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Los parkings eran la gallina de los huevos de oro del ladrillo en España. Hasta que alguien creó el mamotreto de Las Teresitas

Los parkings eran la gallina de los huevos de oro del ladrillo en España. Hasta que alguien creó el mamotreto de Las Teresitas
Artículo Completo 1,088 palabras
La historia del mamotreto de Las Teresitas en Tenerife no es una excepción, sino un capítulo más de una larga tradición de intentos de pelotazo en la costa española, donde durante décadas el ladrillo avanzó sobre playas, marismas y acantilados al calor de recalificaciones exprés, convenios opacos y la promesa de un desarrollo turístico que casi nunca llegó como se había anunciado.  Esta fue su historia. Pelotazos con vistas al mar. De Marbella a El Algarrobico, pasando por urbanizaciones fantasma, hoteles ilegales y frentes marítimos convertidos en moneda de cambio política, el litoral ha sido uno de los grandes escenarios de la especulación, y cada nuevo caso recuerda hasta qué punto el conflicto entre interés público y ambición privada ha marcado la transformación (y a menudo la degradación) del paisaje costero en España. En Xataka Móvil Después de que un hacker demostrara los riesgos de la baliza Help Flash IoT, Vodafone y el fabricante han tenido que dar explicaciones Un símbolo que nació torcido. El mamotreto de Las Teresitas empezó a levantar sospechas mucho antes de convertirse en un caso judicial en la isla de Tenerife porque apareció donde no debía y como no debía, emergiendo sin explicaciones en pleno dominio público marítimo terrestre, sin carteles visibles y sin que nadie supiera con claridad qué se estaba construyendo frente a la playa ni bajo qué amparo legal.  Fue la mirada persistente de vecinos como Lola Schneider la que activó las primeras alarmas y convirtió aquel esqueleto de hormigón en algo más que una obra fea: en la prueba física de que en el frente de la playa se estaba ejecutando un proyecto que parecía caminar por delante de la ley y de la lógica urbanística. Cambiar la playa. Detrás del mamotreto estaba la ambición de transformar Las Teresitas en una gran playa urbana de referencia europea, con un plan firmado por Dominique Perrault que prometía soterrar aparcamientos, crear plazas abiertas y reorganizar los accesos al mar.  Sobre el papel, la mole visible debía quedar enterrada y convertirse en infraestructura invisible al servicio del espacio público, pero la ejecución parcial y la ruptura del equilibrio entre administraciones convirtieron esa promesa en una estructura abandonada, gris y dominante que acabó siendo justo lo contrario de lo que el proyecto decía perseguir. El pelotazo. La construcción del aparcamiento se insertó en el corazón del llamado pelotazo de Las Teresitas, ocupando servidumbres y suelo de dominio público sin las autorizaciones preceptivas de Costas y con modificaciones sustanciales del proyecto original.  Las sentencias posteriores dejaron claro que no se trataba de un defecto menor ni de un trámite olvidado, sino de un incumplimiento global de la normativa urbanística, con obras iniciadas sin respaldo legal mientras, en paralelo, el Ayuntamiento había comprado los terrenos del frente de playa por más de 52 millones de euros en una operación que ya estaba bajo la lupa judicial. La justicia llega. La paralización de las obras en 2007 marcó el punto de no retorno y abrió el camino a la investigación de la Fiscalía de Medio Ambiente, empujada por denuncias ecologistas y vecinales.  El proceso judicial acabó con condenas por prevaricación urbanística y delitos contra la ordenación del territorio, confirmadas por la Audiencia, que establecieron sin ambigüedades que el mamotreto se levantó sin autorización válida y en suelo protegido, desmontando cualquier intento posterior de reducir el problema a una simple cuestión de legalización parcial. El coste político y penal. No solo eso. Las condenas alcanzaron a exconcejales, técnicos y altos cargos, algunos de los cuales ya han cumplido íntegramente sus penas de prisión e inhabilitación, mientras otros siguen vetados para ejercer cargos públicos hasta finales de la década.  El caso quedó así fijado como un ramal más del gran escándalo de Las Teresitas, con responsabilidades penales claras y una obligación expresa de restitución del daño causado, que incluía el derribo del edificio a cargo de los condenados. El derribo. En el año 2017 se puso fin físicamente a una mole horrible que había quedado frente a la playa durante años. La llegada de la maquinaria pesada a la playa y el inicio visible del derribo marcaron el final material de una historia que se había prolongado durante más de una década.  La destrucción del hormigón, ejecutada en cumplimiento de una sentencia firme y tras años de retrasos, simbolizó el cierre de un ciclo en el que el mamotreto pasó de promesa urbana a ruina abandonada y, finalmente, a escombro, devolviendo al paisaje una playa que había quedado secuestrada por el fracaso de un “pelotazo”. En 3D Juegos Cambiar "lo siento" por otra palabra demuestra que tienes una inteligencia emocional superior a la media. Steve Jobs nos enseñó el poder de esa jugada Una más. Si se quiere también, aunque el mamotreto desapareció físicamente y las penas se dieron por cumplidas, su historia queda como advertencia permanente (una más) sobre los límites del urbanismo sin control, la fragilidad del dominio público frente a intereses políticos y económicos y el precio que puede pagar una ciudad cuando los proyectos se imponen a la legalidad.  Las Teresitas de Tenerife recuperó espacio y horizonte, pero el mamotreto se colocó en esa fila monstruosa que forma parte de la memoria colectiva de Canarias y España: la de los emblemas de cómo no se debe construir una ciudad ni, por supuesto, gestionar su patrimonio natural. Imagen | CARLOS TEIXIDOR CADENAS  En Xataka | El mamotreto de Añaza: el megahotel abandonado en la costa de Tenerife desde hace 40 años que nunca se terminó En Xataka | Canarias se enfrenta al dilema irremediable de limitar el turismo. Empezando por cobrar para subir al Teide - La noticia Los parkings eran la gallina de los huevos de oro del ladrillo en España. Hasta que alguien creó el mamotreto de Las Teresitas fue publicada originalmente en Xataka por Miguel Jorge .
Los parkings eran la gallina de los huevos de oro del ladrillo en España. Hasta que alguien creó el mamotreto de Las Teresitas

El mamotreto pasó a engrosar una fila monstruosa de España: la de los emblemas de cómo no se debe construir una ciudad ni gestionar su patrimonio natural

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Miguel Jorge

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La historia del mamotreto de Las Teresitas en Tenerife no es una excepción, sino un capítulo más de una larga tradición de intentos de pelotazo en la costa española, donde durante décadas el ladrillo avanzó sobre playas, marismas y acantilados al calor de recalificaciones exprés, convenios opacos y la promesa de un desarrollo turístico que casi nunca llegó como se había anunciado. 

Esta fue su historia.

Pelotazos con vistas al mar. De Marbella a El Algarrobico, pasando por urbanizaciones fantasma, hoteles ilegales y frentes marítimos convertidos en moneda de cambio política, el litoral ha sido uno de los grandes escenarios de la especulación, y cada nuevo caso recuerda hasta qué punto el conflicto entre interés público y ambición privada ha marcado la transformación (y a menudo la degradación) del paisaje costero en España.

En Xataka MóvilDespués de que un hacker demostrara los riesgos de la baliza Help Flash IoT, Vodafone y el fabricante han tenido que dar explicaciones

Un símbolo que nació torcido. El mamotreto de Las Teresitas empezó a levantar sospechas mucho antes de convertirse en un caso judicial en la isla de Tenerife porque apareció donde no debía y como no debía, emergiendo sin explicaciones en pleno dominio público marítimo terrestre, sin carteles visibles y sin que nadie supiera con claridad qué se estaba construyendo frente a la playa ni bajo qué amparo legal. 

Fue la mirada persistente de vecinos como Lola Schneider la que activó las primeras alarmas y convirtió aquel esqueleto de hormigón en algo más que una obra fea: en la prueba física de que en el frente de la playa se estaba ejecutando un proyecto que parecía caminar por delante de la ley y de la lógica urbanística.

Cambiar la playa. Detrás del mamotreto estaba la ambición de transformar Las Teresitas en una gran playa urbana de referencia europea, con un plan firmado por Dominique Perrault que prometía soterrar aparcamientos, crear plazas abiertas y reorganizar los accesos al mar. 

Sobre el papel, la mole visible debía quedar enterrada y convertirse en infraestructura invisible al servicio del espacio público, pero la ejecución parcial y la ruptura del equilibrio entre administraciones convirtieron esa promesa en una estructura abandonada, gris y dominante que acabó siendo justo lo contrario de lo que el proyecto decía perseguir.

El pelotazo. La construcción del aparcamiento se insertó en el corazón del llamado pelotazo de Las Teresitas, ocupando servidumbres y suelo de dominio público sin las autorizaciones preceptivas de Costas y con modificaciones sustanciales del proyecto original. 

Las sentencias posteriores dejaron claro que no se trataba de un defecto menor ni de un trámite olvidado, sino de un incumplimiento global de la normativa urbanística, con obras iniciadas sin respaldo legal mientras, en paralelo, el Ayuntamiento había comprado los terrenos del frente de playa por más de 52 millones de euros en una operación que ya estaba bajo la lupa judicial.

La justicia llega. La paralización de las obras en 2007 marcó el punto de no retorno y abrió el camino a la investigación de la Fiscalía de Medio Ambiente, empujada por denuncias ecologistas y vecinales. 

El proceso judicial acabó con condenas por prevaricación urbanística y delitos contra la ordenación del territorio, confirmadas por la Audiencia, que establecieron sin ambigüedades que el mamotreto se levantó sin autorización válida y en suelo protegido, desmontando cualquier intento posterior de reducir el problema a una simple cuestión de legalización parcial.

El coste político y penal. No solo eso. Las condenas alcanzaron a exconcejales, técnicos y altos cargos, algunos de los cuales ya han cumplido íntegramente sus penas de prisión e inhabilitación, mientras otros siguen vetados para ejercer cargos públicos hasta finales de la década. 

El caso quedó así fijado como un ramal más del gran escándalo de Las Teresitas, con responsabilidades penales claras y una obligación expresa de restitución del daño causado, que incluía el derribo del edificio a cargo de los condenados.

El derribo. En el año 2017 se puso fin físicamente a una mole horrible que había quedado frente a la playa durante años. La llegada de la maquinaria pesada a la playa y el inicio visible del derribo marcaron el final material de una historia que se había prolongado durante más de una década. 

La destrucción del hormigón, ejecutada en cumplimiento de una sentencia firme y tras años de retrasos, simbolizó el cierre de un ciclo en el que el mamotreto pasó de promesa urbana a ruina abandonada y, finalmente, a escombro, devolviendo al paisaje una playa que había quedado secuestrada por el fracaso de un “pelotazo”.

En 3D JuegosCambiar "lo siento" por otra palabra demuestra que tienes una inteligencia emocional superior a la media. Steve Jobs nos enseñó el poder de esa jugada

Una más. Si se quiere también, aunque el mamotreto desapareció físicamente y las penas se dieron por cumplidas, su historia queda como advertencia permanente (una más) sobre los límites del urbanismo sin control, la fragilidad del dominio público frente a intereses políticos y económicos y el precio que puede pagar una ciudad cuando los proyectos se imponen a la legalidad. 

Las Teresitas de Tenerife recuperó espacio y horizonte, pero el mamotreto se colocó en esa fila monstruosa que forma parte de la memoria colectiva de Canarias y España: la de los emblemas de cómo no se debe construir una ciudad ni, por supuesto, gestionar su patrimonio natural.

Imagen | CARLOS TEIXIDOR CADENAS 

En Xataka | El mamotreto de Añaza: el megahotel abandonado en la costa de Tenerife desde hace 40 años que nunca se terminó

En Xataka | Canarias se enfrenta al dilema irremediable de limitar el turismo. Empezando por cobrar para subir al Teide

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