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Minas de Cala: mirando atrás sin ira

Minas de Cala: mirando atrás sin ira
Artículo Completo 750 palabras
Ningún medio de transporte tiene la épica de los viejos ferrocarriles . Es el caso del tren de vía estrecha que unía las minas de Cala (Huelva) con San Juan de Aznalfarache , a orillas del Guadalquivir . Era un trazado de 96 kilómetros que permitía transportar el hierro y el cobre de los yacimientos del norte de Huelva a un embarcadero en el Guadalquivir. El ferrocarril estuvo operativo desde 1905 a 1955 , fecha en la que fue cerrado y comenzó a ser desmantelado. Hoy buena parte de su recorrido es una vía verde que puede ser transitada a pie o en bicicleta. Todavía quedan varias estaciones, los viaductos, los túneles y restos de la infraestructura que mejoró las condiciones de vida de una zona extremadamente pobre y depauperada.Caminar por el trazado del ferrocarril de las minas de Cala es viajar a un pasado desaparecido hace muchas décadas, toparse con una arquitectura industrial que jalona las serranías de Huelva y Sevilla a lo largo de 17 municipios e imaginar las vidas de los ferroviarios tras los muros de las estaciones y los restos de las casas de los guardabarreras.El final del trayecto de los trenes cargados de metal era un viaducto con dos brazos que permitía descargar el mineral en los barcos atracados en un muelle de San Juan, junto a Sevilla. Fue una de las primeras obras de hormigón armado en España y no faltó quien predijo que el viaducto de más de cien metros de longitud no podría resistir el peso.En los años 20, en el momento de más pujanza de la explotación, se construyeron varios ramales que enlazaban la vía con las minas de Peña del Hierro y Castillo de las Guardas. En la estación de Camas , llegó a existir un empalme con la línea de ancho ibérico nacional. Hoy quedan en pie algunos viaductos sobre el río Guadiamar que ilustran el empeño de domeñar los obstáculos de las serranías andaluzas.Las minas ya eran explotadas en la Edad del Bronce . Pero fue en 1900 cuando un grupo de empresarios vascos, encabezados por el conde de Rodas, compró los yacimientos y constituyó Minas de Cala con un capital de 15 millones de pesetas y con sede en Bilbao. Fue esta compañía quien abordó la construcción del ferrocarril, incluyendo el embarcadero.Hoy quedan en pie algunos viaductos sobre el río Guadiamar que ilustran el empeño de domeñar los obstáculos de las serranías andaluzasPese a que los sueldos eran bajos y las condiciones laborales, de extremada dureza, muchos habitantes de la zona encontraron un trabajo fijo en el nuevo medio de transporte. La compañía contrató a fogoneros de 15 años que tenían que operar bajo un calor extremo, mientras que los guardabarreras vivían en pequeñas casas con sus familias sin luz ni agua.Cuentan las crónicas que los maquinistas arrojaban trozos de carbón a los niños que esperaban al borde de la vía el paso de los trenes. Y que tenían tal habilidad que podían conducir las locomotoras en las noches sin luz y bajo una espesa niebla. Hay toda una literatura local sobre este ferrocarril que hoy recuerdan con nostalgia los más viejos del lugar.Para quien disponga de ganas y tiempo libre, recorrer el trazado de Cala al Guadalquivir es una experiencia inolvidable y una reflexión sobre el implacable paso del tiempo, simbolizado por la vieja estación de Castillo de las Guardas , cuyos desolados muros en medio de un campo de olivos testimonian una forma de vida desaparecida. Difícil imaginar que por aquellas vías pasaron más de 15.000 cabezas de ganado en vagones, 50.000 viajeros y cientos de miles de toneladas de mineral en 1909, cuatro años después de su inauguración. Viajar a Cala es volver a las raíces perdidas de un espacio que intenta renacer de sus cenizas.

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Ningún medio de transporte tiene la épica de los viejos ferrocarriles. Es el caso del tren de vía estrecha que unía las minas de Cala (Huelva) con San Juan de Aznalfarache, a orillas del Guadalquivir. Era un trazado de 96 kilómetros ... que permitía transportar el hierro y el cobre de los yacimientos del norte de Huelva a un embarcadero en el Guadalquivir.

El ferrocarril estuvo operativo desde 1905 a 1955, fecha en la que fue cerrado y comenzó a ser desmantelado. Hoy buena parte de su recorrido es una vía verde que puede ser transitada a pie o en bicicleta. Todavía quedan varias estaciones, los viaductos, los túneles y restos de la infraestructura que mejoró las condiciones de vida de una zona extremadamente pobre y depauperada.

Caminar por el trazado del ferrocarril de las minas de Cala es viajar a un pasado desaparecido hace muchas décadas, toparse con una arquitectura industrial que jalona las serranías de Huelva y Sevilla a lo largo de 17 municipios e imaginar las vidas de los ferroviarios tras los muros de las estaciones y los restos de las casas de los guardabarreras.

El final del trayecto de los trenes cargados de metal era un viaducto con dos brazos que permitía descargar el mineral en los barcos atracados en un muelle de San Juan, junto a Sevilla. Fue una de las primeras obras de hormigón armado en España y no faltó quien predijo que el viaducto de más de cien metros de longitud no podría resistir el peso.

En los años 20, en el momento de más pujanza de la explotación, se construyeron varios ramales que enlazaban la vía con las minas de Peña del Hierro y Castillo de las Guardas. En la estación de Camas, llegó a existir un empalme con la línea de ancho ibérico nacional. Hoy quedan en pie algunos viaductos sobre el río Guadiamar que ilustran el empeño de domeñar los obstáculos de las serranías andaluzas.

Las minas ya eran explotadas en la Edad del Bronce. Pero fue en 1900 cuando un grupo de empresarios vascos, encabezados por el conde de Rodas, compró los yacimientos y constituyó Minas de Cala con un capital de 15 millones de pesetas y con sede en Bilbao. Fue esta compañía quien abordó la construcción del ferrocarril, incluyendo el embarcadero.

Hoy quedan en pie algunos viaductos sobre el río Guadiamar que ilustran el empeño de domeñar los obstáculos de las serranías andaluzas

Pese a que los sueldos eran bajos y las condiciones laborales, de extremada dureza, muchos habitantes de la zona encontraron un trabajo fijo en el nuevo medio de transporte. La compañía contrató a fogoneros de 15 años que tenían que operar bajo un calor extremo, mientras que los guardabarreras vivían en pequeñas casas con sus familias sin luz ni agua.

Cuentan las crónicas que los maquinistas arrojaban trozos de carbón a los niños que esperaban al borde de la vía el paso de los trenes. Y que tenían tal habilidad que podían conducir las locomotoras en las noches sin luz y bajo una espesa niebla. Hay toda una literatura local sobre este ferrocarril que hoy recuerdan con nostalgia los más viejos del lugar.

Para quien disponga de ganas y tiempo libre, recorrer el trazado de Cala al Guadalquivir es una experiencia inolvidable y una reflexión sobre el implacable paso del tiempo, simbolizado por la vieja estación de Castillo de las Guardas, cuyos desolados muros en medio de un campo de olivos testimonian una forma de vida desaparecida. Difícil imaginar que por aquellas vías pasaron más de 15.000 cabezas de ganado en vagones, 50.000 viajeros y cientos de miles de toneladas de mineral en 1909, cuatro años después de su inauguración. Viajar a Cala es volver a las raíces perdidas de un espacio que intenta renacer de sus cenizas.

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Fuente original: Leer en ABC - Cultura
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