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Las conexiones transfronterizas son clave para que la UE pueda relanzar su competitividad.
Uno de los lastres permanentes que arrastra Europa es su dificultad para avanzar con mayor velocidad en la integración de sus mercados, lo que penaliza la economía del conjunto. Precisamente uno de esos mercados, quizás de los más importantes, es el energético, que padece una deficiente interconexión entre los Estados miembros que dificulta que circule de forma eficiente la energía que podría contribuir a abaratar los costes energéticos, con lo que eso supondría en términos de mejora de la competitividad para la totalidad del tejido productivo de la Unión Europea, que está perdiendo la batalla de la productividad frente a otras importantes zonas del mundo como China y Estados Unidos.
La Comisión Europea quiere poner fin a este problema impulsando un ambicioso programa de autopistas energéticas que acaben de una vez por todas con este cuello de botella. No va a resultar fácil porque no es la primera vez que Bruselas se fija el propósito de impulsar las conexiones energéticas y fracasa. De hecho, la Comisión ya había establecido anteriormente el objetivo de alcanzar una interconexión del 15% entre los Estados miembros antes de 2030, pero las barreras burocráticas unas veces o la propia resistencia de algunos Estados otras ha acabado frustrando esta meta.
Uno de los países que más se resiste precisamente a incrementar esas conexiones es Francia, que históricamente ha arrastrado los pies a la hora de poner en marcha nuevas líneas de conexión eléctrica con la Península Ibérica, lo que ha provocado que España y Portugal sean prácticamente islas en términos energéticos en el conjunto de Europa. El problema para la Comisión Europea es que no parece que el gobierno de París esté dispuesto a modificar su comportamiento. En su proyecto de planificación energética para 2035 Francia ha excluido los enlaces transfronterizos, lo que es toda una declaración de intenciones. Bruselas va a tener que presionar si quiere llevar adelante un proyecto que, además de por las mejoras de costes, es esencial también para reforzar la seguridad de suministro y reducir vulnerabilidades en todo el continente.
El problema está identificado y la solución ya debería estar en marcha. Incluso, en estos momentos, la Unión Europea dispone de los fondos para ponerlo en marcha. Ya sólo falta que vencer la resistencia de algunos países a ceder soberanía en aras de un interés mayor.
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