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Política

Quién tendrá el coraje para empujar a la convivencia a la que apela el Rey; no sobran los audaces en nuestra clase política actual

Quién tendrá el coraje para empujar a la convivencia a la que apela el Rey; no sobran los audaces en nuestra clase política actual
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Felipe VI alerta rotundo contra la desafección por la «tensión en el debate público», pero extraña que orillara la corrupción y evitara un sutil mensajito a su padre, tan esperado por tantos ciudadanos Leer

Lo que daría Felipe VI por que su Mensaje de Navidad, la alocución televisada con la que cada Nochebuena se dirige a los españoles, no despertara expectación. Cuesta recordar que eso es lo que sucedió con la mayoría de los mensajes de su padre en tantos y tantos 24 de diciembre, hasta que el estallido de escándalos como el caso Nóos puso a la Monarquía en el más incómodo de los escenarios y el Rey empezó a verse obligado a deslizar ideas fuerza con tanta potencia como aquel "la Justicia es igual para todos", en alusión velada pero inequívoca a Urdangarin, que marcó un antes y un después en los mensajes navideños.

Desde que Don Felipe asumió el trono en 2014, cada una de sus intervenciones en esta fecha han estado rodeadas de un exceso de expectativas, unas veces por la enorme complejidad política en la que se está desarrollando su reinado, y otras por los interminables problemas de naturaleza familiar que inevitablemente interfieren en la labor de la Corona. Qué más quisiera el monarca, decíamos, que disfrutar de algún lapso de serenidad ambiental que le permitiera afrontar el Mensaje navideño como lo que realmente es, una tradición hasta cierto punto amable que permite a los distintos jefes de Estado en tantas naciones de nuestro entorno compartir algunas reflexiones desde la atalaya de la auctoritas que se concede a quien ocupa la máxima magistratura del país sin mayor pretensión.

Pero la realidad es que el Rey volvía a asomarse a los televisores en medio de dos circunstancias insoslayables: de un lado, la parálisis institucional y el calvario del desgobierno provocados por la falta de una mayoría parlamentaria que respalde al Ejecutivo, golpeado por toda clase de casos de corrupción que generan alarma a la ciudadanía; y, de otro, la enésima crisis que ha zarandeado en las últimas semanas a la propia Jefatura del Estado por el empecinamiento de su anterior titular en librar un pulso estéril contra todos, y hasta contra sí mismo, que también contribuye a elevar la crispación social y a que, de forma inexplicable e injusta, se perciba un deterioro institucional en España tan generalizado. Ante eso, qué difícil lo tenía Don Felipe para no desilusionar al respetable, toda vez que sus discursos no pueden ni rebajar la dignidad imprescindible de la Corona, ni apartarse un milímetro de la escrupulosa neutralidad.

Y seguramente por que veníamos de mensajes navideños mucho más contundentes en los últimos años, si en los aspectos formales se ha sido sobresaliente por parte de Zarzuela con un increíble avance en la concepción audiovisual de tan señalada cita, en lo gordiano, el contenido, se ha echado en falta esta vez algo más de vuelo bajo por parte del Rey. Llama, así, poderosamente la atención que haya escamoteado señalar directamente a la corrupción, a pesar de que hoy domina nuestra agenda pública, y el último barómetro del CIS alerta de cómo se ha disparado entre los españoles la preocupación por esta lacra. Del mismo modo que mal se entiende que en un discurso hilvanado sobre la importancia de la Transición y el recordatorio de los 50 años que se acaban de cumplir de los primeros pasos hacia la democracia, Don Felipe sorteara una apelación a la Monarquía, no con complacencia por lo que la institución ha supuesto en estas décadas, sino en este caso como recordatorio de la exigencia y responsabilidad máximas que atañe a todos sus miembros, en una respuesta inequívoca y muy necesaria a su padre, que a buen seguro muchos ciudadanos esperaban.

Imagen de la firma de la adhesión de España a las comunidades europeas en el Salón de Columnas del Palacio Real, en 1985.EFE

Sí tiene, sin embargo, aciertos la cuidadosa elección del contenido de un Mensaje que, en este formato más breve, gana una concisión mucho más acorde con la ocasión. Para empezar, que el Jefe del Estado nos conmine a todos a esforzarnos en la "convivencia", recordando el coraje que tuvieron aquellos líderes de la Transición que pensaban tan distinto pero tenían un objetivo superior común, no es ni mucho menos algo retórico y naif; antes al contrario, supone una advertencia lógica ante el riesgo creciente de polarización, radicalización y ruptura de las formas democráticas que cualquier español con los ojos y los oídos abiertos percibe con mayor o menor preocupación.

Esa inquietud del Rey nuestros próceres no deberían desdeñarla como hacían los tebanos con Tiresias, porque es demasiado lo que nos jugamos todos. "Los ciudadanos perciben que la tensión en el debate público provoca hastío, desencanto y desafección", alerta el Monarca. Bueno sería que tuviéramos unos responsables políticos a la altura para recoger el guante. "Preguntémonos, sin mirar a nadie, sin buscar responsabilidades ajenas: ¿qué podemos hacer cada uno de nosotros para fortalecer esa convivencia? ¿Qué líneas rojas no debemos cruzar? Estoy hablando de diálogo, porque las soluciones a nuestros problemas requieren del concurso, la responsabilidad y el compromiso de todos; estoy hablando de respeto en el lenguaje y de escucha de las opiniones ajenas; estoy hablando de especial ejemplaridad en el desempeño del conjunto de los poderes públicos; también de empatía; y de la necesidad de situar la dignidad del ser humano, sobre todo de los más vulnerables, en el centro de todo discurso y de toda política", dijo el Rey en el mejor momento de su intervención, llamando a una oportuna reflexión individual y colectiva que seguramente coincide con lo que reclama la mayoría social.

El canto europeísta de Don Felipe, que responde a la tónica defendida siempre por la Corona, reconforta igualmente en un momento en el que ese proyecto de libertades, democracia, derechos humanos y prosperidad compartida que es la UE está más asaeteada que nunca.

También merece mucho la pena destacar de este Discurso el subrayado que el Rey hace de su confianza en España. Puede parecer a priori una perogrullada y, sin embargo, la triste realidad es que en los últimos años pareciera que el Jefe del Estado es la única figura institucional que traslada la fe en lo que somos, pero no en lo que somos unos contra otros, rojos contra azules, sino en lo que de verdad somos todos, cada uno de su madre y de su padre. "España es, ante todo, un proyecto compartido: un modo de reunir -y de realizar- los intereses y aspiraciones individuales en torno a una misma noción del bien común", nos espolea el Rey, que nos recuerda que "somos un gran país", porque por momentos parece o que lo hemos olvidado o que ya no lo creemos.

Fuente original: Leer en El Mundo - España
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