Análisis1981-2025: la 'tribalización' del PNV
Cuando Juan Carlos visitó Guernica, los nacionalistas cumplieron con su papel institucional. Hoy son el trémulo agradador de Bildu, socio preferente del PSOE

• FacebookX - TwitterWhatsAppTelegramLinkedInCopiar enlaceEnviar por email
• 2 comentariosMiembros de HB que, entonando el 'Eusko gudariak' , boicotearon en 1981 el discurso de Don JuanCarlos en Guernica.EFEJavier RedondoActualizado Viernes, 28 noviembre 2025 - 22:36
• Homenaje El duro recibimiento del PNV a Felipe VI en Gernika: le reprocha que no pida "perdón" por el bombardeo de 1937 y recuerda que la "monarquía fue puesta por Franco"
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El 4 de febrero de 1981 el Rey Juan Carlos visitó la Casa de Juntas de Guernica. La Casa Real era plenamente consciente de que los junteros proetarras de Herri Batasuna tratarían de boicotear su discurso y provocar incidentes. Lo habían anunciado. Así que el Rey llevaba consigo también un discurso alternativo. Finalmente fue el que pronunció. Apenas cuatro días antes había dimitido Adolfo Suárez. Al día siguiente, Felipe González trasladó al Rey su disposición a formar una mayoría alternativa.

El mismo día de la renuncia de Suárez, ETA secuestró al ingeniero José María Ryan, que salió un poco antes del trabajo para ver en televisión la despedida del presidente. ETA dio una semana de plazo para demoler la central nuclear de Lémoniz. Al cumplirse, el 6 de febrero, antes de medianoche, Ryan apareció tirado en la cuneta de un camino forestal con las manos atadas, los ojos vendados, algodón en la boca y un tiro en la nuca.

En la víspera de su viaje, Don Juan Carlos comunicó al general Armada su ascenso y traslado a Madrid como 2º JEME. «Me parece un error histórico», dijo Suárez, ya en funciones, a sus ministros. El nombramiento de Armada había sido el último encontronazo entre los dos pilares de la Transición, el Rey y Suárez. Tres semanas después Tejero irrumpió en el Congreso durante la investidura de Calvo Sotelo.

Aquel 4 de febrero de 1981 todo se desarrolló con una comedida y complaciente cortesía institucional, viciada por el recelo a que los representantes de ETA reventaran el acto. El Rey había aterrizado el día 3, que amaneció tupido y gris. Era la primera visita de Juan Carlos I al País Vasco. Mientras las autoridades lo recibían a pie de pista con los acordes del himno español, en las calles, los proetarras gritaban «Juan Carlos kanpora» e «¡Independentzia!». Empapelaron las paredes con distintos lemas: «Ni rey ni represión».

Durante el trayecto a la emblemática Sala de Juntas, los vítores acompañaron a la comitiva. Una vez iniciado el acto, intervinieron primero el diputado general de Vizcaya, José María Makua; el presidente del Parlamento vasco, Juan José Pujana; y, por último, el lehendakari, Carlos Garaikoetxea -todos del PNV-, que recibió así a los Reyes: «En nombre de Euskadi, bienvenidos a este pueblo que es el vuestro»: aplausos. Después intentó hablar el Monarca. Se levantó, se dirigió al atril y, al cabo de cuatro palabras, los diputados proetarras le interrumpieron y entonaron, puño en alto, el Eusko gudariak. La Reina Sofía, de riguroso negro, permaneció seria e impasible. El Rey mantuvo el tipo y esperó con una forzada media sonrisa. La propaganda proetarra sostiene que provocó a los junteros a que cantaran más alto, indicándoles que no se les oía. Hizo un gesto, pero probablemente era de contenido reproche. Agitó la mano derecha y se llevó un dedo a la sien. En seguida irrumpieron también los aplausos.

El desorden y los forcejeos duraron unos pocos minutos, acentuados por las dimensiones de la sala. El público estaba apretujado y al equipo de seguridad del Gobierno vasco le costó acceder a los escaños de la montaña o el gallinero. Los soliviantados junteros trataron de continuar su boicot entre gritos. Pujana llamó al orden e inmediatamente mandó desalojarlos.

El Tribunal Supremo absolvió a los 15 alborotadores en 1993. Ciertamente, el Rey fue abucheado, algo intolerable para los militares. Descontado el intento de sabotaje, los nacionalistas del PNV cumplieron con su papel institucional y los Reyes recibieron el calor de los ciudadanos vizcaínos. Por eso restaron importancia al altercado. Nada de lo que ocurrió allí influyó o aceleró el Golpe del 23-F, sobre el que ya había runrún. Sólo 48 horas después de despedir a los Reyes, Pujana valoró horrorizado el asesinato de Ryan: «Esta furia salvaje y asesina que está hundiendo en el odio y la miseria a nuestro pueblo debe ser erradicada».

En 2014, cuando Felipe VI fue coronado Rey, el lehendakari Urkullu evocó la visita de su padre y reconoció que sería un buen comienzo de reinado si el nuevo Monarca regresaba a Guernica. Aunque no consumó la invitación. Por fin, Felipe VI ha acudido a Guernica. Por alguna razón basada en poco sesudas consideraciones históricas, Aitor Esteban solicitó al Rey que pidiera, en nombre del «Estado español», «perdón» por los bombardeos de 1937. Como si el Rey lo fuera de parte porque, según sostiene Esteban, la Monarquía la impuso Franco.

El PNV hoy no tiene ningún Pujana, los ha dejado en el camino y sin resuello persiguiendo últimamente la zanahoria de Sánchez y la estela narrativa de Bildu. Todavía en 2011, su interlocutor le había reconocido a Zapatero, dando por hecho que las elecciones eran inevitables: «No sabemos qué más pedirte». Ahora lo tiene más claro: lo que quiera Bildu. Más aún, en 2018, un mes antes de votar a favor de la moción de censura a Rajoy, le había apoyado los Presupuestos. Contaron las crónicas que, inocentemente, el PNV fue arrastrado por Junts a la moción de censura. Hoy aflora también que exigió y hubo reparto de cromos.

Los proetarras salen de nuevo al paso del Rey, gritan lo mismo y completan sus conocimientos de euskera: «Erregea kanpora». Sus conlangusitas -creadores de lenguas-, ya han inventado la palabra rey; se dice: erregea. Los autoproclamados nuevos verdes también destrozaron una réplica del cuadro Guernica y su portavoz Matute ha situado a Felipe VI en el «bloque reaccionario». Así pues, no es que nada haya cambiado, sino que el tablero se ha inclinado mucho con el pretexto de que ETA no mata [no lo hace, pero le sirvió hacerlo]: A diferencia de 1981, Bildu tomó las calles, es socio preferente del PSOE de Sánchez y el PNV, su trémulo agradador.