Saturday, 06 de December de 2025
Economía

Estas son las mujeres que han hecho de Londres la capital mundial del divorcio

Estas son las mujeres que han hecho de Londres la capital mundial del divorcio
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En una profesión dominada por los hombres, para estas profesionales el derecho de familia se ha convertido en una forma de vida. Leer
Financial TimesEstas son las mujeres que han hecho de Londres la capital mundial del divorcio
  • JOSH SPERO Y SUZI RING
3 DIC. 2025 - 07:43El cantante británico Paul McCartney (centro), junto a la abogada especializada en divorcios Fiona Shackleton, en la Corte Suprema de Londres (Reino Unido), durante el proceso de separación de su ex mujer Heather Mills, en 2008.Andy RainEFE

En una profesión dominada por los hombres, para estas profesionales el derecho de familia se ha convertido en una forma de vida.

En el respetuoso silencio del tribunal, Fiona Shackleton, que representó al exBeatle Sir Paul McCartney en su divorcio en 2008, esperaba la sentencia del juez. Entonces, se vio sorprendida.

"Estaba escribiendo, y cuando de repente tuvo una sensación que me desconcertó. No entendía qué estaba pasando. Me estaban echando lentamente una botella de agua sobre la cabeza". Heather Mills, la que se convertiría en ex mujer de McCartney, reflejaba así su descontento con el resultado de su divorcio.

Shackleton no fue capaz de reaccionar. Podría haber denunciado a Mills ante el juez, pero le pareció ridículo. El secretario del juez salió con una toalla —"la toalla más asquerosa que he visto en mi vida". Entonces le dijo: "Su señoría dice que espera que esto le sirva".

Poco después, la imagen de Shackleton a la salida del juzgado valía más que mil acuerdos: su cabello rubio mojado y peinado hacia atrás, su rostro aún brillante, pero con una sonrisa. Su reacción hizo honor a su apodo: la "Magnolia de Acero".

La abogada Fiona Shackleton.EXPANSIÓN


Este no era el lugar donde Shackleton pensaba que acabaría; aparte de estar empapada, no contemplaba el derecho procesal ni el derecho de familia en su futuro. "Quería ser cocinera", explica en una sala de reuniones de su bufete, Payne Hicks Beach. "Quería complacer a la gente, quería preparar buena comida y quería tener mucha menos responsabilidad de la que he acabado teniendo".

Esa responsabilidad es evidente en sus casos más sonados. Representó al Príncipe de Gales (ahora Rey Carlos III) en su divorcio de Diana, princesa de Gales, y a su hermano, el entonces Príncipe Andrés, en el suyo, así como a miembros de la realeza mundial, celebridades y multimillonarios. En esos casos, a menudo se enfrenta a las mismas personas: un grupo de mujeres que se han convertido en las abogadas de familia más conocidas y exitosas de su generación.

Una forma de vida

Para estas mujeres —Shackleton, Sandra Davis de Mishcon de Reya, Frances Hughes de Hughes Fowler Carruthers, Diana Parker de Withers y Helen Ward de Stewarts Law— el derecho de familia se ha convertido en una forma de vida.

"Mi padre insistió rotundamente en que estudiara una carrera, pero ni por asomo me planteé ser abogada", recuerda Shackleton. "Hice mis exámenes de derecho para complacer a mi padre y me gradué con la mínima calificación". Posteriormente, se incorporó a Herbert Smith, pero solo le ofrecieron trabajos fuera del departamento de derecho de familia. Empezó a cocinar profesionalmente y, a principios de los 80, estaba sirviendo a unos ejecutivos corporativos el almuerzo que había preparado cuando los escuchó hablar de que necesitaban asesoramiento legal.

"Creo que puedo ayudar", recuerda haber dicho. "Me miraron horrorizados y me preguntaron: '¿Cómo?'. Y yo les respondí: 'Porque soy abogada'". En cuanto surgió una oportunidad laboral atractiva, se abrió la puerta a la posibilidad de volver al derecho. Los problemas personales del derecho de familia le atrajeron: "Siento curiosidad por los demás; instintivamente quiero mejorar las cosas".

La jurista comparte este cúmulo de casualidades con sus colegas de profesión. El derecho era una red de seguridad. Empezaron en un sector paternalista, a veces misógino, y alcanzaron prominencia a medida que Londres se convertía en un dinámico centro financiero, atrayendo a ricos —y sus problemas matrimoniales— de todo el mundo.

Esta es la historia de cómo mujeres que nunca quisieron ser abogadas de familia llegaron a liderar, transformar y definir su campo. Las han caricaturizado como divas, pero son profesionales que, en ocasiones han tenido que luchar por la igualdad y el respeto en su propio ámbito.

¿Tienes pensado quedarte embarazada? ¿Lloras con facilidad?

Frances Hughes no se sorprendió. Este tipo de preguntas eran habituales para las jóvenes de principios de los 80 en las entrevistas de los bufetes de abogados de Londres. Consiguió el trabajo, así que sus respuestas debieron ser convincentes.

Lo que le encantaba era tocar la viola, aunque no era su profesión. Tras crecer en un ambiente "muy católico" en una familia de músicos, donde solo los chicos iban a colegios privados, Hughes estaba cursando estudios de inglés en la Universidad de Oxford cuando empezó a trabajar en la oficina de orientación profesional. Aunque no había tenido contacto con el derecho más allá de ver dramas judiciales, otra estudiante de la oficina le dijo que quería estudiar derecho y eso despertó su interés. Era fácil obtener el título, dice, y barato, y su educación en Oxford le permitió acceder a entrevistas con suma facilidad.

En su primer bufete, Theodore Goddard, los clientes eran en su mayoría "insufribles": viudas que esperaban una actitud servilista, aunque también había ejemplos a seguir como Blanche Lucas, una emigrada húngara alta, que se había casado varias veces y era "muy buena bailarina de jazz", como la recuerda Hughes. Shackleton también recuerda que Lucas, "llegaba pavoneándose con un abrigo de visón largo". Ambas fueron miembros pioneros de la Academia Internacional de Abogados Matrimoniales (ahora de Familia), y a Shackleton le gustaba la sinceridad de Lucas.

La mentalidad abierta e intelectual de Lucas hizo que Hughes se interesara por el derecho de familia, pero también le atraía el hecho de que "Todos tienen una historia interesante si les haces las preguntas adecuadas. Ves a alguien que probablemente esté pasando por su peor momento y luego hay un desenlace".

Los hombres de la City para los que Hughes trabajaba eran "espantosos... y obviamente no sentían ninguna simpatía pr personas como yo, Diana, Sandra, Fiona y Helen". Pero esto al menos generó cierta solidaridad entre estas mujeres, aunque dos de ellas se enfrentaron en el divorcio más sonado de la década de 1990.

Divorcio real

Las declaraciones dieron la vuelta al mundo. En 1992, el príncipe Carlos y Diana, princesa de Gales, se separaron, y tres años después, Diana declaró a la BBC que "éramos tres en este matrimonio", en referencia a la relación extramatrimonial del príncipe Carlos con Camilla Parker Bowles.

Carlos estuvo representado por Farrer & Co, abogados de la familia real; Shackleton era la abogada personal del príncipe. Diana contrató a Mishcon de Reya: Lord Victor Mishcon, Anthony Julius y Sandra Davis. Aunque Diana recibió 17 millones de libras, perdió el título de "Su Alteza Real". Ambos grupos de abogados han mantenido la discreción: Shackleton se niega rotundamente a hablar del caso; en el despacho de Mishcon en Holborn, Davis se limita a decir que fue una gran responsabilidad y que el caso acaparó una atención extraordinaria.

La atención fue global, más que cualquier divorcio en décadas y Davis tuvo que ser firme desde sus comienzos. Su padre se mudó a Londres desde Checoslovaquia después de la guerra y su familia no era adinerada; En su caso, una profesión era una necesidad, y la serie Perry Mason le inculcó el amor por el derecho. Después de la universidad, le dijo a su mentor en Mishcons, donde estaba en prácticas, que quería ejercer en un bufete en Hackney, una zona conflictiva del este de Londres, en lugar de quedarse allí. "Respuesta equivocada", respondió su mentor.

Si Hughes trataba con viudas al principio de su carrera, Davis tenía un ritmo más acelerado. La década de 1980 marcó el final de una era en la que las conductas irrazonable aún tenían un gran peso en los acuerdos de divorcio, algo impensable hoy en día. Por ello, tenía un cajón de pruebas "con todo tipo de cosas que me habían dado y que, en realidad, no debería haber tenido": una bolsa de papel con bragas, la foto de un cliente en una fiesta de intercambio de parejas. "Se aportaban todo tipo de detalles sobre las relaciones de la gente".

Para cuando se produjo el divorcio real, este tipo de cosas empezaban a formar parte del pasado, pero el resto de la legislación sobre divorcios no había evolucionado desde la Ley de Causas Matrimoniales de 1973, que estableció el régimen moderno. En esencia, el cónyuge con menos recursos económicos —normalmente una mujer— obtenía el dinero suficiente para cubrir sus "necesidades razonables" (vivienda e ingresos), basándose en las pruebas que pudiera presentar y en lo que un juez considerara razonable.

No era "justo para las mujeres", afirma Davis. "No recibían una 'parte justa' de lo que habían aportado al matrimonio. Recibían lo que necesitaban. Y alguien tenía que evaluar sus necesidades en función de cuántas veces fueran a la ópera, al ballet o lo que fuera. Y luego el juez reducía la cantidad porque les parecía excesivo". Los abogados solían aconsejar a sus clientes que aumentaran sus gastos para inflar sus necesidades.

Procedimiento perverso

No era solo un procedimiento perverso; también era morboso. El juez aplicó una fórmula para calcular el acuerdo, conocida como el cálculo de Duxbury, teniendo en cuenta la rentabilidad probable de las inversiones, los impuestos a pagar y la fecha en que las tablas de mortalidad predecían el fallecimiento de la esposa. Como lo expresó posteriormente un lord, el acuerdo estaba diseñado para "agotar el capital en el momento teórico en que la esposa se tomaría su última copa de champán y fallecería, según lo predicho por las tablas".

Cuando el modelo fallaba, sus consecuencias eran más que teóricas: Parker hoy recibe clientes mayores que la llaman y le dicen: "Estoy completamente desamparada, ¿qué puedo hacer?". Y, por supuesto, no hay nada que puedan hacer.

Y entonces la Sra. White acudió a los tribunales.

Si este grupo de abogadas puede defender dos versiones de cada caso, hay algo en lo que están de acuerdo: White vs. White sorprendió a todos y lo cambió todo.

Martin y Pamela White se casaron en 1961, regentaron una granja lechera y tuvieron tres hijos juntos. Tras la ruptura del matrimonio a mediados de los 90, se les concedió el divorcio en 1997. La Sra. White recibió 800.000 libras esterlinas, de un total de 4,6 millones de libras esterlinas en activos, para comprar una casa y cubrir sus necesidades razonables; el Sr. White conservó el negocio y la granja. El Tribunal de Apelación elevó su indemnización a 1,5 millones de libras esterlinas debido a su contribución a la sociedad, y entonces la Cámara de los Lores, en aquel entonces el tribunal supremo, hizo algo inesperado.

En el año 2000, el tribunal dictaminó que la contribución de la Sra. White al matrimonio era de igual valor que la del Sr. White; criar a los hijos era tan importante para su sociedad como criar vacas. "En la búsqueda de un resultado justo, no cabe la discriminación entre marido y mujer y sus respectivos roles", dictaminó el tribunal. Las necesidades razonables cambiaron; ahora la división de bienes debía partir de la premisa de igualdad. El tribunal había modernizado de golpe la ley inglesa de divorcio, y el nuevo principio era la equidad.

Quizás sorprendentemente, dada su ya elevada reputación, ninguna de estas mujeres actuó en este caso, aunque la Sra. White estuvo representada por Payne Hicks Beach antes de que Fiona Shackleton se mudara allí.

Hughes, que calificó la decisión como "una enorme sorpresa para todos", afirma que la profesión jurídica comprendió que la situación había cambiado. De repente, Londres se convirtió en una jurisdicción importante donde los bienes se dividían inicialmente al 50%, una enorme ventaja para el cónyuge con menos recursos económicos. Sus abogados lucharían con uñas y dientes para que el caso tuviera lugar allí, ya que, además de la mitad de los bienes, el tribunal inglés tenía en cuenta los activos globales, lo que aumentaría la cantidad. Esto significó que la ciudad, que ya era un imán para los ricos, se convirtió instantáneamente en el lugar predilecto para divorcios de parejas con cierto estatus.

Lo paradójico, dice Davis, es que la Sra. White no se quedó con el 50%: "Como gastaron tanto dinero en costas, ella terminó recibiendo aproximadamente un tercio, pero se sentó un precedente".

Londres se convirtió en la capital del divorcio. En 2010, el Tribunal Supremo reforzó aún más el atractivo de la capital británica al dictaminar en el caso Radmacher vs. Granatino que los acuerdos prenupciales, bajo ciertas condiciones, eran válidos. Shackleton, representada por Nicolas Granatino, perdió la batalla; por su parte, Katrin Radmacher contrató a Ayesha Vardag, de Vardags.

Pero la certidumbre y la equidad parecen, para algunos abogados, tan lejanas como siempre. Hoy en día, litigan utilizando los acuerdos prenupciales (y postnupciales) como punto de partida, alegando injusticia o consentimiento comprometido. Cuestiones sobre contribuciones especiales (cuando los bienes de uno de los cónyuges se convierten en bienes comunes) han tenido que ser resueltas por los tribunales. "El nivel de arbitrariedad es tremendo", afirma Parker. Para ella, estudiar Derecho en Cambridge fue "una completa pérdida de tiempo". No tardó en mostrarse interesada en trabajar para la organización activista Consejo Nacional para las Libertades Civiles. "Decidí que me graduaría de abogada para tener una red de seguridad", dice, "y, por supuesto, el problema con las redes de seguridad es que uno cae en ellas".

Al igual que Hughes, una educación en Oxbridge le abrió las puertas a Parker, aunque los antiguos bufetes de abogados de la City estaban llenos de hombres, mientras que ella era, en sus propias palabras, "una activista de izquierdas". No fue hasta que el abogado principal durante su formación la llamó amoral y arremetió contra el bufete por haberla contratado, que su vena rebelde se despertó y decidió que le gustaba el Derecho. Ha trabajado en Withers desde entonces, convirtiéndose en la primera socia principal de un bufete de la City en 1998.

Actuó en el caso Miller y McFarlane, que redactó las normas sobre separación de bienes, y hace poco contribuyó a la anulación de un acuerdo postnupcial, en una sentencia clave, porque el marido no había presentado la declaración financiera adecuada.

A pesar de sus éxitos, o quizás inspirada por ellos, Parker no parece del todo cómoda con la situación post-White y post-Radmacher. Hay demasiada falta de previsión para su gusto. Por ejemplo, todavía no existen derechos para las parejas que conviven juntas, y los acuerdos prenupciales y postnupciales, en teoría contratos firmados libremente entre adultos bien informados, rara vez se ratifican sin presión externa. Ni siquiera la introducción en 2022 del divorcio "sin culpa", que puso fin a años de culpabilización entre parejas, cambió el hecho, afirma, de que "la autonomía personal choca constantemente con el patriarcado".

Todas estas mujeres llevan más de 40 años de carrera y ahora trabajan a ritmos diferentes. Ward es consultora en Stewarts Law, tras dejar un despacho más grande en el que trabajó durante 18 años, pero ahora está prácticamente jubilada. Shackleton, en cambio, sigue aspirando a mantenerse en activo "y creo que solo se está a la vanguardia cuando se ejerce. El tipo de trabajo que yo hago es difícil de hacer a medias".

Su capacidad para aprovechar las oportunidades no entusiasma a los abogados que se preguntan cuándo se jubilarán y dejarán espacio a nuevos nombres. Lo saben. "A los abogados más jóvenes no les gusta tener mucho que ver con nosotros", sostiene Hughes. Parker afirma que probablemente sea incómodo para la próxima generación que sigan en activo. "El problema es que los abogados de divorcio sí disfrutan de su trabajo". Y, presumiblemente, de los honorarios que cobran ahora.

Las cuestiones de sucesión son inevitables. Un grupo de los socios más prometedores de Payne Hicks Beach se han marchado. Davis espera que la reputación que ha forjado para Mishcons me trascienda a través de su equipo.

Derecho del futuro

La pregunta más importante es si el derecho de familia del futuro podrá acoger a estas estrellas de la profesión. Esta ha sido, según Davis, una época dorada para el sector: "Estábamos creando leyes, y como resultado, había muchos litigios. Había mucho por lo que luchar". Pero el derecho evoluciona más lentamente ahora. El auge, impulsado por el gobierno, de las formas alternativas de resolución de disputas, como el arbitraje, que se llevan a cabo fuera de los tribunales, significa que los litigios que traspasan los límites son menos comunes. Los clientes prefieren llegar a acuerdos extrajudiciales, evitando gastos y atención. El trabajo en equipo se recompensa; la próxima generación no prioriza a las personas, sino la colaboración.

El éxito de estas mujeres quizás se deba, en parte, a una peculiaridad histórica. El gobierno ha dejado que la ley de divorcio siga su curso, permitiendo que los jueces la desarrollen. Esto se logró mediante litigios, y los litigios hacen estrellas.

Constantemente se añaden nuevas piezas. Hughes tiene la ventaja sobre Shackleton en el caso Potanina, en el que la exesposa de un oligarca sancionado demanda que su divorcio ruso se reconsidere en Londres, alegando que el acuerdo original fue injusto. El bando de Shackleton perdió en el caso Standish vs. Standish, sobre la matrimonialización de bienes. Shackleton, como miembro de la Cámara de los Lores, ha apoyado un proyecto de ley para hacer más predecibles los acuerdos de divorcio, inspirado en el sistema escocés, que puede otorgar pensión alimenticia conyugal durante un número determinado de años después del divorcio.

Pero la cronología histórica no puede explicar el ascenso de estas personas; para eso, hay que analizar caso por caso.

Entonces, ¿forman estas profesionales un grupo? Sí y no, dicen.

Algunas se oponen a la idea. "No me siento en absoluto parte de un grupo", sostiene Shackleton. "Me siento en un grupo con la gente que trabaja conmigo. Ese es mi grupo". Ha habido largos periodos en los que unas se han peleado con otras, a menudo cuando se hirió su orgullo profesional. La anécdota más cómica es la de una pelea en una conferencia en San Petersburgo, cuando algunas de estas abogadas se enzarzaron en una competencia tácita por el mejor cómplice, según los presentes. Pero otro abogado, que prefirió no ser identificado, afirmó que el hecho de que estas abogadas asumieran casi automáticamente los mejores casos gracias a su (merecida) reputación "ha dejado sin recursos a otros abogados muy buenos, incluyendo más recientemente a los que se formaron con ellas".

También ha habido hombres exitosos —Raymond Tooth, Douglas Alexiou, Miles Preston—, pero otros "parecen haberse quedado atrás", afirma Davis. El éxito de estas mujeres desmiente cualquier generalización sobre si una "empatía innata femenina" les da ventaja; sus personalidades son completamente diferentes.

Al final de nuestras entrevistas con Shackleton, Hughes, Davis y Parker, les planteamos una pregunta: si podían decir algo positivo sobre cada una de las demás (incluida Ward). Algunas comenzaron con elogios —Parker, el genio técnico; Ward, la más trabajadora— antes de recurrir a elogios ambiguos o críticas directas; otras preguntaron si podían enviarnos un correo electrónico más tarde, e incluso entonces los comentarios fueron ambiguos. Hubo cosas que la persona elogiada reconoció: Hughes sabe que tiene fama de ser implacable; Parker, de ser fría. Una sencillamente dijo que no respetaba a otra abogada.

Estas dinámicas, o incluso sus autopercepciones, no las hacen pertenecer a un grupo. Así es como las ven sus colegas: cuando se les pide que nombren a las abogadas de familia más exitosas de su generación, nombran a las cinco, reconociendo su dominio, su coherencia y sus logros comunes.

"Son mujeres con un perfil excepcional. Lo único que diría es que todas somos bastante valientes", concluye Hughes.

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Fuente original: Leer en Expansión
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