Y no me refiero al Fiscal General. Me refiero a los alimentos así denominados, a los que otro estudio acusa de ser dañinos para la salud. Por supuesto que serán dañinos, como casi todo lo demás. Lo natural, por suerte, no existe. Lo natural es el hombre de Neandertal.
Los alimentos ultraprocesados nos han traído hasta aquí. Sin ellos, y sin la comida basura en general, los no billonarios ya habríamos perecido muchas veces. La leche en polvo de los americanos, etc.
Yo soy un ultraprocesado: ni una célula está libre de microplásticos y otras sustancias creadas en laboratorios. La industria farmacéutica es el colmo del ultraprocesamiento. Con sus errores (algunos criminales, y en espera de juicio en USA, o ya sobreseídos, como la Talidomida en España). Pero los medicamentos nos salvan y nos han traído longevos a este pedazo de siglo XXI.
Los antibióticos y la tripleta mágica –paracetamol, ibuprofeno, nolotil–, por citar unos cuantos, son el pan nuestro de cada día, etc. Sin estos compuestos y otros más potentes no podríamos resistir el ritmo de la época. Cada época tuvo los suyos: en los setenta mis tías superaban el frenesí diario con optalidones, míticas pastillas ovaladas de color naranja. La famosa pastilla roja de Matrix debe venir de ahí. Y con anfetaminas. El famoso verano del amor y la era hippy funcionaron en España con receta médica.
Los ultraprocesados son la sal de la vida. Y el azúcar. Ahora, en los envases siempre pone “sin azúcares añadidos”, pero para leer los ingredientes hay que llevar lupa. Y también pone en letras bien grandes que ¡el envase es reciclable! Se deduce –sin motivo alguno, claro– que esos microplásticos no se quedarán en el cuerpo, o que serán benéficos.
Lo único que advierte bien del daño es la cajetilla de tabaco, que el usuario ha aprendido a no ver para no morirse del susto emocional mucho antes que de los venenos que contiene el humo.
La famosa dieta mediterránea es la antítesis idílica y bucólica de los ultraprocesados y la comida basura, pero es fácil que la lechuga del huerto de tu tío se riegue con agua que lleva lindano y otras sustancias industriales. O el mismo radón, tan nuestro.
Y los cereales “naturales” vienen ya de con el adn corregido de fábrica, igual que el maíz y todos los productos del campo, incluyendo al cerdo atiborrado de antibióticos, lo cual ayuda a impedir que pillemos las gripes mutantes. La vacuna también es ultraprocesada. ¡Y ahora los pollos!
La dieta mediterránea es lo mejor pero los melones llegan de Brasil por avión, lo que sería dieta amazónica, y bien buenos que son si cargas con el peso del co2 en tu conciencia.
La uva sin granos no sale sola de la cepa, hay que “convencerla” de que los elimine, aunque es una tarea delicada: ¡las semillas son sus hijos!
Lo más ultraprocesado que tenemos son los pensamientos muy elaborados –¡ha costado siglos!–, como la igualdad, la libertad y los derechos humanos. Y aún no están reconocidos ni suficientemente procesados. Al revés: sufren un ataque colosal en todos los frentes y ámbitos y países. De momento llegan a las redadas de migrantes de Trump.
Igual que con los alimentos, en este asunto se prima la supervivencia, primero comer y luego filosofar. Pero podría ser, ya lo vamos viendo, que sin esos principios ultraprocesados –libertad, igualdad y derechos humanos (los tengo que repetir porque se me olvidan)– no hubiera comida y además tampoco hubiera libertad ni dignidad ni futuro.
A los alimentos ultraprocesados, como a las preferentes, hipotecas, etc., hay que leerles la letra pequeña. Y hasta que inventemos algo natural, sano y barato, disfrutarlos a tope sin agobiarse: a veces es peor el pensamiento que se enquista –esto es muy malo– que la sustancia propiamente dicha.
Los alimentos ultraprocesados nos han traído hasta aquí. Sin ellos, y sin la comida basura en general, los no billonarios ya habríamos perecido muchas veces. La leche en polvo de los americanos, etc.
Yo soy un ultraprocesado: ni una célula está libre de microplásticos y otras sustancias creadas en laboratorios. La industria farmacéutica es el colmo del ultraprocesamiento. Con sus errores (algunos criminales, y en espera de juicio en USA, o ya sobreseídos, como la Talidomida en España). Pero los medicamentos nos salvan y nos han traído longevos a este pedazo de siglo XXI.
Los antibióticos y la tripleta mágica –paracetamol, ibuprofeno, nolotil–, por citar unos cuantos, son el pan nuestro de cada día, etc. Sin estos compuestos y otros más potentes no podríamos resistir el ritmo de la época. Cada época tuvo los suyos: en los setenta mis tías superaban el frenesí diario con optalidones, míticas pastillas ovaladas de color naranja. La famosa pastilla roja de Matrix debe venir de ahí. Y con anfetaminas. El famoso verano del amor y la era hippy funcionaron en España con receta médica.
Los ultraprocesados son la sal de la vida. Y el azúcar. Ahora, en los envases siempre pone “sin azúcares añadidos”, pero para leer los ingredientes hay que llevar lupa. Y también pone en letras bien grandes que ¡el envase es reciclable! Se deduce –sin motivo alguno, claro– que esos microplásticos no se quedarán en el cuerpo, o que serán benéficos.
Lo único que advierte bien del daño es la cajetilla de tabaco, que el usuario ha aprendido a no ver para no morirse del susto emocional mucho antes que de los venenos que contiene el humo.
La famosa dieta mediterránea es la antítesis idílica y bucólica de los ultraprocesados y la comida basura, pero es fácil que la lechuga del huerto de tu tío se riegue con agua que lleva lindano y otras sustancias industriales. O el mismo radón, tan nuestro.
Y los cereales “naturales” vienen ya de con el adn corregido de fábrica, igual que el maíz y todos los productos del campo, incluyendo al cerdo atiborrado de antibióticos, lo cual ayuda a impedir que pillemos las gripes mutantes. La vacuna también es ultraprocesada. ¡Y ahora los pollos!
La dieta mediterránea es lo mejor pero los melones llegan de Brasil por avión, lo que sería dieta amazónica, y bien buenos que son si cargas con el peso del co2 en tu conciencia.
La uva sin granos no sale sola de la cepa, hay que “convencerla” de que los elimine, aunque es una tarea delicada: ¡las semillas son sus hijos!
Lo más ultraprocesado que tenemos son los pensamientos muy elaborados –¡ha costado siglos!–, como la igualdad, la libertad y los derechos humanos. Y aún no están reconocidos ni suficientemente procesados. Al revés: sufren un ataque colosal en todos los frentes y ámbitos y países. De momento llegan a las redadas de migrantes de Trump.
Igual que con los alimentos, en este asunto se prima la supervivencia, primero comer y luego filosofar. Pero podría ser, ya lo vamos viendo, que sin esos principios ultraprocesados –libertad, igualdad y derechos humanos (los tengo que repetir porque se me olvidan)– no hubiera comida y además tampoco hubiera libertad ni dignidad ni futuro.
A los alimentos ultraprocesados, como a las preferentes, hipotecas, etc., hay que leerles la letra pequeña. Y hasta que inventemos algo natural, sano y barato, disfrutarlos a tope sin agobiarse: a veces es peor el pensamiento que se enquista –esto es muy malo– que la sustancia propiamente dicha.