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Ya tuve ocasión de referirme -hace años, desde estas páginas- a la extraordinaria condición de Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948) dentro del panorama artístico español. Algo que, por otra parte, es una obviedad para cualquiera que conozca su trayectoria y esté al día de ... lo que se viene haciendo, mayoritariamente, en estos últimos años.
Pero no basta la constancia de una singularidad como la suya, muy a contrapelo de tantas cosas que hoy resultan poco menos que canónicas, para valorar la obra de este artista, nombre fundamental de nuestra plástica desde hace décadas. Al margen de su incuestionable reconocimiento, ¿qué ofrece Pérez Villalta al público actual, asediado por ideologías, estridencias y medios tecnológicos, donde predomina el efectismo en detrimento de la calidad?
Digamos que el contexto le ha convertido en un artista alternativo en toda regla. Le interesa la belleza, la proporción, el equilibrio, la forma; términos que hoy parecen extraídos de un manual renacentista o barroco. La geometría está no ya en la base de su proceder, sino de su concepción artística: a través de ella ordena la mirada y estructura sus obras. Es un clásico, sí; pero uno que mira con la sensibilidad y la experiencia de un hombre de nuestros días.
Galería Fernández-Braso. Madrid. C/ Villanueva, 30. Hasta el 10 de enero. Cuatro estrellas.
Y este es precisamente el reto maravilloso que le ofrecen al espectador contemporáneo los dibujos y pinturas recientes que componen esta exposición en la galería Fernández Braso: detenerse a contemplar la coherencia de un mundo poético deslumbrante, pleno de saberes y fruto de su estricta imaginación.
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