Friday, 12 de December de 2025
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En 2024 llegó un paquete bomba a un avión. Fue el inicio de la gran amenaza a Europa: la de un “fantasma” cruzando las líneas rojas

En 2024 llegó un paquete bomba a un avión. Fue el inicio de la gran amenaza a Europa: la de un “fantasma” cruzando las líneas rojas
Artículo Completo 1,447 palabras
Europa vive una transformación estratégica que pocos habían imaginado posible en tan poco tiempo. Lo que comenzó como una serie de “pinchazos” (apagones intermitentes, incendios sospechosos, incursiones menores) se ha convertido en un patrón coherente: una campaña de guerra híbrida dirigida que ya no se limita a desestabilizar, sino que explora deliberadamente los umbrales de lo que puede infligir sin provocar una respuesta militar directa.  Todo empezó hace un año. La escalada silenciosa. La trama se explica con mayor claridad desde julio de 2024, cuando varios paquetes de DHL explotaron en centros logísticos de Reino Unido, Polonia y Alemania, artefactos lo bastante potentes como para derribar un avión si hubieran detonado en pleno vuelo.  El episodio, una bomba infiltrada en el corazón del sistema aéreo europeo, marcó un antes y un después, porque mostró hasta qué punto Moscú estaba dispuesta a tensionar la seguridad continental y porque expuso la fragilidad de un Viejo Continente atrapado entre una Rusia cada vez más agresiva y unos Estados Unidos cuyo compromiso ha dejado de ser fiable. Desde entonces, Europa ya no contempla la guerra híbrida como una molestia periférica, sino como una amenaza estructural que apunta a infraestructuras críticas, a la cohesión social y al propio entramado institucional europeo. En Xataka Mercadona ha encontrado un filón para crecer más allá de su marca blanca y la comida preparada: el turismo El laboratorio ruso. Contaba esta semana el Financial Times que la campaña rusa se ha ido afinando en amplitud y profundidad. Los servicios de inteligencia europeos han desactivado complots para descarrilar trenes repletos de pasajeros, incendiar centros comerciales, dañar presas o contaminar el agua de zonas urbanas. Los ataques no son improvisaciones aisladas: responden a un modelo de “gig economy” del sabotaje en el que jóvenes reclutados por Telegram, criminales locales o extranjeros con permisos de residencia actúan como peones prescindibles para objetivos que desconocen.  Plus: son difíciles de detectar, imposibles de anticipar y legalmente ambiguos, pues pocas veces existe una conexión directa con la inteligencia rusa que permita acusarlos de espionaje. El caso del sabotaje ferroviario frustrado en Polonia (un explosivo colocado en la línea Varsovia-Lublin que estuvo a segundos de provocar una masacre) expuso ese patrón en su forma más clara: entrada y salida sin obstáculos, financiación en criptomonedas, identidades falsas expedidas por Moscú y una cadena de mando difusa que desemboca en intermediarios como Mikhail Mirgorodsky o incluso redes manejadas por antiguos miembros de Wagner.  Y hay más. Sí, porque cada célula descubierta sugiere otras aún no detectadas, y lo preocupante no son los errores de los saboteadores (incapaces a veces de borrar vídeos de sus propios atentados) sino la escala que este modelo ofrece a una Rusia resentida por décadas de expulsiones diplomáticas y rearmada doctrinalmente para un periodo prebélico. La doctrina que vuelve. Los analistas del ISS contaban hace poco que los archivos del KGB y de la StB (la inteligencia checoslovaca) revelan paralelismos inquietantes entre los manuales de sabotaje de la Guerra Fría y lo que Europa presencia hoy. Los objetivos enumerados hace décadas (bases militares, infraestructuras energéticas, presas, sistemas de comunicación, transporte) coinciden casi exactamente con los blancos de los últimos dos años.  Igual de reveladora es la secuenciación doctrinal: durante épocas de paz, ataques menores con apariencia de accidentes, en fases prebélicas, sabotaje masivo, incremento del riesgo tolerado y creciente disposición a causar víctimas civiles, y  en guerra abierta, activación total de redes clandestinas para operaciones letales. El preludio de algo más gordo. Lo contamos hace muy poco. Si se quiere, Europa parece haber entrado de lleno en un estadio intermedio: una fase pre-guerra donde cada incidente funciona también como reconocimiento ofensivo, un ejercicio permanente de razvedka boyem para medir la capacidad de reacción occidental, localizar vulnerabilidades y explotar cualquier debilidad.  El episodio de los drones no identificados sobre aeropuertos y bases militares europeas ilustra esta dinámica: incursiones baratas, de origen incierto, que revelaron fallos sistémicos en la defensa aérea continental y que, por su efecto replicador (copias, bromas, histeria, falsas alarmas) multiplican el desgaste psicológico y financiero. Un continente sin red. Recordaba el New York Times esta mañana un problema añadido para Europa: que si la amenaza rusa escala, la otra mitad del problema es la desconexión creciente con Estados Unidos. Por primera vez desde 1945, Europa percibe que Washington no está inequívocamente de su lado en una cuestión de guerra y paz. La administración Trump no solo presiona a Kiev para aceptar un acuerdo en los términos de Moscú, también redefine a Europa como un actor sospechoso, critica la integridad democrática de sus gobiernos y promete apoyar abiertamente a la ultraderecha europea.  El resultado es un escenario inédito: una Rusia que intensifica su campaña híbrida, una Ucrania que depende casi por completo del apoyo continental y una Europa que debe financiar su propia seguridad al tiempo que compensa la retirada de capacidades estadounidenses (satélites, misiles de largo alcance, mando y control) que no puede reemplazar antes de 2029, el año que la OTAN considera límite para disponer de una disuasión creíble. Los líderes europeos afrontan, además, presupuestos exhaustos, electorados hostiles a un aumento del gasto militar y una extrema derecha en ascenso que Moscú ve como un multiplicador estratégico. La batalla del dinero. El debate interno europeo sobre cómo financiar la resistencia ucraniana refleja la magnitud del desafío. Para sostener a Kiev durante los próximos dos años se necesitan unos 200.000 millones de dólares, cifra inasumible sin activar los 210.000 millones de euros en activos rusos congelados en Europa.  ¿El problema? Ahora mismo lleva el nombre de Bélgica, que custodia la mayoría a través de Euroclear, y que teme represalias de Moscú y la posible erosión de la credibilidad del euro como refugio seguro. Washington, pese a su ambigüedad estratégica, también presiona para que esos fondos no se toquen, pues su eventual devolución forma parte del esquema estadounidense para un acuerdo de paz favorable a Rusia.  One more thing. Y, sin embargo, sin ese dinero, Europa tendría que coordinar (fuera del marco de la UE) un préstamo colosal y políticamente explosivo. La encrucijada es tan profunda que en Berlín y París empiezan a admitir que esta decisión marcará si Europa sigue siendo un actor geopolítico relevante o si se convierte en “el juguete de otros”. En Xataka Las V16 querían sustituir al triángulo y reducir riesgos. Han terminado demostrando que también pueden crearlos Obligados a despertar. Los mandos europeos reconocen que, incluso sin Trump, la arquitectura de defensa continental debería cambiar: Europa debe prepararse para pelear sola, porque podría no tener elección. Y así todo, la factura sería enorme: más gasto militar, nuevos sistemas de reclutamiento, reindustrialización bélica acelerada y un consenso social que aún no existe.  La paradoja es que Europa ve en Ucrania su línea de defensa y a la vez no asume plenamente lo que significa sostenerla. Sin presión económica real sobre Moscú, sin garantías de seguridad sólidas para un eventual acuerdo, sin voluntad política para asumir riesgos mayores (como advierte Anna Wieslander, del Atlantic Council) el precio futuro será más alto o, quizá, intolerable. Quizás por ello, la pregunta ya no parece tanto si Europa está siendo atacada, sino si está dispuesta a asumir lo que implica defenderse. Porque, como advierten los propios analistas, cuando un patrón se mueve y actúa como un ataque, no lo parece, lo es.  Imagen | 7th Army Training Command, RawPixel, II En Xataka | Europa se enfrenta a una pregunta que ya no puede evitar: cómo responder a una guerra que rara vez se declara En Xataka | Europa ha decidido pasar a la acción contra la guerra híbrida de Moscú. Así que Alemania ha iniciado la caza de drones rusos  - La noticia En 2024 llegó un paquete bomba a un avión. Fue el inicio de la gran amenaza a Europa: la de un “fantasma” cruzando las líneas rojas fue publicada originalmente en Xataka por Miguel Jorge .
En 2024 llegó un paquete bomba a un avión. Un año después Europa no solo no sabe su nombre: está llenando de “bombas” todo el continente

La pregunta ya no es si Europa está siendo atacada, sino si está dispuesta a asumir lo que implica defenderse

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Miguel Jorge

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Europa vive una transformación estratégica que pocos habían imaginado posible en tan poco tiempo. Lo que comenzó como una serie de “pinchazos” (apagones intermitentes, incendios sospechosos, incursiones menores) se ha convertido en un patrón coherente: una campaña de guerra híbrida dirigida que ya no se limita a desestabilizar, sino que explora deliberadamente los umbrales de lo que puede infligir sin provocar una respuesta militar directa. 

Todo empezó hace un año.

La escalada silenciosa. La trama se explica con mayor claridad desde julio de 2024, cuando varios paquetes de DHL explotaron en centros logísticos de Reino Unido, Polonia y Alemania, artefactos lo bastante potentes como para derribar un avión si hubieran detonado en pleno vuelo. 

El episodio, una bomba infiltrada en el corazón del sistema aéreo europeo, marcó un antes y un después, porque mostró hasta qué punto Moscú estaba dispuesta a tensionar la seguridad continental y porque expuso la fragilidad de un Viejo Continente atrapado entre una Rusia cada vez más agresiva y unos Estados Unidos cuyo compromiso ha dejado de ser fiable. Desde entonces, Europa ya no contempla la guerra híbrida como una molestia periférica, sino como una amenaza estructural que apunta a infraestructuras críticas, a la cohesión social y al propio entramado institucional europeo.

En XatakaMercadona ha encontrado un filón para crecer más allá de su marca blanca y la comida preparada: el turismo

El laboratorio ruso. Contaba esta semana el Financial Times que la campaña rusa se ha ido afinando en amplitud y profundidad. Los servicios de inteligencia europeos han desactivado complots para descarrilar trenes repletos de pasajeros, incendiar centros comerciales, dañar presas o contaminar el agua de zonas urbanas. Los ataques no son improvisaciones aisladas: responden a un modelo de “gig economy” del sabotaje en el que jóvenes reclutados por Telegram, criminales locales o extranjeros con permisos de residencia actúan como peones prescindibles para objetivos que desconocen. 

Plus: son difíciles de detectar, imposibles de anticipar y legalmente ambiguos, pues pocas veces existe una conexión directa con la inteligencia rusa que permita acusarlos de espionaje. El caso del sabotaje ferroviario frustrado en Polonia (un explosivo colocado en la línea Varsovia-Lublin que estuvo a segundos de provocar una masacre) expuso ese patrón en su forma más clara: entrada y salida sin obstáculos, financiación en criptomonedas, identidades falsas expedidas por Moscú y una cadena de mando difusa que desemboca en intermediarios como Mikhail Mirgorodsky o incluso redes manejadas por antiguos miembros de Wagner

Y hay más. Sí, porque cada célula descubierta sugiere otras aún no detectadas, y lo preocupante no son los errores de los saboteadores (incapaces a veces de borrar vídeos de sus propios atentados) sino la escala que este modelo ofrece a una Rusia resentida por décadas de expulsiones diplomáticas y rearmada doctrinalmente para un periodo prebélico.

La doctrina que vuelve. Los analistas del ISS contaban hace poco que los archivos del KGB y de la StB (la inteligencia checoslovaca) revelan paralelismos inquietantes entre los manuales de sabotaje de la Guerra Fría y lo que Europa presencia hoy. Los objetivos enumerados hace décadas (bases militares, infraestructuras energéticas, presas, sistemas de comunicación, transporte) coinciden casi exactamente con los blancos de los últimos dos años. 

Igual de reveladora es la secuenciación doctrinal: durante épocas de paz, ataques menores con apariencia de accidentes, en fases prebélicas, sabotaje masivo, incremento del riesgo tolerado y creciente disposición a causar víctimas civiles, y  en guerra abierta, activación total de redes clandestinas para operaciones letales.

El preludio de algo más gordo. Lo contamos hace muy poco. Si se quiere, Europa parece haber entrado de lleno en un estadio intermedio: una fase pre-guerra donde cada incidente funciona también como reconocimiento ofensivo, un ejercicio permanente de razvedka boyem para medir la capacidad de reacción occidental, localizar vulnerabilidades y explotar cualquier debilidad. 

El episodio de los drones no identificados sobre aeropuertos y bases militares europeas ilustra esta dinámica: incursiones baratas, de origen incierto, que revelaron fallos sistémicos en la defensa aérea continental y que, por su efecto replicador (copias, bromas, histeria, falsas alarmas) multiplican el desgaste psicológico y financiero.

Un continente sin red. Recordaba el New York Times esta mañana un problema añadido para Europa: que si la amenaza rusa escala, la otra mitad del problema es la desconexión creciente con Estados Unidos. Por primera vez desde 1945, Europa percibe que Washington no está inequívocamente de su lado en una cuestión de guerra y paz. La administración Trump no solo presiona a Kiev para aceptar un acuerdo en los términos de Moscú, también redefine a Europa como un actor sospechoso, critica la integridad democrática de sus gobiernos y promete apoyar abiertamente a la ultraderecha europea. 

El resultado es un escenario inédito: una Rusia que intensifica su campaña híbrida, una Ucrania que depende casi por completo del apoyo continental y una Europa que debe financiar su propia seguridad al tiempo que compensa la retirada de capacidades estadounidenses (satélites, misiles de largo alcance, mando y control) que no puede reemplazar antes de 2029, el año que la OTAN considera límite para disponer de una disuasión creíble. Los líderes europeos afrontan, además, presupuestos exhaustos, electorados hostiles a un aumento del gasto militar y una extrema derecha en ascenso que Moscú ve como un multiplicador estratégico.

La batalla del dinero. El debate interno europeo sobre cómo financiar la resistencia ucraniana refleja la magnitud del desafío. Para sostener a Kiev durante los próximos dos años se necesitan unos 200.000 millones de dólares, cifra inasumible sin activar los 210.000 millones de euros en activos rusos congelados en Europa. 

¿El problema? Ahora mismo lleva el nombre de Bélgica, que custodia la mayoría a través de Euroclear, y que teme represalias de Moscú y la posible erosión de la credibilidad del euro como refugio seguro. Washington, pese a su ambigüedad estratégica, también presiona para que esos fondos no se toquen, pues su eventual devolución forma parte del esquema estadounidense para un acuerdo de paz favorable a Rusia. 

One more thing. Y, sin embargo, sin ese dinero, Europa tendría que coordinar (fuera del marco de la UE) un préstamo colosal y políticamente explosivo. La encrucijada es tan profunda que en Berlín y París empiezan a admitir que esta decisión marcará si Europa sigue siendo un actor geopolítico relevante o si se convierte en “el juguete de otros”.

En XatakaLas V16 querían sustituir al triángulo y reducir riesgos. Han terminado demostrando que también pueden crearlos

Obligados a despertar. Los mandos europeos reconocen que, incluso sin Trump, la arquitectura de defensa continental debería cambiar: Europa debe prepararse para pelear sola, porque podría no tener elección. Y así todo, la factura sería enorme: más gasto militar, nuevos sistemas de reclutamiento, reindustrialización bélica acelerada y un consenso social que aún no existe. 

La paradoja es que Europa ve en Ucrania su línea de defensa y a la vez no asume plenamente lo que significa sostenerla. Sin presión económica real sobre Moscú, sin garantías de seguridad sólidas para un eventual acuerdo, sin voluntad política para asumir riesgos mayores (como advierte Anna Wieslander, del Atlantic Council) el precio futuro será más alto o, quizá, intolerable.

Quizás por ello, la pregunta ya no parece tanto si Europa está siendo atacada, sino si está dispuesta a asumir lo que implica defenderse. Porque, como advierten los propios analistas, cuando un patrón se mueve y actúa como un ataque, no lo parece, lo es. 

Imagen | 7th Army Training Command, RawPixel, II

En Xataka | Europa se enfrenta a una pregunta que ya no puede evitar: cómo responder a una guerra que rara vez se declara

En Xataka | Europa ha decidido pasar a la acción contra la guerra híbrida de Moscú. Así que Alemania ha iniciado la caza de drones rusos 

Fuente original: Leer en Xataka
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