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Vladímir Putin siempre fue más de judo que de ajedrez. Pero la orden de apresamiento de Garri Kaspárov que el presidente ruso acaba de emitir demuestra lo que el ajedrez significa para él: una de las cosas más serias que existen.
¿Hay ... quien duda todavía que la Guerra Fría la ganó en 1972 Bobby Fisher en sus partidas contra Spassky en Reikiavik? Entonces el actual presidente ruso era veinteañero y estaba siendo reclutado en Leningrado por el KGB. Debió vivir con enorme frustración la derrota del equipo ruso plagado de espías, igual que lo estaba el de la CIA.
Acusa al exajedrecista, opositor al régimen de Putin, de apología e incitación al terrorismo a través de los medios de comunicación
Tal vez por eso ahora lanza otro jaque contra Kaspárov, uno de los pocos símbolos de resistencia, de sutileza, que quedan frente al despliegue agresivo del poder putiniano. ¿Es débil la sutileza?
En su libro de poemas 'La partida', Juan Manuel Rozas plantea un juego real contra la muerte donde esas habilidades brillan como carbuncos: «Somos aguamanil en el banquete/ gesto en el brindis, sombra en la caricia,/ huella en la cacería de los sueños/ cesura en el paisaje de los versos».
El poeta extremeño desplegaba su defensa inútil en una partida cuyo final está decidido de antemano, como en 'El séptimo sello' bergmaniano. «Paso a paso peón de mi paciencia,/ el día de mi muerte seré soy», dice más adelante Rozas, con crujido de trebejo caído.
Kaspárov conoce a su adversario. No se enroca. Ni las blancas juegan y ganan, ni las negras logran tablas. Alguien puede dar una patada al tablero del mundo. Pero el ajedrez también se puede jugar a ciegas. Esa imaginación, esa comparación con quien domina las reglas y las usa para ganar, no complace a Putin.
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