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Los lunes olvidados del profesor Borges

Los lunes olvidados del profesor Borges
Artículo Completo 675 palabras
Desde abril hasta septiembre de 1966, un lunes cada quince días, aquel ciego frágil y algo encorvado tomaba el tren en Buenos Aires y viajaba cinco horas hasta la ciudad balnearia de Mar del Plata, donde alguna vez había sido feliz en compañía de su amigo Adolfo Bioy Casares. Aquellos lunes, sin embargo, tenían otro propósito: impartir un curso de literatura inglesa y norteamericana en la Universidad Católica. Casi de inmediato, comenzaron a llegarle anónimos al decano recriminándole que hubiese contratado a un profesor agnóstico; luego el propio Borges comenzó a fastidiarse por el poco tiempo de que disponía para cada clase, y un día sufrió un golpe en el metro, camino a la estación ferroviaria: el resultado de todo esto fue que abruptamente canceló el curso y no regresó nunca más. Aquellas conferencias improvisadas e interrumpidas —reconstruidas con ayuda de transcripciones de viejos alumnos—, vienen ahora en forma de un libro inesperado y delicioso que publica editorial Sudamericana. La voz de Borges —su tranquila erudición, su lucidez irónica— regresa entonces desde el pasado con sus particulares entonaciones para hablar de Chaucer, Shakespeare , Swift, Johnson, Dickens, Stevenson, Kipling, y muchos más. A todos abraza con pareja admiración, pero parece dedicar un afecto especial al creador del padre Brown, de quien dice que «era tan corpulento que una vez en un ómnibus les ofreció su asiento a tres damas».La voz de Borges —su tranquila erudición, su lucidez irónica— regresa desde el pasado con sus particulares entonaciones G. K. Chesterton era un periodista famoso, pero era también un firme «partidario del alcohol»: las camareras de los bares de Londres lo recordaban sentado solo y riéndose a carcajadas de las bromas que allí escribía. Una de las muchas novedades de Chesterton —asevera el autor de 'El Aleph'— es que hasta entonces se había usado el ingenio y el humor paradójico contra la fe; en cambio, él los utilizaba a favor de ella. «Ha tenido la desgracia —desde luego es una gran felicidad para sus lectores y para mí— de haber escrito narraciones policiales. Entonces la gente suele verlo de dos modos que lo mutilan. Se lo ve como un apologista de la fe católica —se lo reduce a esto— o si no como un autor policial, y nadie parece haberse dado cuenta de que Chesterton fue estas dos cosas —ambas las hizo de un modo excelente—, pero fue también mucho más: fue un admirable poeta ». Borges recita de memoria versos de 'La balada del caballo blanco', que refiere a las guerras del rey sajón de Wessex. Alguna vez dijo que el autor de 'El hombre que fue jueves' tuvo la mala suerte de triunfar en el género del enigma, porque de otra manera se lo consideraría hoy en día como uno de los más grandes escritores universales, y reseña allí su amistad con George Bernard Shaw. Los dos tenían polémicas públicas: «Shaw le previno una vez que no hiciera ninguna alusión a su obesidad, porque cuando Chesterton no sabía qué contestar, hacía una broma sobre su gordura y se salvaba. De modo que Shaw se lo prohibió formalmente». En los lunes olvidados de Mar del Plata, Borges parecía compartir mágicamente tiempo y espacio con aquellos escritores. En el paraíso de Chesterton, que es un bar de Londres, seguramente hay hoy una silla para aquel minucioso camarada del sur, aquel profesor ciego que todo lo veía.

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Desde abril hasta septiembre de 1966, un lunes cada quince días, aquel ciego frágil y algo encorvado tomaba el tren en Buenos Aires y viajaba cinco horas hasta la ciudad balnearia de Mar del Plata, donde alguna vez había sido feliz en compañía de su ... amigo Adolfo Bioy Casares. Aquellos lunes, sin embargo, tenían otro propósito: impartir un curso de literatura inglesa y norteamericana en la Universidad Católica.

Casi de inmediato, comenzaron a llegarle anónimos al decano recriminándole que hubiese contratado a un profesor agnóstico; luego el propio Borges comenzó a fastidiarse por el poco tiempo de que disponía para cada clase, y un día sufrió un golpe en el metro, camino a la estación ferroviaria: el resultado de todo esto fue que abruptamente canceló el curso y no regresó nunca más.

Aquellas conferencias improvisadas e interrumpidas —reconstruidas con ayuda de transcripciones de viejos alumnos—, vienen ahora en forma de un libro inesperado y delicioso que publica editorial Sudamericana.

La voz de Borges —su tranquila erudición, su lucidez irónica— regresa entonces desde el pasado con sus particulares entonaciones para hablar de Chaucer, Shakespeare, Swift, Johnson, Dickens, Stevenson, Kipling, y muchos más. A todos abraza con pareja admiración, pero parece dedicar un afecto especial al creador del padre Brown, de quien dice que «era tan corpulento que una vez en un ómnibus les ofreció su asiento a tres damas».

La voz de Borges —su tranquila erudición, su lucidez irónica— regresa desde el pasado con sus particulares entonaciones

G. K. Chesterton era un periodista famoso, pero era también un firme «partidario del alcohol»: las camareras de los bares de Londres lo recordaban sentado solo y riéndose a carcajadas de las bromas que allí escribía. Una de las muchas novedades de Chesterton —asevera el autor de 'El Aleph'— es que hasta entonces se había usado el ingenio y el humor paradójico contra la fe; en cambio, él los utilizaba a favor de ella.

«Ha tenido la desgracia —desde luego es una gran felicidad para sus lectores y para mí— de haber escrito narraciones policiales. Entonces la gente suele verlo de dos modos que lo mutilan. Se lo ve como un apologista de la fe católica —se lo reduce a esto— o si no como un autor policial, y nadie parece haberse dado cuenta de que Chesterton fue estas dos cosas —ambas las hizo de un modo excelente—, pero fue también mucho más: fue un admirable poeta».

Borges recita de memoria versos de 'La balada del caballo blanco', que refiere a las guerras del rey sajón de Wessex. Alguna vez dijo que el autor de 'El hombre que fue jueves' tuvo la mala suerte de triunfar en el género del enigma, porque de otra manera se lo consideraría hoy en día como uno de los más grandes escritores universales, y reseña allí su amistad con George Bernard Shaw.

Los dos tenían polémicas públicas: «Shaw le previno una vez que no hiciera ninguna alusión a su obesidad, porque cuando Chesterton no sabía qué contestar, hacía una broma sobre su gordura y se salvaba. De modo que Shaw se lo prohibió formalmente».

En los lunes olvidados de Mar del Plata, Borges parecía compartir mágicamente tiempo y espacio con aquellos escritores. En el paraíso de Chesterton, que es un bar de Londres, seguramente hay hoy una silla para aquel minucioso camarada del sur, aquel profesor ciego que todo lo veía.

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Fuente original: Leer en ABC - Cultura
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