Durante años, los datos sobre abandono animal en España han estado centrados en perros y gatos. Y aunque es una buena noticia que por fin exista un registro público y más preciso sobre cuántos de ellos entran cada año en refugios o centros municipales, la fotografía sigue siendo parcial. Falta una parte entera del encuadre, la de los pequeños animales considerados exóticos, desde conejos y cobayas hasta hámsteres y ratas. Nadie sabe cuántos se abandonan, cuántos mueren sin registro ni cuántos son rescatados. Y no es porque no existan, sino porque la ley no exige que estén documentados, identificados ni registrados. En otras palabras: no hay cifras porque no hay nombres.

Esa ausencia estadística es el síntoma de un vacío legal que condena a estos animales a la invisibilidad. Mientras que parece claro, al menos sobre el papel, que los perros y gatos gozan del estatus legal que los reconoce como seres sintientes y obliga a su identificación mediante microchip, los conejos, cobayas y otras especies continúan situados en una zona gris.

Una red pública insuficiente

A esa carencia de control se suma otro problema menos visible pero igualmente grave, y es que los animales exóticos que sí llegan a las instalaciones públicas de recogida lo hacen en condiciones que difícilmente garantizan su bienestar. En la práctica, acaban en los mismos centros de control animal que los perros y gatos abandonados, compartiendo espacios diseñados para especies con necesidades completamente distintas.

Basándose en su etología y principios básicos de bienestar, un conejo o una cobaya no deberían respirar el mismo aire cargado de ladridos, estrés y patógenos que un grupo de perros abandonados. Su fisiología es distinta, su sensibilidad al calor y al ruido también. Sin embargo, al no existir centros públicos especializados, los ayuntamientos apenas pueden ofrecer otra alternativa. Los veterinarios municipales hacen lo que pueden con los recursos disponibles, pero las condiciones son inadecuadas por diseño con el uso de jaulas improvisadas, temperatura ambiental inestable y ausencia de zonas de aislamiento.

Frente a esta precariedad institucional, la red que sostiene la vida de miles de estos animales suele ser puramente civil. Son asociaciones pequeñas, particulares y grupos de voluntarios quienes los acogen temporalmente en sus casas, costean su atención veterinaria y se organizan a través de redes sociales para buscarles adopciones. A menudo, trabajando con la discreción de una red clandestina, y gestionando decenas de casos al año que nunca figuran en ningún registro. Lo hacen porque nadie más lo hará.

Un refugio anónimo para pequeños animales

Quizá por eso ha llamado tanto la atención el experimento que acaba de ponerse en marcha en Suiza. En la localidad de Hilterfingen, una pequeña fundación llamada Tierklappe ha inaugurado el primer ‘buzon’ del país destinada exclusivamente a pequeños mamíferos domésticos como conejos, cobayas y otros roedores.

En lugar de abandonar un animal en el bosque, quien se vea en una situación desesperada puede depositar al animal anónimamente en una caja de madera ventilada y climatizada, situada junto al castillo de Hünegg. En cuanto se cierra la compuerta, el sistema avisa a los voluntarios de la fundación, que acuden en menos de una hora para recogerlo, revisarlo con un veterinario y trasladarlo a una casa de acogida.

“Cada animal cuenta”, resume su presidenta, Jasmin Reinhard. “En Suiza amamos mucho a nuestros perros y gatos, pero los conejos y los roedores siguen siendo los grandes olvidados”. La frase es el punto de partida de un proyecto piloto que busca prevenir el abandono y, al mismo tiempo, sensibilizar sobre las necesidades reales de estas especies.

Quien deposita un animal puede rellenar un formulario básico, en papel o en línea, con datos sobre su procedencia y estado de salud, información que servirá después para su recuperación. Una cámara interior notifica al equipo que la compuerta se ha cerrado, y a partir de ese momento se activa el protocolo y se inicia la revisión veterinaria, su estancia en una casa de acogida, publicación en el registro nacional suizo de animales encontrados y, tras dos meses, adopción responsable.

La presidenta de la fundación matiza que esta iniciativa no pretende ser un atajo para librarse de un animal por comodidad, sino un recurso de emergencia. “Está pensada para casos de verdadera necesidad, no para quien ya no quiere limpiar la jaula”, explica. Y, sobre todo, busca poner el foco donde nunca se ha querido mirar, en los animales cuyo sufrimiento no encaja en la narrativa convencional del abandono.