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EEUU ha convertido Trinidad y Tobago en el contenedor bélico que le faltaba. Venezuela ha respondido como Rusia: una flota invisible

EEUU ha convertido Trinidad y Tobago en el contenedor bélico que le faltaba. Venezuela ha respondido como Rusia: una flota invisible
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El conflicto entre Estados Unidos y Venezuela ha entrado en una fase en la que la acumulación silenciosa de medios pesa más que los comunicados oficiales. Si se quiere, el Caribe vuelve a funcionar como un cinturón estratégico desde el que Washington proyecta presión sin necesidad de declarar una guerra abierta. Bajo el argumento formal de la lucha contra el narcotráfico, la Casa Blanca ha ido tejiendo una red de apoyos logísticos, radares, pistas aéreas, puertos y espacios de reabastecimiento en un arco cada vez más grande de “aliados”. La respuesta de Venezuela ya se la vimos a Rusia. El mapa de países. Ese “arco” de aliados de Washington va desde República Dominicana hasta Trinidad y Tobago, pasando por Aruba, Curazao, Bonaire, Granada, Puerto Rico y las Islas Vírgenes.  El despliegue incluye destructores, submarinos nucleares, buques anfibios, portaaviones, cazas de última generación, drones y miles de efectivos, suficientes no para una invasión terrestre, pero sí para controlar el espacio aéreo y marítimo, vigilar rutas críticas y sostener ataques con misiles si se decidiera escalar. Es una estrategia de preposicionamiento clásico: estar en todas partes sin asumir públicamente que se está preparando algo más. En Xataka Un día después los satélites no dejan dudas: Rusia fortificó un puente, y un dron de Ucrania hizo realidad la ciencia ficción Trinidad y Tobago, el eslabón más sensible. Dentro de esa arquitectura, Trinidad y Tobago emerge como la pieza más delicada del tablero. Su cercanía extrema a la costa venezolana convierte cualquier gesto en un mensaje político y militar. El nuevo gobierno ha autorizado el uso de sus aeropuertos por aeronaves militares estadounidenses, ha recibido buques de guerra y unidades de marines, ha permitido ejercicios conjuntos y ha aceptado la instalación de un radar AN/TPS-80 G/ATOR capaz de detectar aviones, drones y misiles.  Todo se presenta como cooperación logística y defensiva, pero encaja de forma casi literal con la Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense de 2025, que reivindica una versión endurecida de la Doctrina Monroe para reafirmar la preeminencia de Estados Unidos en el hemisferio occidental e impedir que actores externos controlen activos estratégicos. Trinidad y Tobago insiste en que no será plataforma de ataques ofensivos salvo agresión directa, pero su papel como nodo de vigilancia, reabastecimiento e inteligencia la sitúa en el centro de cualquier escenario de presión sostenida sobre Caracas. Un bloqueo que no lo es. La amenaza anunciada por Trump de una “total y completa” interdicción de petroleros sancionados que entren o salgan de Venezuela encaja en ese modelo de presión gradual. No se trata de cerrar puertos con una declaración formal de guerra, sino de aprovechar la superioridad naval y aérea, apoyada en infraestructuras amigas, para interceptar, incautar o disuadir a los buques que sostienen la principal fuente de ingresos del régimen de Nicolás Maduro.  La incautación reciente de un petrolero cargado con casi dos millones de barriles y la advertencia de que podrían producirse nuevas acciones muestran hasta qué punto Washington está dispuesto a llevar la presión más allá de lo simbólico, asumiendo el riesgo de incidentes controlados en aguas internacionales. La respuesta venezolana. Frente a ese cerco, Caracas ha reaccionado elevando el perfil de su desafío. La orden de escoltar buques que transportan productos petroleros y derivados rumbo a Asia es un movimiento calculado: busca demostrar que el Estado venezolano no renuncia a su derecho a la libre navegación y que está dispuesto a implicar a su Armada para mantener abiertas las exportaciones.  Es, también, una respuesta que incrementa el riesgo de confrontación, pero que envía un mensaje interno y externo de resistencia. El petróleo sigue siendo el pilar financiero del régimen, y perderlo equivaldría a aceptar una asfixia económica total. Las flotas fantasma. Más allá de la escolta visible, la verdadera columna vertebral de la estrategia venezolana es la flota fantasma, una táctica prácticamente calcada de la empleada por Rusia tras las sanciones occidentales. Viejos petroleros, muchos con más de veinte o treinta años de servicio, cambian de nombre y bandera, roban identidades de buques ya desguazados, navegan bajo pabellones de conveniencia, apagan o manipulan sus sistemas de identificación y realizan transferencias de crudo en alta mar para ocultar el origen de la carga.  El resultado es un comercio opaco que permite vender petróleo con grandes descuentos a compradores dispuestos a asumir riesgos, mientras se diluye la trazabilidad que exigen las sanciones. No es un fenómeno marginal: una parte significativa de la flota mundial de petroleros opera ya en este ecosistema gris, transportando crudo venezolano, ruso o iraní. Sanciones que no ahogan, deforman. Contaba la BBC que los datos muestran que, aunque lejos de los niveles históricos de finales del siglo XX, las exportaciones venezolanas se han recuperado de forma notable respecto al desplome de 2019. Eso indica que las sanciones no han paralizado el flujo, sino que lo han desplazado hacia circuitos más opacos y arriesgados.  Como en el caso ruso, el castigo económico no elimina el comercio, lo encarece, lo vuelve menos transparente y refuerza la dependencia de redes informales y actores dispuestos a moverse en la ilegalidad. En Genbeta La gente nacida entre los años 1950 y 1970 están en un "pico" de bienestar emocional que los diferencia de las generaciones jóvenes El Caribe como conflicto. Con portaaviones estadounidenses patrullando el Caribe, radares desplegados en islas cercanas a Venezuela y petroleros escoltados o invisibles navegando hacia Asia, el conflicto se sitúa en una peligrosa zona intermedia entre la presión económica y el enfrentamiento militar. Estados Unidos apuesta por el control del espacio y la logística regional a través de aliados discretos, mientras Venezuela responde con el mismo manual que ha permitido a otros países sancionados sobrevivir: flotas fantasma, descuentos agresivos y demostraciones puntuales de fuerza.  El Caribe, durante décadas asociado al turismo y al comercio, vuelve así a ser un escenario de alta tensión geopolítica donde cada radar instalado y cada petrolero interceptado acerca un poco más el riesgo de un choque que nadie reconoce querer, pero para el que ambos bandos parecen prepararse. Imagen: US Navy En Xataka | La situación entre EEUU y Venezuela solo necesita un incidente para escalar en algo más: ese incidente ya está aquí En Xataka | En plena tensión con EEUU, Venezuela ha presentado su simulador de drones: es igual a un juego de Steam de tres euros - La noticia EEUU ha convertido Trinidad y Tobago en el contenedor bélico que le faltaba. Venezuela ha respondido como Rusia: una flota invisible fue publicada originalmente en Xataka por Miguel Jorge .
EEUU ha convertido Trinidad y Tobago en el contenedor bélico que le faltaba. Venezuela ha respondido como Rusia: una flota invisible

Venezuela responde con el mismo manual que ha permitido a otros países sancionados sobrevivir

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Miguel Jorge

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El conflicto entre Estados Unidos y Venezuela ha entrado en una fase en la que la acumulación silenciosa de medios pesa más que los comunicados oficiales. Si se quiere, el Caribe vuelve a funcionar como un cinturón estratégico desde el que Washington proyecta presión sin necesidad de declarar una guerra abierta. Bajo el argumento formal de la lucha contra el narcotráfico, la Casa Blanca ha ido tejiendo una red de apoyos logísticos, radares, pistas aéreas, puertos y espacios de reabastecimiento en un arco cada vez más grande de “aliados”.

La respuesta de Venezuela ya se la vimos a Rusia.

El mapa de países. Ese “arco” de aliados de Washington va desde República Dominicana hasta Trinidad y Tobago, pasando por Aruba, Curazao, Bonaire, Granada, Puerto Rico y las Islas Vírgenes. 

El despliegue incluye destructores, submarinos nucleares, buques anfibios, portaaviones, cazas de última generación, drones y miles de efectivos, suficientes no para una invasión terrestre, pero sí para controlar el espacio aéreo y marítimo, vigilar rutas críticas y sostener ataques con misiles si se decidiera escalar. Es una estrategia de preposicionamiento clásico: estar en todas partes sin asumir públicamente que se está preparando algo más.

En XatakaUn día después los satélites no dejan dudas: Rusia fortificó un puente, y un dron de Ucrania hizo realidad la ciencia ficción

Trinidad y Tobago, el eslabón más sensible. Dentro de esa arquitectura, Trinidad y Tobago emerge como la pieza más delicada del tablero. Su cercanía extrema a la costa venezolana convierte cualquier gesto en un mensaje político y militar. El nuevo gobierno ha autorizado el uso de sus aeropuertos por aeronaves militares estadounidenses, ha recibido buques de guerra y unidades de marines, ha permitido ejercicios conjuntos y ha aceptado la instalación de un radar AN/TPS-80 G/ATOR capaz de detectar aviones, drones y misiles. 

Todo se presenta como cooperación logística y defensiva, pero encaja de forma casi literal con la Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense de 2025, que reivindica una versión endurecida de la Doctrina Monroe para reafirmar la preeminencia de Estados Unidos en el hemisferio occidental e impedir que actores externos controlen activos estratégicos. Trinidad y Tobago insiste en que no será plataforma de ataques ofensivos salvo agresión directa, pero su papel como nodo de vigilancia, reabastecimiento e inteligencia la sitúa en el centro de cualquier escenario de presión sostenida sobre Caracas.

Un bloqueo que no lo es. La amenaza anunciada por Trump de una “total y completa” interdicción de petroleros sancionados que entren o salgan de Venezuela encaja en ese modelo de presión gradual. No se trata de cerrar puertos con una declaración formal de guerra, sino de aprovechar la superioridad naval y aérea, apoyada en infraestructuras amigas, para interceptar, incautar o disuadir a los buques que sostienen la principal fuente de ingresos del régimen de Nicolás Maduro. 

La incautación reciente de un petrolero cargado con casi dos millones de barriles y la advertencia de que podrían producirse nuevas acciones muestran hasta qué punto Washington está dispuesto a llevar la presión más allá de lo simbólico, asumiendo el riesgo de incidentes controlados en aguas internacionales.

La respuesta venezolana. Frente a ese cerco, Caracas ha reaccionado elevando el perfil de su desafío. La orden de escoltar buques que transportan productos petroleros y derivados rumbo a Asia es un movimiento calculado: busca demostrar que el Estado venezolano no renuncia a su derecho a la libre navegación y que está dispuesto a implicar a su Armada para mantener abiertas las exportaciones. 

Es, también, una respuesta que incrementa el riesgo de confrontación, pero que envía un mensaje interno y externo de resistencia. El petróleo sigue siendo el pilar financiero del régimen, y perderlo equivaldría a aceptar una asfixia económica total.

Las flotas fantasma. Más allá de la escolta visible, la verdadera columna vertebral de la estrategia venezolana es la flota fantasma, una táctica prácticamente calcada de la empleada por Rusia tras las sanciones occidentales. Viejos petroleros, muchos con más de veinte o treinta años de servicio, cambian de nombre y bandera, roban identidades de buques ya desguazados, navegan bajo pabellones de conveniencia, apagan o manipulan sus sistemas de identificación y realizan transferencias de crudo en alta mar para ocultar el origen de la carga. 

El resultado es un comercio opaco que permite vender petróleo con grandes descuentos a compradores dispuestos a asumir riesgos, mientras se diluye la trazabilidad que exigen las sanciones. No es un fenómeno marginal: una parte significativa de la flota mundial de petroleros opera ya en este ecosistema gris, transportando crudo venezolano, ruso o iraní.

Sanciones que no ahogan, deforman. Contaba la BBC que los datos muestran que, aunque lejos de los niveles históricos de finales del siglo XX, las exportaciones venezolanas se han recuperado de forma notable respecto al desplome de 2019. Eso indica que las sanciones no han paralizado el flujo, sino que lo han desplazado hacia circuitos más opacos y arriesgados. 

Como en el caso ruso, el castigo económico no elimina el comercio, lo encarece, lo vuelve menos transparente y refuerza la dependencia de redes informales y actores dispuestos a moverse en la ilegalidad.

En GenbetaLa gente nacida entre los años 1950 y 1970 están en un "pico" de bienestar emocional que los diferencia de las generaciones jóvenes

El Caribe como conflicto. Con portaaviones estadounidenses patrullando el Caribe, radares desplegados en islas cercanas a Venezuela y petroleros escoltados o invisibles navegando hacia Asia, el conflicto se sitúa en una peligrosa zona intermedia entre la presión económica y el enfrentamiento militar. Estados Unidos apuesta por el control del espacio y la logística regional a través de aliados discretos, mientras Venezuela responde con el mismo manual que ha permitido a otros países sancionados sobrevivir: flotas fantasma, descuentos agresivos y demostraciones puntuales de fuerza. 

El Caribe, durante décadas asociado al turismo y al comercio, vuelve así a ser un escenario de alta tensión geopolítica donde cada radar instalado y cada petrolero interceptado acerca un poco más el riesgo de un choque que nadie reconoce querer, pero para el que ambos bandos parecen prepararse.

Imagen: US Navy

En Xataka | La situación entre EEUU y Venezuela solo necesita un incidente para escalar en algo más: ese incidente ya está aquí

En Xataka | En plena tensión con EEUU, Venezuela ha presentado su simulador de drones: es igual a un juego de Steam de tres euros

Fuente original: Leer en Xataka
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