laica”

Publicada 25 diciembre 2025 17:44h Actualizada 25 diciembre 2025 17:49h

Las claves nuevo Generado con IA

Los 'microgolpes' son procesos sutiles mediante los cuales gobiernos democráticos erosionan la democracia usando reformas legales y control institucional sin recurrir a la fuerza.

Países como Polonia, Hungría, Venezuela, Nicaragua y El Salvador han experimentado microgolpes, donde el Ejecutivo amplía su poder y reduce la independencia judicial y mediática.

El fenómeno se caracteriza por reformas graduales, captura de organismos de control y campañas de desinformación en redes sociales, dificultando la reacción ciudadana e institucional.

Organizaciones internacionales están desarrollando nuevos indicadores para detectar esta degradación democrática, que no siempre se refleja en la mera realización de elecciones.

En los últimos años se ha multiplicado un fenómeno político difícil de encajar en las categorías clásicas: los llamados "microgolpes". No se basan en el uso de la fuerza con tanques en las calles o juntas militares, sino procesos más sutiles en los que gobiernos, parlamentos o tribunales fuerzan los límites de la ley para acumular poder.

Lo hemos visto en los últimos años en territorio europeo en Polonia o Hungría, donde gobiernos elegidos democráticamente como el de Libertad y Justicia o Víktor Orbán han llevado a cabo reformas que les permiten influir decisivamente en tribunales, órganos de gobierno de los jueces y medios públicos.

Un fenómeno cada vez más habitual también en América Latina con la Venezuela de Nicolás Maduro, El Salvador de Nayib Bukele o la Nicaragua de Daniel Ortega como máximos exponentes de estas guerras silenciosas.

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En Polonia, los cambios en las reglas de nombramiento, jubilación y disciplina judicial han reducido la independencia de los jueces, mientras se desacredita públicamente a magistrados críticos.

En Hungría, la combinación de rediseño de circunscripciones, control mediático y reformas institucionales mantiene elecciones competitivas en apariencia, pero cada vez menos justas en la práctica.

En América Latina, varios casos muestran esta erosión lenta de la democracia: en Venezuela, la captura del Tribunal Supremo, el uso prolongado del estado de excepción y la anulación práctica de la Asamblea Nacional fueron vaciando el sistema por dentro hasta consolidar un régimen casi plenamente autoritario, todo mediante decisiones "legales" encadenadas.

En Nicaragua, el control del poder judicial y del órgano electoral, la ilegalización de partidos opositores y el cierre de medios críticos se hicieron también paso a paso, usando leyes y sentencias para dar apariencia de normalidad institucional.

En El Salvador, la destitución de magistrados constitucionales y del fiscal general por una mayoría oficialista, seguida del aval judicial a la reelección presidencial y reformas para prolongar el poder, ejemplifican un microgolpe apoyado en votos y normas, no en tanques.

Una erosión de la democracia

Todos estos ejemplos comparten varios rasgos: el uso estratégico de reformas constitucionales y legales para ampliar el poder del Ejecutivo, la captura gradual de instituciones de control como cortes y organismos electorales, y la presión creciente sobre prensa, ONG y oposición mediante leyes sobre "extremismo", "fake news" o seguridad.

No se suspende la democracia de golpe, sino que se la va erosionando y vaciando de contenido, hasta que votar sigue siendo posible, pero cambiar realmente al gobierno se vuelve cada vez más difícil.

Estos microgolpes suelen combinar tres ingredientes: reformas legales a medida, captura de instituciones de control y campañas de desinformación para deslegitimar a la oposición. El resultado es que, sin suspender formalmente la democracia, se vacía de contenido su funcionamiento real.

La clave de estos procesos es que avanzan paso a paso, lo bastante pequeños como para no provocar una reacción inmediata, pero acumulativos en el tiempo. Cada cambio se presenta como técnico o necesario, lo que dificulta que la ciudadanía perciba el conjunto como un giro autoritario.

El papel de las redes sociales

Las redes sociales se han convertido en un arma central de esta nueva forma de erosión democrática. Sirven tanto para atacar a periodistas y jueces incómodos como para construir un relato de victimismo permanente, donde cualquier crítica se presenta como parte de una conspiración o un intento de "golpe blando" de los adversarios.

Al mismo tiempo, las oposiciones en estos países enfrentan un dilema: si denuncian con demasiada fuerza estos microgolpes, pueden parecer alarmistas; si reaccionan tarde, se encuentran con un tablero ya inclinado en su contra. Esta tensión explica por qué, a menudo, la respuesta política e institucional llega cuando el daño ya es difícil de revertir.

Organismos internacionales y ONG de derechos humanos han empezado a desarrollar indicadores específicos para medir esta degradación democrática lenta. Ya no basta con contar elecciones; hay que mirar también la independencia judicial, la libertad de prensa, la presión sobre minorías y la transparencia en el uso del poder.

Entender los microgolpes es clave para no reducir la política a una pelea de bandos. Permite ver que la batalla central no siempre es entre izquierda y derecha, sino entre quienes aceptan las reglas del juego democrático y quienes tratan de moldearlas a su favor sin reconocerlo abiertamente.

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    Fuente original: Leer en El Español
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