La queja del PNV por la ausencia de una disculpa de Felipe VI durante los actos de recuerdo del bombardeo de Gernika vuelve a poner de relieve una constante del nacionalismo: la búsqueda de agravios que le permitan reafirmar su identidad frente al Estado. El presidente del PNV, Aitor Esteban, lamentó que el Rey no imitara el gesto del presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, quien sí pidió perdón en nombre de su país. Pero la comparación es tan forzada como injusta. Alemania fue la responsable directa del ataque, porque la Legión Cóndor actuaba bajo órdenes del Tercer Reich. Su disculpa se inscribe en una cultura política que, desde la derrota de 1945, ha asumido una responsabilidad histórica por los crímenes del nazismo. España, en cambio, vivía en 1937 una guerra civil fratricida, cuyos bandos ya no representan ni simbólicamente a la España constitucional de 1978. Pretender que el actual jefe del Estado pida perdón por un acto cometido por una facción sublevada hace casi 90 años supone confundir deliberadamente los planos históricos para obtener rédito político.
Felipe VI hizo lo que corresponde a un monarca parlamentario: honrar a las víctimas, subrayar el sufrimiento causado y reivindicar la convivencia democrática. No le compete reescribir la historia desde la lógica dicotómica del nacionalismo, donde España siempre aparece como sujeto opresor y Euskadi como víctima. Su papel, por el contrario, es representar a todos los españoles, incluidos los vascos. Lo que subyace en la queja del PNV no es una demanda ética, sino una disputa por el marco simbólico, la misma que plantean cada año los nacionalistas catalanes con motivo del fusilamiento de Lluís Companys cuando exigen esas mismas disculpas al Estado español.
Por otro lado, resulta llamativo que el PNV, tan exigente con las responsabilidades ajenas, nunca haya llevado a cabo una reflexión profunda sobre las propias. Si se trata de pedir perdón por herencias morales, quizá correspondería al nacionalismo vasco reconocer el racismo y el carácter abiertamente reaccionario de su fundador, Sabino Arana. No es un detalle menor: su pensamiento, impregnado de xenofobia y pulsiones antiliberales, está en las raíces ideológicas del movimiento. Esa sombra, cuidadosamente disimulada, también merecería una enmienda, y más aún cuando se reclama a otros asumir culpas que no son propias.
Resulta igualmente revelador que el nacionalismo exija disculpas por 1937 mientras continúa mostrando enormes resistencias para asumir un balance moral claro sobre el terrorismo de ETA. Ahí sí falta un "perdón" inequívoco, sin matices ni equidistancias. La memoria de Gernika requiere verdad histórica y respeto a las víctimas, no su utilización política.
Felipe VI hizo lo que corresponde a un monarca parlamentario: honrar a las víctimas, subrayar el sufrimiento causado y reivindicar la convivencia democrática. No le compete reescribir la historia desde la lógica dicotómica del nacionalismo, donde España siempre aparece como sujeto opresor y Euskadi como víctima. Su papel, por el contrario, es representar a todos los españoles, incluidos los vascos. Lo que subyace en la queja del PNV no es una demanda ética, sino una disputa por el marco simbólico, la misma que plantean cada año los nacionalistas catalanes con motivo del fusilamiento de Lluís Companys cuando exigen esas mismas disculpas al Estado español.
Por otro lado, resulta llamativo que el PNV, tan exigente con las responsabilidades ajenas, nunca haya llevado a cabo una reflexión profunda sobre las propias. Si se trata de pedir perdón por herencias morales, quizá correspondería al nacionalismo vasco reconocer el racismo y el carácter abiertamente reaccionario de su fundador, Sabino Arana. No es un detalle menor: su pensamiento, impregnado de xenofobia y pulsiones antiliberales, está en las raíces ideológicas del movimiento. Esa sombra, cuidadosamente disimulada, también merecería una enmienda, y más aún cuando se reclama a otros asumir culpas que no son propias.
Resulta igualmente revelador que el nacionalismo exija disculpas por 1937 mientras continúa mostrando enormes resistencias para asumir un balance moral claro sobre el terrorismo de ETA. Ahí sí falta un "perdón" inequívoco, sin matices ni equidistancias. La memoria de Gernika requiere verdad histórica y respeto a las víctimas, no su utilización política.