Ensayos liberalesEl arte de gobernar
• TOM BURNS MARAÑÓN 28 NOV. 2025 - 01:47
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• Enviar por emailEl presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.Eduardo ParraEuropa Press
• La convicción de los mejores
• Del 20-N de 1975 al 20-N de 2025
• El futuro liberal conservador
Se ha llegado a un radical punto de inflexión en la gestión pública cuando el desmoronamiento de Frankenstein impide la aprobación parlamentaria del techo de gasto y fuerza la prórroga, un año más, de los presupuestos. La ingobernabilidad es todo un elefante en la habitación.
Según ese oráculo contemporáneo que es la inteligencia artificial se ha llegado a un punto de inflexión tecnológico que transforma de una manera fundamental cómo trabajamos, cómo nos comunicamos y cómo tomamos decisiones. Esto no es un augurio. Es la realidad, es el presente, es el ahora y afecta a la totalidad de la actividad humana. Lo sabe de manera instintiva hasta el más lerdo del vecindario. Parece que lo ignora una parte de la clase política que se aferra al business as usual.
En una era de destrucción supuestamente creativa que está marcada por el lema de "moverse rápido y romper cosas", se innova o se muere. Los viejos hábitos y los eslóganes del pasado ya no sirven. Refugiarse en ellos equivale a quedarse quieto como una liebre en el centro de una pista forestal ante los faros largos de un vehículo todo terreno que se aproxima con velocidad.
El desconocimiento de que el business del negociado ya no puede ser conducido como se ha venido haciendo toda la vida tiene su consecuencias y en el quehacer político las secuelas están a la vista. Se ha llegado a un radical punto de inflexión en la gestión pública cuando el desmoronamiento de Frankenstein impide la aprobación parlamentaria del techo de gasto y fuerza la prórroga, un año más, de los presupuestos de 2023. La ingobernabilidad es todo un elefante en la habitación.
Ya no vale diferir el problema con una patada hacia adelante, o hacia atrás, para así, de espaldas a la sede de la soberanía nacional, escurrir el potente paquidermo. El que manda ya no puede seguir a piñón fijo por la misma trayectoria porque está lloviendo a chuzos sobre lo ya estaba empantanado. La trayectoria del que manda no puede seguir siendo las misma menos que cambiar cuando llueve sobre mojado.
En cualquier otra democracia liberal el presidente de Gobierno hubiera dimitido cuando su Guardia de Corps, la motorizada del Peugeot, se enfrenta a juicios por corrupción y entra y sale de la cárcel. O cuando el Tribunal Supremo condena por un gravísimo delito al fiscal general que él nombró y que afirmó ser inocente de toda culpa. O cuando una gran gesta propagandística, los "Cincuenta años de Libertad", por ejemplo, ideada por él para enaltecer su poderío resulta ser un engorroso sainete que fue boicoteado por fulano y recibido con irritación por mengano y apatía por zutano.
El sanchismo esperaba confiadamente que la más alta judicatura archivase el caso de la revelación de secretos por Álvaro García Ortiz, el ya ex fiscal general. Nada le podía convenir más porque hubiera sido un gran triunfo ético y estético. La izquierda que vela por el interés general hubiera restregado la cara de la tramposa derecha con su superioridad moral. Pero se ha quedado con las ganas.
Lo que hace ahora el sanchismo es jugar la carta del victimismo. Acata la sentencia condenatoria y, a la vez, como explicó en estas páginas el martes Javier Ayuso, se hace el disléxico y la ataca. La derechona se ha lanzado a la yugular del probo García Ortiz y ha ejecutado poco menos que un golpe de Estado.
Enterrar a Montesquieu
Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda, comunista y la conciencia radical del Gobierno progresista de coalición habló con solemnidad, alto y claro, en la televisión pública: "Hago un llamamiento sincero a las gentes demócratas de nuestro país para que salgan a defender la democracia". Sobra decir que la democracia que pide amparar la líder de Sumar no incluye la independencia judicial. Siguiendo los pasos de Lenin, el socialismo XXI enterró hace décadas al tan traído y llevado Montesquieu.
Se derrumba el sanchismo y llegado a este punto de inflexión, ¿a dónde acude y a quien acude el ciudadano corriente y moliente y, sobre todo, adulto? Al atardecer de anteayer en Madrid muchos de la elitista "casta" que vilipendia la progresía llenaron el auditorio de la Fundación Rafael del Pino para escuchar a Mariano Rajoy que, escoltado por Alberto Núñez Feijóo y el historiador y jurista Benigno Pendás, presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, presentaba su último libro.
Titulado El arte de gobernar y publicado por Almuzara, el breve texto del anterior presidente el Gobierno es de fácil lectura. No es un tratado político, y esto lo anticipa Mariano Rajoy en su introducción, pero a lo largo de aforismos y de párrafos muy precisos y no exentos de la retranca que sabe emplear cuando está justificada, el autor trata de política con un acierto que todo lector sensato agradece.
Ahí donde se está en la realidad de las cosas porque se valora la experiencia y el sentido común, la moderación se premia. Gratifica a primera vista la mesura que recorre este corto manual del político gallego. "Tan irresponsable", escribe, "es la política de papeles para todos como la de expulsiones masivas". Pues estupendo. Todos de acuerdo en esto de la inmigración que es el tema de nuestro tiempo, aquí y en toda democracia próspera y avanzada.
Se agradecen los consejos que alguien que lleva cuarenta años en política les brinda a los jóvenes que entran en ella: "no insultes, es el recurso de los mediocres". O este que es puro rezume de rajoyismo: "Procura no enfadarte. Es una excelente forma de perder el tiempo. No sirve de nada. Además te llevará a cometer errores. Camina: te puede ayudar a estos efectos, sienta bien y no molestas a nadie".
También que Rajoy afirme que, por mucho que suene bien, "la expresión derecho a decidir... nunca está exenta de intención y sí de errores y riesgos... si en una parte de España se decide convocar a la gente a un referéndum para separarse del conjunto, se le está arrebatando a una mayoría de españoles el derecho a decidir sobre lo que quieren que sea su país".
En El arte de gobernar se suceden juicios sensatos con las cuales es de suponer, o de esperar, que una mayoría esté de acuerdo. Al comentarlo Feijóo alabó las tautologías que difunde su paisano y correligionario --"lo único serio es ser serio", por ejemplo- y dijo que el paso por la presidencia del gobierno de Rajoy fue "un sosiego".
El líder del Partido Popular no desaprovechó la ocasión para lanzar sus propios mensajes sobre la degradación de las instituciones bajo el sanchismo, el reto que supondrá reconstruirlas y su objetivo de que "los españoles vuelvan a confiar en la política".
Lo que, para sorpresa de nadie, se ahorró decir Feijóo fue que la degradación ya alcanzó un nivel de vértigo cuando gobernó Rajoy y el bipartidismo se fue a pique. En las elecciones generales de 2015 el grupo parlamentario popular pasó de 186 a 123 diputados y el socialista, que ya fue humillado en las elecciones de 2011, de 110 a 90.
A Rajoy le arruinó electoralmente Ciudadanos y a sus sucesores al frente del Partido Popular les acabó de desangrar Vox. El centro derecha español se enclaustró en una no bien definida moderación que tan sosegadamente perseguía el autor de El arte de gobernar y, desgraciadamente, todo el negociado estaba cambiando a su alrededor.
Correr y destrozar
El nuevo business, que es el de correr y destrozar las cosas, lo puso en práctica con cinismo y mendacidad el sanchismo. Pero, en este caso, tiene sus límites. Rajoy, por su parte, no tenía casta para ello. Ni la hubiera deseado.
Quienes no le quieren a Rajoy dirán que él fue esa liebre atrapada e inmóvil en el centro de la pista forestal ante los faros largos de un vehículo todo terreno que se aproxima con velocidad. En su libro escribe que es un "declarado defensor del bipartidismo, al menos de los partidos tradicionales". Es muy irónico que al perder la moción de censura en un fragmentado parlamento, acabó presidiendo el entierro de las formaciones dinásticas de la Democracia recuperada.
Se comprende por ello que el texto contiene muchos juicios acerca del populismo, entre ellos uno de Mario Vargas Llosa -"el populismo es el camino de la autodestrucción de la democracia"- que hace suyo. Rajoy condenó sin paliativos el fenómeno de la antipolítica cuando tomó la palabra. Desprecia el de "la extrema derecha, la extrema izquierda, la extrema nada y la extrema estupidez".
Lo altamente preocupante es que al arte de gobernar de los extremos se sirve de la inteligencia artificial. Y que no abunda el sensato pensamiento de quienes como Rajoy no tienen nada de simulado y falsificado. Y esto es irreal. El académico Pendás, historiador de la ideas políticas, recordó, en plan orteguiano, al público en la Fundación del Pino que "toda realidad ignorada tiene su venganza". La frase tiene distintas lecturas.
• Política
• OpiniónLos trucos que ya no le funcionan a MoncloaLas dudas sobre la idoneidad de PeramatoEl Gobierno asegura que acata la sentencia, pero ataca al Supremo Comentar ÚLTIMA HORA
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Se ha llegado a un radical punto de inflexión en la gestión pública cuando el desmoronamiento de Frankenstein impide la aprobación parlamentaria del techo de gasto y fuerza la prórroga, un año más, de los presupuestos. La ingobernabilidad es todo un elefante en la habitación.
Según ese oráculo contemporáneo que es la inteligencia artificial se ha llegado a un punto de inflexión tecnológico que transforma de una manera fundamental cómo trabajamos, cómo nos comunicamos y cómo tomamos decisiones. Esto no es un augurio. Es la realidad, es el presente, es el ahora y afecta a la totalidad de la actividad humana. Lo sabe de manera instintiva hasta el más lerdo del vecindario. Parece que lo ignora una parte de la clase política que se aferra al business as usual.
En una era de destrucción supuestamente creativa que está marcada por el lema de "moverse rápido y romper cosas", se innova o se muere. Los viejos hábitos y los eslóganes del pasado ya no sirven. Refugiarse en ellos equivale a quedarse quieto como una liebre en el centro de una pista forestal ante los faros largos de un vehículo todo terreno que se aproxima con velocidad.
El desconocimiento de que el business del negociado ya no puede ser conducido como se ha venido haciendo toda la vida tiene su consecuencias y en el quehacer político las secuelas están a la vista. Se ha llegado a un radical punto de inflexión en la gestión pública cuando el desmoronamiento de Frankenstein impide la aprobación parlamentaria del techo de gasto y fuerza la prórroga, un año más, de los presupuestos de 2023. La ingobernabilidad es todo un elefante en la habitación.
Ya no vale diferir el problema con una patada hacia adelante, o hacia atrás, para así, de espaldas a la sede de la soberanía nacional, escurrir el potente paquidermo. El que manda ya no puede seguir a piñón fijo por la misma trayectoria porque está lloviendo a chuzos sobre lo ya estaba empantanado. La trayectoria del que manda no puede seguir siendo las misma menos que cambiar cuando llueve sobre mojado.
En cualquier otra democracia liberal el presidente de Gobierno hubiera dimitido cuando su Guardia de Corps, la motorizada del Peugeot, se enfrenta a juicios por corrupción y entra y sale de la cárcel. O cuando el Tribunal Supremo condena por un gravísimo delito al fiscal general que él nombró y que afirmó ser inocente de toda culpa. O cuando una gran gesta propagandística, los "Cincuenta años de Libertad", por ejemplo, ideada por él para enaltecer su poderío resulta ser un engorroso sainete que fue boicoteado por fulano y recibido con irritación por mengano y apatía por zutano.
El sanchismo esperaba confiadamente que la más alta judicatura archivase el caso de la revelación de secretos por Álvaro García Ortiz, el ya ex fiscal general. Nada le podía convenir más porque hubiera sido un gran triunfo ético y estético. La izquierda que vela por el interés general hubiera restregado la cara de la tramposa derecha con su superioridad moral. Pero se ha quedado con las ganas.
Lo que hace ahora el sanchismo es jugar la carta del victimismo. Acata la sentencia condenatoria y, a la vez, como explicó en estas páginas el martes Javier Ayuso, se hace el disléxico y la ataca. La derechona se ha lanzado a la yugular del probo García Ortiz y ha ejecutado poco menos que un golpe de Estado.
Enterrar a Montesquieu
Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda, comunista y la conciencia radical del Gobierno progresista de coalición habló con solemnidad, alto y claro, en la televisión pública: "Hago un llamamiento sincero a las gentes demócratas de nuestro país para que salgan a defender la democracia". Sobra decir que la democracia que pide amparar la líder de Sumar no incluye la independencia judicial. Siguiendo los pasos de Lenin, el socialismo XXI enterró hace décadas al tan traído y llevado Montesquieu.
Se derrumba el sanchismo y llegado a este punto de inflexión, ¿a dónde acude y a quien acude el ciudadano corriente y moliente y, sobre todo, adulto? Al atardecer de anteayer en Madrid muchos de la elitista "casta" que vilipendia la progresía llenaron el auditorio de la Fundación Rafael del Pino para escuchar a Mariano Rajoy que, escoltado por Alberto Núñez Feijóo y el historiador y jurista Benigno Pendás, presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, presentaba su último libro.
Titulado El arte de gobernar y publicado por Almuzara, el breve texto del anterior presidente el Gobierno es de fácil lectura. No es un tratado político, y esto lo anticipa Mariano Rajoy en su introducción, pero a lo largo de aforismos y de párrafos muy precisos y no exentos de la retranca que sabe emplear cuando está justificada, el autor trata de política con un acierto que todo lector sensato agradece.
Ahí donde se está en la realidad de las cosas porque se valora la experiencia y el sentido común, la moderación se premia. Gratifica a primera vista la mesura que recorre este corto manual del político gallego. "Tan irresponsable", escribe, "es la política de papeles para todos como la de expulsiones masivas". Pues estupendo. Todos de acuerdo en esto de la inmigración que es el tema de nuestro tiempo, aquí y en toda democracia próspera y avanzada.
Se agradecen los consejos que alguien que lleva cuarenta años en política les brinda a los jóvenes que entran en ella: "no insultes, es el recurso de los mediocres". O este que es puro rezume de rajoyismo: "Procura no enfadarte. Es una excelente forma de perder el tiempo. No sirve de nada. Además te llevará a cometer errores. Camina: te puede ayudar a estos efectos, sienta bien y no molestas a nadie".
También que Rajoy afirme que, por mucho que suene bien, "la expresión derecho a decidir... nunca está exenta de intención y sí de errores y riesgos... si en una parte de España se decide convocar a la gente a un referéndum para separarse del conjunto, se le está arrebatando a una mayoría de españoles el derecho a decidir sobre lo que quieren que sea su país".
En El arte de gobernar se suceden juicios sensatos con las cuales es de suponer, o de esperar, que una mayoría esté de acuerdo. Al comentarlo Feijóo alabó las tautologías que difunde su paisano y correligionario --"lo único serio es ser serio", por ejemplo- y dijo que el paso por la presidencia del gobierno de Rajoy fue "un sosiego".
El líder del Partido Popular no desaprovechó la ocasión para lanzar sus propios mensajes sobre la degradación de las instituciones bajo el sanchismo, el reto que supondrá reconstruirlas y su objetivo de que "los españoles vuelvan a confiar en la política".
Lo que, para sorpresa de nadie, se ahorró decir Feijóo fue que la degradación ya alcanzó un nivel de vértigo cuando gobernó Rajoy y el bipartidismo se fue a pique. En las elecciones generales de 2015 el grupo parlamentario popular pasó de 186 a 123 diputados y el socialista, que ya fue humillado en las elecciones de 2011, de 110 a 90.
A Rajoy le arruinó electoralmente Ciudadanos y a sus sucesores al frente del Partido Popular les acabó de desangrar Vox. El centro derecha español se enclaustró en una no bien definida moderación que tan sosegadamente perseguía el autor de El arte de gobernar y, desgraciadamente, todo el negociado estaba cambiando a su alrededor.
Correr y destrozar
El nuevo business, que es el de correr y destrozar las cosas, lo puso en práctica con cinismo y mendacidad el sanchismo. Pero, en este caso, tiene sus límites. Rajoy, por su parte, no tenía casta para ello. Ni la hubiera deseado.
Quienes no le quieren a Rajoy dirán que él fue esa liebre atrapada e inmóvil en el centro de la pista forestal ante los faros largos de un vehículo todo terreno que se aproxima con velocidad. En su libro escribe que es un "declarado defensor del bipartidismo, al menos de los partidos tradicionales". Es muy irónico que al perder la moción de censura en un fragmentado parlamento, acabó presidiendo el entierro de las formaciones dinásticas de la Democracia recuperada.
Se comprende por ello que el texto contiene muchos juicios acerca del populismo, entre ellos uno de Mario Vargas Llosa -"el populismo es el camino de la autodestrucción de la democracia"- que hace suyo. Rajoy condenó sin paliativos el fenómeno de la antipolítica cuando tomó la palabra. Desprecia el de "la extrema derecha, la extrema izquierda, la extrema nada y la extrema estupidez".
Lo altamente preocupante es que al arte de gobernar de los extremos se sirve de la inteligencia artificial. Y que no abunda el sensato pensamiento de quienes como Rajoy no tienen nada de simulado y falsificado. Y esto es irreal. El académico Pendás, historiador de la ideas políticas, recordó, en plan orteguiano, al público en la Fundación del Pino que "toda realidad ignorada tiene su venganza". La frase tiene distintas lecturas.
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