¿Qué es «derechizarse»? El término se invoca mucho últimamente al analizar encuestas o elecciones en las que al PP y a Vox les va bien, y al PSOE y a Sumar/Podemos les va mal. Acaba de ocurrir con la convocatoria extremeña, cuyo resultado, según algunos, probaría la «derechización» de los votantes de esa comunidad autónoma. El planteamiento se proyecta también sobre la política nacional: si los partidos «de derechas» crecen, es porque cada vez hay más votantes que se identifican con los planteamientos liberal-conservadores, tradicionalistas o de derecha radical. Si los electores de izquierdas retroceden, es porque cada vez hay menos votantes que se identifican con los planteamientos socialdemócratas o progresistas.
Este razonamiento plantea varios problemas. Es cierto que en los últimos años ha aumentado el rechazo a algunas de las perspectivas «progresistas» de los 2010 -en temas como el feminismo, las políticas verdes, la relación entre individuo y Estado...-. Y es cierto que este es uno de los motores del crecimiento de la derecha radical en muchos países; también en el nuestro. Sin embargo, esto no puede de ninguna manera explicar todo lo que está ocurriendo en la política española. En primer lugar, porque existe tal cosa como el voto de castigo; y este no se limita a los binarismos puramente ideológicos. Si los votantes están castigando los casos de corrupción que salpican al PSOE, o si valoran negativamente los escándalos de acoso sexual que han implicado al partido, ¿realmente es porque se han «derechizado»? Cuando se criticó que el PSOE entregara una amnistía a cambio de la investidura, ¿fue porque los votantes descubrieron súbitamente las excelencias del pensamiento de Michael Oakeshott? Si acaso, el deterioro del sanchismo se debe a cuestiones bastante transversales -como la corrupción, las promesas incumplidas, el uso espurio de las instituciones, las cesiones a los nacionalismos subestatales-, y no a que haya subido el salario mínimo o haya impulsado una determinada 'memoria histórica'.
Los argumentos sobre la «derechización» también apuntan a un logro de Sánchez que ahora, paradójicamente, se le vuelve en contra. Desde que llegó al poder, el presidente ha presentado cualquier crítica a su forma de gobernar como un ataque a «la izquierda» que solo se podía realizar desde actitudes «derechistas». Muchas voces han denunciado que aquello solo era una impostura, una estrategia reñida con la realidad pero que buscaba mantener prietas las filas entre los votantes progresistas. Sin embargo, en los últimos años parece haber cobrado fuerza la reacción contraria: aceptar que, efectivamente, la izquierda en España es equivalente a la figura, el discurso y la trayectoria de Sánchez. Lo que ocurre es que la conclusión a la que esto conduce es la contraria de la que habría deseado Moncloa. Muchos votantes ahora parecen aceptar que, si indignarse con las decisiones de Sánchez es necesariamente una actitud propia de las derechas, entonces ellos están dispuestos a identificarse con las derechas. Y a votar en consecuencia.