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La verdad del España-Malta: aquellos rumores de planes A y B... y todo lo demás<br>

La verdad del España-Malta: aquellos rumores de planes A y B... y todo lo demás<br>
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En 1983 España avanzaba hacia la modernidad a la velocidad de un Talbot Horizon trucado (lo de ‘tuneado’ llegaría más tarde), al ritmo de un cassette de los Chunguitos o de Barón Rojo (aún no habíamos sido informados de que la Movida nos ponía a nivel internacional), y con la dulzura de una balada de José Luis Perales o Julio Iglesias. Se sabía que vivíamos grandes tiempos, que estábamos llamados a grandes cosas. Si el Reich de Adolfo iba a durar mil años y si posteriormente la España de Aznar iría bien, Alfonso Guerra proclamaba que a la España salida de las elecciones del 28 de octubre de 1982 no la iba a conocer ni la madre que la parió. wf_cms.rss.read_more
Selección Española de fútbolLa otra cara del España-Malta: Aquellos rumores de planes A y B...Carlos Santillana durante el España-MaltaEFE
  • FERNANDO M. CARREÑO
Actualizado 23/12/2025 - 19:19CETMostrar comentarios24

En 1983 España avanzaba hacia la modernidad a la velocidad de un Talbot Horizon trucado (lo de ‘tuneado’ llegaría más tarde), al ritmo de un cassette de los Chunguitos o de Barón Rojo (aún no habíamos sido informados de que la Movida nos ponía a nivel internacional), y con la dulzura de una balada de José Luis Perales o Julio Iglesias. Se sabía que vivíamos grandes tiempos, que estábamos llamados a grandes cosas. Si el Reich de Adolfo iba a durar mil años y si posteriormente la España de Aznar iría bien, Alfonso Guerra proclamaba que a la España salida de las elecciones del 28 de octubre de 1982 no la iba a conocer ni la madre que la parió.

El fútbol, eso sí, iba más o menos como siempre. El Mundial 82 aún dolía pero España era España. Como si Marty McFly hubiera dirigido la Revolución reclamada y el futuro fuera en realidad el pasado, el nuevo seleccionador español era Miguel Muñoz, veterano jugador del Real Madrid de los años 50 y desde entonces en un banquillo tras otro. Ya había sido seleccionador en 1969, durante una triste jornada de Finlandia, pero eso es otra historia. Confió en gente nueva, sí, en la línea clásica española de que si pasa algo hay que buscar responsables antes que soluciones, pero al fin y al cabo los goles los tenía que seguir metiendo Santillana, que había estado antes y durante el Mundial…

Pero hacia la Eurocopa 84 se empezó a caminar con otro aire. Al menos, con el aire de que como después del Mundial 82 las cosas no podían ir peor, ya se mejoraría de alguna manera. La fase de grupos ayudó a cambiar el panorama: ya no estaban ni Yugoslavia ni Rumanía, eternos compañeros de viaje en los años 70. Holanda -que ya no era la de Cruyff y Neeskens, ni todavía la de Gullit y Van Basten-, Irlanda, Islandia y Malta iban a ser los rivales por una plaza para la fase final de Francia.

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Se fueron pasando partidos a ciertas trancas y barrancas. En Irlanda se empató, por ejemplo (de 1-3 a 3-3 pasó el marcador) y con Holanda se perdió allí (2-1) y se ganó aquí (1-0), de forma que la cosa iba a depender de la diferencia general de goles. España no se caracterizaba por su facilidad anotadora, y todo pareció perdido cuando Holanda derrotó a Malta por goleada en sus dos encuentros. Primero, 0-6 y a mediados de diciembre del 1983, en el último partido de la fase por 5-0: ello obligaba a España a conseguir una diferencia general de 11 ante el débil equipo mediterráneo, contra el que también cerraba el torneo, para llevarse la plaza europea. En el 0-6 a domicilio, por cierto, Holanda no jugó en el estadio Ta’Qali maltés, pues estaba en pésimas condiciones, pero en el que sí tuvo que jugar España sin que el poco césped existente estuviera mucho mejor -de ‘patatal’ se calificó-. Se jugó en Aquisgrán (Alemania Federal), en un campo mucho más apto para el juego trenzado y ofensivo holandés. España protestó por el cambio de condiciones pero la UEFA dijo que verdes las habían segado.

En los siete partidos anteriores, el equipo de Miguel Muñoz había conseguido doce dianas, de forma que la empresa no parecía viable. Pero Vicente Miera, segundo entrenador a las órdenes de Muñoz, había asistido al partido en Holanda y había opinado que España, que se enfrentaba a Malta una semana más o menos después, les podía hacer once. Claro que había que tener en cuenta que cuando se jugó en la isla mediterránea el partido de ida, no solo fue que la selección sólo había conseguido hacer tres goles, sino que sus modestos rivales habían encajado dos en el marco español. Así que había que preparar las cosas a conciencia.

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El equipo se ocupó de sí mismo. Se jugaba en Sevilla. Miguel Muñoz cogió a los suyos y los concentró en Oromana, bajo una lluvia torrencial que duró varios días. De que un segundo grupo de trabajo se ocupase de tomar medidas en relación a la selección de Malta no tenemos más referencias que los hechos que sucedieron.

Uno de estos hechos, en realidad, no llegó a ocurrir. Informaciones de prensa y radio aludieron a que se había preparado un plan para agasajar a Malta. La idea era que en el breve periodo que los malteses iban a pasar en Sevilla conocieran a fondo el ambiente de la ciudad: que vivieran a cuerpo de rey y que el partido se les echara encima sin darse cuenta, agradablemente, entre juergas flamencas, capeas, visitas a bodegas, espectáculos y atracciones de ese tipo. Se llegó a rumorear que si algún jugador necesitaba incluso algún tipo de atención más íntima y personalizada, no tendría problemas en conseguirla. Al menos no se habló de atenciones al equipo arbitral.

Aquello, sin embargo, no se llevó a cabo en caso de ser cierto por una sainetesca razón: se supo del plan de antemano, y también de que había un presunto presupuesto dispuesto para el programa de celebraciones. Así que todo el ambiente artístico o seudoartístico sevillano estuvo algunos días en vilo buscando un contrato para el evento. Lógico

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Y claro, como el rumor se extendió tanto y para ese plan, de haber existido, era totalmente imprescindible la discreción, fue imposible llevarlo a cabo al trascender al conocimiento público. Eso si no eran ciertas las explicaciones que se dieron, de que en realidad se trataba de un festejo federativo que, además, no pudo llevarse a cabo por la lluvia. Total, que los jugadores malteses se quedaron de un modo u otro sin atenciones, y hubo de pasarse al plan B, que sería B en caso de que hubiera existido el plan A.

Malta llegó a Sevilla el día antes del partido. Que en el aeropuerto de San Pablo les perdieran las maletas pudo ser cosa casual, pues tal cosa sucede constantemente en todos los aeropuertos del mundo. Después, sin embargo, empezó una chusca expedición en busca de un lugar donde entrenar. Primero se les llevó a la Ciudad Deportiva del Betis, que en aquellos tiempos no pasaba de ser unos campos equiparables a los de cualquier barriada. Encima, dado el aguacero que llevaba días cayendo sobre Sevilla, sobre el terreno de juego se podía navegar tranquilamente. Los malteses, con buen sentido, dijeron que allí no entrenaban. Se les condujo entonces a otro campo, en mejores condiciones, pero recordemos que estábamos a 20 de diciembre y avanzaba la tarde: pidieron que se encendiera la iluminación, y no hubo forma de encontrar a quien tuviera las llaves de cuarto de interruptores. Total, que como la hora y la noche se echaban encima exigieron ser llevados al campo en el que se iba a jugar, el Benito Villamarín.

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Allí también se toparon con restricciones eléctricas. Los responsables del Betis presentes en el estadio se negaron con variados pretextos a encender los focos, y tan fuertes debían ser sus razones que no hubo manera de hacerlo. Los malteses, sin entrenar y bastante cabreados, se volvieron al autocar. Quizá preguntándose también cómo había tantos problemas con la electricidad en un sitio en el que llovía tanto.

Pero el vehículo tampoco estaba, o por lo menos no estaba disponible. El conductor se había ido a alguna parte, confiado en que los jugadores entrenarían y pasarían más tiempo en el estadio. Mientras esperaban, la expedición fue reconocida por transeúntes que les rodearon y, a diferencia de los agasajos ‘previstos’ en principio, hicieron lo posible por amedrentarles, aunque solamente de palabra. Cuando apareció el conductor los jugadores casi se lo comen. Nada más llegar al hotel los malteses pusieron un télex (la alta tecnología de la época, incluso el Teléfono Rojo URSS-EE.UU funcionaba también vía télex) a la UEFA exigiendo un delegado que velase porque el partido fuera ‘normal’. Se envió a un militar portugués llamado Carrillo do Rosario.

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Y el señor Carrillo, en el rato que estuvo en Sevilla, que fue más o menos el del partido, no vio nada o al menos no le dio importancia. Ni al momento en el que Bonello, el portero maltés, se acercó al árbitro, Goksel, para mostrarle algunos objetos que habían caído junto a él. Ni a los jugadores españoles cuando se dirigieron a la grada para pedir calma a ese sector de público. Escasa, por cierto, la entrada, el público se había congregado sobre todo tras la portería maltesa.

Último párrafo de la crónica de Belarmino Calvo 'Belarmo' en MARCA

El resto ya lo saben. España ganó por 12-1 tras llegarse 3-1 al descanso. Se fue a la Eurocopa, se llegó a la final, y el Mundial 82 y los años de decepciones parecieron quedar un tanto en el olvido. José Ángel de la Casa soltó su gallo en la narración televisiva del gol final, de Juan Señor y el encuentro pasó a todas las antologías y videotecas del fútbol español. Ya entrado el siglo XXI el portero Bonello protagonizó un anuncio televisivo en España en el que fue nombrado “el mejor amigo posible” aunque luego unas declaraciones a causa de una presunta narcotización a los malteses vía unos limones que les suministraron en el descanso agriaran un poco las relaciones. 

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Pero por entonces la selección española era ya campeona del mundo. Aquel 21 de diciembre de 1983, España durmió feliz y la televisión holandesa despidió su programación con un árbol de Navidad con 12 bolas negras. Y casi medio siglo después, España sigue viendo cada Navidad ese partido. Es nuestro 'Qué bello es vivir'...

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Fuente original: Leer en Marca
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