Las dos últimas rondas de contactos entre el Kremlin y los enviados de Trump han confirmado que el proceso de paz para Ucrania está técnicamente vivo, pero políticamente bloqueado. Putin aprovechó la llegada de los emisarios para lanzar una ofensiva verbal: acusó a Europa de torpedear la paz, insinuó que la UE “está del lado de la guerra”, y dijo que Rusia no desea un conflicto continental pero que, si Europa inicia uno, “estamos preparados ahora mismo”.
Un proceso de paz atrapado. Para Moscú, las conversaciones son “muy útiles” en tanto le permiten sondear los límites de Washington y explorar qué está dispuesto a sacrificar a cambio de un alto el fuego estable. Para Estados Unidos, son una ocasión de acercar posiciones sin reconocer abiertamente que el plan original favorecía demasiado a Rusia y era inaceptable para Kiev.
Cinco horas de reunión en Moscú sirvieron para revisar versiones sucesivas del documento estadounidense, pero no para generar una “opción de compromiso”: Rusia acepta algunos elementos, rechaza otros con “actitud crítica e incluso negativa” y, sobre todo, mantiene intacto su objetivo de traducir sus avances militares en ganancias territoriales formalizadas sobre el papel.
En Directo al Paladar
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Las líneas rojas de Moscú. En el centro del desacuerdo está la cuestión territorial. Moscú insiste en que Ucrania debe renunciar al 20% de Donetsk que aún conserva, mientras presume (no sin contestación de Kiev) de haber tomado Pokrovsk, un nudo logístico clave que llevaba más de un año intentando capturar con un gran coste en vidas y material. Esta insistencia no es solo cartográfica: forma parte de una lógica de maximización, en la que las victorias en el frente se utilizan como argumento para endurecer las condiciones políticas.
A ello se suman otras exigencias estructurales: recortes profundos en las fuerzas armadas ucranianas, límites severos a la ayuda militar occidental y un encaje de Ucrania en la esfera de influencia rusa que vaciaría de contenido su soberanía formal. En ese contexto, hablar de “progreso” es, en realidad, hablar de márgenes: Washington explora hasta dónde puede ceder sin que Kiev lo perciba como una capitulación, mientras Rusia calcula cuánto puede estirar sus demandas sin romper del todo el canal diplomático que le resulta útil para ganar tiempo y legitimar su narrativa.
Diplomacia paralela y señales contradictorias. El papel de Witkoff y Kushner añade una capa de ambigüedad al proceso. No son diplomáticos clásicos, sino emisarios políticos que operan en una zona gris entre la diplomacia oficial y la política doméstica estadounidense. Su presencia en Moscú, tras reunirse con ucranianos en Florida y revisar un plan de 28 puntos que inicialmente inclinaba el tablero hacia Moscú, envía varias señales a la vez: a Kiev se le muestra que Washington “escucha” sus objeciones y retoca el documento, a Moscú se le deja claro que la Casa Blanca está dispuesta a seguir negociando marcos de concesiones, y a Europa se le recuerda que la conversación decisiva sigue siendo, ante todo, Washington-Moscú.
La declaración de Trump calificando la guerra como un “lío” difícil de resolver encaja con ese enfoque: más que una estrategia cerrada, la administración parece buscar un acuerdo que reduzca el coste político y económico de la guerra para Estados Unidos, aunque el equilibrio final sea muy delicado para Ucrania.
Europa como chivo expiatorio. Las palabras de Putin sobre Europa revelan una estrategia perfectamente calculada: presentar a las capitales europeas como el verdadero obstáculo para la paz, acusándolas de “estar del lado de la guerra” y de impedir que Washington cierre un acuerdo. Al decir que “Europa está evitando que la administración estadounidense logre la paz en Ucrania”, el Kremlin intenta varias cosas a la vez: presionar a los europeos para que rebajen sus exigencias, alimentar el cansancio de guerra en las sociedades occidentales y abrir una brecha entre Estados Unidos y sus aliados, sugiriendo que Washington sería más flexible si no estuviera atado por las “demandas europeas”.
La amenaza añadida de que Rusia “no pretende luchar contra Europa, pero está lista si Europa empieza” tiene un doble efecto: funciona como advertencia militar y, al mismo tiempo, como mensaje interno para reforzar la idea de una Rusia sitiada que solo se defiende.
El riesgo de quedar aislado. Para Ucrania, el juego cruzado es especialmente peligroso. Zelenskiy insiste en recibir garantías de seguridad “vivibles” para el futuro, es decir, mecanismos que impidan un nuevo ataque ruso una vez firmado un acuerdo. Se opone frontalmente a cualquier fórmula que le obligue a ceder territorio que hoy controla o a reducir su ejército hasta niveles que lo dejen indefenso.
Pero, al mismo tiempo, sabe que una parte de las capitales europeas y de la clase política estadounidense busca, cada vez con más urgencia, un desenlace que congele la guerra y estabilice el frente, aunque eso consagre un statu quo muy desfavorable para Ucrania. Su margen consiste en apoyarse en el bloque europeo más duro (aquellos países que ven en un mal acuerdo un precedente desastroso para la seguridad continental) y en recordar que cualquier reconstrucción creíble pasa por usar activos rusos congelados y por un entramado de garantías occidentales que haga políticamente inasumible otro ataque del Kremlin.
El cálculo de fuerza de Putin. Las amenazas de “cortar a Ucrania del mar por completo” y de intensificar los ataques contra puertos y buques que entren en ellos encajan en una estrategia más amplia: combinar avances lentos pero constantes en el Donbás con la capacidad de estrangular la economía ucraniana y encarecer la protección de sus corredores marítimos.
Cada ciudad tomada o parcialmente controlada sirve al Kremlin como prueba de que el tiempo juega a su favor y de que puede subir el precio de la paz en cada revisión del plan. Los editoriales de medios afines, como Komsomolskaya Pravda, refuerzan esta idea al presentar las negociaciones como un escenario en el que Rusia puede permitirse endurecer sus condiciones según “más y más territorio ucraniano” pasa a sus manos. El mensaje implícito es claro: si las actuales propuestas ya parecen duras, la próxima ronda podría ser peor para Kiev si la guerra continúa.
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Incertidumbre. El resultado final es un proceso de paz que formalmente sigue abierto, pero que se mueve sobre una asimetría peligrosa. Rusia entra en las conversaciones con la iniciativa militar en varios sectores del frente y con un pliego de exigencias que se acerca a la rendición parcial de Ucrania. Estados Unidos trata de modular ese pliego para hacerlo mínimamente presentable a Kiev y a sus aliados, sin aparecer como el poder que empuja a Ucrania a ceder.
Europa, por su parte, intenta no quedar reducida al papel de comparsa, mientras es acusada desde Moscú de sabotear la paz y, desde algunas voces en Washington, de no compartir suficientemente los costes. En medio de todo ello, Ucrania lucha por no convertirse en objeto de negociación entre otros, sino en sujeto que define qué sacrificios son asumibles y cuáles equivalen a renunciar a su futuro como país independiente.
Esa es, en el fondo, la batalla real que se libra tras las mesas, los comunicados tibios y las frases calculadas de “progreso útil” pero insuficiente.
Imagen | Ministry of Defense of Ukraine, Presidential Executive Office of Russia, Zohra Bensemra
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La noticia
La ronda de reuniones para la paz en Ucrania ha finalizado. Rusia dice que “está lista”, pero para la guerra con Europa
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Miguel Jorge
.
La ronda de reuniones para la paz en Ucrania ha finalizado. Rusia dice que “está lista”, pero para la guerra con Europa
El mensaje implícito es claro: si las actuales propuestas ya parecen duras, la próxima ronda podría ser peor para Kiev si la guerra continúa
Las dos últimas rondas de contactos entre el Kremlin y los enviados de Trump han confirmado que el proceso de paz para Ucrania está técnicamente vivo, pero políticamente bloqueado. Putin aprovechó la llegada de los emisarios para lanzar una ofensiva verbal: acusó a Europa de torpedear la paz, insinuó que la UE “está del lado de la guerra”, y dijo que Rusia no desea un conflicto continental pero que, si Europa inicia uno, “estamos preparados ahora mismo”.
Un proceso de paz atrapado. Para Moscú, las conversaciones son “muy útiles” en tanto le permiten sondear los límites de Washington y explorar qué está dispuesto a sacrificar a cambio de un alto el fuego estable. Para Estados Unidos, son una ocasión de acercar posiciones sin reconocer abiertamente que el plan original favorecía demasiado a Rusia y era inaceptable para Kiev.
Cinco horas de reunión en Moscú sirvieron para revisar versiones sucesivas del documento estadounidense, pero no para generar una “opción de compromiso”: Rusia acepta algunos elementos, rechaza otros con “actitud crítica e incluso negativa” y, sobre todo, mantiene intacto su objetivo de traducir sus avances militares en ganancias territoriales formalizadas sobre el papel.
Las líneas rojas de Moscú. En el centro del desacuerdo está la cuestión territorial. Moscú insiste en que Ucrania debe renunciar al 20% de Donetsk que aún conserva, mientras presume (no sin contestación de Kiev) de haber tomado Pokrovsk, un nudo logístico clave que llevaba más de un año intentando capturar con un gran coste en vidas y material. Esta insistencia no es solo cartográfica: forma parte de una lógica de maximización, en la que las victorias en el frente se utilizan como argumento para endurecer las condiciones políticas.
A ello se suman otras exigencias estructurales: recortes profundos en las fuerzas armadas ucranianas, límites severos a la ayuda militar occidental y un encaje de Ucrania en la esfera de influencia rusa que vaciaría de contenido su soberanía formal. En ese contexto, hablar de “progreso” es, en realidad, hablar de márgenes: Washington explora hasta dónde puede ceder sin que Kiev lo perciba como una capitulación, mientras Rusia calcula cuánto puede estirar sus demandas sin romper del todo el canal diplomático que le resulta útil para ganar tiempo y legitimar su narrativa.
Diplomacia paralela y señales contradictorias. El papel de Witkoff y Kushner añade una capa de ambigüedad al proceso. No son diplomáticos clásicos, sino emisarios políticos que operan en una zona gris entre la diplomacia oficial y la política doméstica estadounidense. Su presencia en Moscú, tras reunirse con ucranianos en Florida y revisar un plan de 28 puntos que inicialmente inclinaba el tablero hacia Moscú, envía varias señales a la vez: a Kiev se le muestra que Washington “escucha” sus objeciones y retoca el documento, a Moscú se le deja claro que la Casa Blanca está dispuesta a seguir negociando marcos de concesiones, y a Europa se le recuerda que la conversación decisiva sigue siendo, ante todo, Washington-Moscú.
La declaración de Trump calificando la guerra como un “lío” difícil de resolver encaja con ese enfoque: más que una estrategia cerrada, la administración parece buscar un acuerdo que reduzca el coste político y económico de la guerra para Estados Unidos, aunque el equilibrio final sea muy delicado para Ucrania.
Europa como chivo expiatorio. Las palabras de Putin sobre Europa revelan una estrategia perfectamente calculada: presentar a las capitales europeas como el verdadero obstáculo para la paz, acusándolas de “estar del lado de la guerra” y de impedir que Washington cierre un acuerdo. Al decir que “Europa está evitando que la administración estadounidense logre la paz en Ucrania”, el Kremlin intenta varias cosas a la vez: presionar a los europeos para que rebajen sus exigencias, alimentar el cansancio de guerra en las sociedades occidentales y abrir una brecha entre Estados Unidos y sus aliados, sugiriendo que Washington sería más flexible si no estuviera atado por las “demandas europeas”.
La amenaza añadida de que Rusia “no pretende luchar contra Europa, pero está lista si Europa empieza” tiene un doble efecto: funciona como advertencia militar y, al mismo tiempo, como mensaje interno para reforzar la idea de una Rusia sitiada que solo se defiende.
El riesgo de quedar aislado. Para Ucrania, el juego cruzado es especialmente peligroso. Zelenskiy insiste en recibir garantías de seguridad “vivibles” para el futuro, es decir, mecanismos que impidan un nuevo ataque ruso una vez firmado un acuerdo. Se opone frontalmente a cualquier fórmula que le obligue a ceder territorio que hoy controla o a reducir su ejército hasta niveles que lo dejen indefenso.
Pero, al mismo tiempo, sabe que una parte de las capitales europeas y de la clase política estadounidense busca, cada vez con más urgencia, un desenlace que congele la guerra y estabilice el frente, aunque eso consagre un statu quo muy desfavorable para Ucrania. Su margen consiste en apoyarse en el bloque europeo más duro (aquellos países que ven en un mal acuerdo un precedente desastroso para la seguridad continental) y en recordar que cualquier reconstrucción creíble pasa por usar activos rusos congelados y por un entramado de garantías occidentales que haga políticamente inasumible otro ataque del Kremlin.
El cálculo de fuerza de Putin. Las amenazas de “cortar a Ucrania del mar por completo” y de intensificar los ataques contra puertos y buques que entren en ellos encajan en una estrategia más amplia: combinar avances lentos pero constantes en el Donbás con la capacidad de estrangular la economía ucraniana y encarecer la protección de sus corredores marítimos.
Cada ciudad tomada o parcialmente controlada sirve al Kremlin como prueba de que el tiempo juega a su favor y de que puede subir el precio de la paz en cada revisión del plan. Los editoriales de medios afines, como Komsomolskaya Pravda, refuerzan esta idea al presentar las negociaciones como un escenario en el que Rusia puede permitirse endurecer sus condiciones según “más y más territorio ucraniano” pasa a sus manos. El mensaje implícito es claro: si las actuales propuestas ya parecen duras, la próxima ronda podría ser peor para Kiev si la guerra continúa.
Incertidumbre.El resultado final es un proceso de paz que formalmente sigue abierto, pero que se mueve sobre una asimetría peligrosa. Rusia entra en las conversaciones con la iniciativa militar en varios sectores del frente y con un pliego de exigencias que se acerca a la rendición parcial de Ucrania. Estados Unidos trata de modular ese pliego para hacerlo mínimamente presentable a Kiev y a sus aliados, sin aparecer como el poder que empuja a Ucrania a ceder.
Europa, por su parte, intenta no quedar reducida al papel de comparsa, mientras es acusada desde Moscú de sabotear la paz y, desde algunas voces en Washington, de no compartir suficientemente los costes. En medio de todo ello, Ucrania lucha por no convertirse en objeto de negociación entre otros, sino en sujeto que define qué sacrificios son asumibles y cuáles equivalen a renunciar a su futuro como país independiente.
Esa es, en el fondo, la batalla real que se libra tras las mesas, los comunicados tibios y las frases calculadas de “progreso útil” pero insuficiente.