- ANDREW HILL
El paquete salarial de 1 billón de dólares de Elon Musk potencia un largo historial de recompensas que impulsan el aumento de la remuneración de los ejecutivos.
No soy el único al que le cuesta asimilar la idea de Elon Musk como el primer billonario del mundo. "¿Qué significa eso y de qué se trata?", se preguntó el Papa León en una entrevista reciente.
El mes pasado, Tesla aprobó un extraordinario plan de incentivos, valorado en 1 billón de dólares en acciones para Musk si el consejero delegado cumple unos objetivos ambiciosos. Si este es un hito en la remuneración de los ejecutivos, parece fabulosamente remoto.
Para expresarlo en términos que Musk podría entender, imaginemos que la distancia desde el centro de la Tierra hasta su superficie representa 1 millón de dólares en remuneración de ejecutivos. Ese umbral probablemente fue superado por primera vez hace casi un siglo por Eugene Grace, presidente de Bethlehem Steel. Su bonus de 1,6 millones de dólares de 1929 —un "hecho extraordinario", según la revista Time— se descubrió, en una sincronización exquisita, justo cuando estalló la Gran Depresión. En la década de 1980, los mejor pagados superaban los 10 millones de dólares: en 1988, por ejemplo, el paquete salarial del ejecutivo de Disney, Michael Eisner, ascendió a 40 millones de dólares.
Hay que viajar 384.000 km, de la Tierra a la Luna, para llegar a un pago de 60 millones de dólares. Como remuneración total, esta cifra está ahora perfectamente al alcance de muchos CEO estadounidenses, si se incluyen las adjudicaciones de acciones. En 2024, los codirectores ejecutivos de Netflix, Ted Sarandos y Greg Peters, recibieron más de 60 millones de dólares cada uno, y muchos otros consejeros delegados estadounidenses superaron esa cantidad.
Con 56.000 millones de dólares, el paquete de opciones sobre acciones de 2018 del CEO de Tesla, anulado por un juez de Delaware a principios de 2024, superó con creces el destino interplanetario favorito de Musk, Marte, hasta llegar a algún lugar en el cinturón de asteroides entre el planeta rojo y Júpiter. Su retribución de un billón de dólares flota más allá de Neptuno, unas 17.000 veces la distancia de un simple viaje a la Luna.
Julia Hoggett, CEO de la Bolsa de Valores de Londres, declaró la semana pasada que estaba a favor de la postura adoptada últimamente por los consejos de administración de las empresas británicas al ofrecer mayores recompensas para atraer a ejecutivos internacionales. Sin embargo, puntualizó que "no me refiero a paquetes salariales al estilo de Elon Musk; hablamos de ser capaces de atraer y asegurarnos de que podemos ganar en la guerra por el talento".
Sin embargo, descartar a Musk y su plan de incentivos como ciencia ficción y pasar página pasa por alto dos puntos importantes.
En primer lugar, desde la década de 1920, la guerra por el talento se ha librado por ejecutivos que se comparan agresivamente con los salarios de sus homólogos, basándose en la idea errónea de que todos pueden obtener recompensas superiores a la media. La atracción gravitatoria del billón de dólares de Musk, los acabe recibiendo o no, seguramente recaerá sobre los avariciosos consejeros delegados que se llevan a casa "solo" ocho o nueve cifras. Podría disparar inexorablemente los salarios de todos los ejecutivos.
En segundo lugar, la retribución de Musk aniquila la relación, mencionada con frecuencia, entre el salario de los CEO y el salario medio de los trabajadores. Esta se mantuvo estable entre las décadas de 1940 y 1970 —era de 20 a 1 en 1965, por ejemplo— antes de dispararse en la década de 1990. El salario de los CEO estadounidenses ahora es más de 200 veces el salario de los empleados, o más de 600 a 1 en las empresas que pagan los salarios más bajos. Como señaló el Papa León, la "brecha cada vez mayor entre los niveles de ingresos de la clase trabajadora y el dinero que reciben los más ricos" tiene un tremendo peso en la polarización de la sociedad.
Seguramente a Musk le resulte tan fácil ganar su billón de dólares como viajar a los gélidos confines de nuestro sistema solar. La valoración de Tesla tendría que sextuplicarse hasta alcanzar los 8,5 billones de dólares. Algunos analistas han señalado que esto significa que el paquete es simplemente un plan de pago por rendimiento descomunal. Los accionistas también se enriquecerían enormemente si Musk alcanzara sus objetivos.
Pero la inquietud, expresada también por inversores institucionales, no es en vano. El fondo soberano de inversión de Noruega votó en contra del paquete salarial de Musk y añadió, con la modestia propia de los países nórdicos, "nos preocupa la cuantía total de la compensación, la dilución y la falta de mitigación del riesgo de las personas clave".
Esa es la verdadera razón por la que las recompensas de Musk son más difíciles de digerir que otros cuantiosos incrementos salariales de los consejeros delegados. El plan está tan fuera del alcance de la mayoría de los trabajadores que rompe el último y leve vínculo entre la remuneración de los ejecutivos y los salarios terrenales. La política de la envidia suele ser infructuosa, pero en esto coincido con el pontífice: si convertirse en billonario es "lo único que tiene valor hoy en día, entonces tenemos un grave problema".
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