- SAM FLEMING, BEN HALL Y HENRY FOY
El esfuerzo de décadas para derribar las barreras internas al comercio se ha estancado, haciendo que la economía de la UE 'se esté quedando atrás'.
La economía europea se sentía infravalorada y asediada. Su sector tecnológico avanzado se había quedado atrás, mientras que las potencias manufactureras de EEUU y Asia vivían un auge. Para las empresas, incluso mover los productos más sencillos dentro de Europa parecía suponer un tormento burocrático.
"¿Es demasiado optimista anunciar la decisión de eliminar todas las fronteras dentro de Europa e implementarla?", preguntó uno de los líderes europeos. "Quienes no tienen nada que proponer son pronto olvidados o despreciados. Quienes no tienen los medios para alcanzar sus ambiciones se ven rápidamente reducidos a quedarse atrás".
El político era Jacques Delors, en el año 1985. De su Comisión Europea surgió una visión: el mercado único, la mayor economía transfronteriza integrada del mundo que llegó a incluir a 450 millones de consumidores.
Sin embargo, 40 años después, ese proyecto no ha logrado cumplir las ambiciones de Delors, Margaret Thatcher y la generación que impulsó el cambio. Si bien muchas barreras internas a los bienes se eliminaron en 1992, siguen existiendo, aparentemente inamovibles, para los servicios, el capital y parte de la mano de obra. Como advirtió Delors, la economía europea se está "quedando atrás".
Las obstrucciones al comercio dentro de la UE equivalen a un arancel del 100% para los servicios y del 65% para los bienes, según el Banco Central Europeo. La maraña de normas proteccionistas es tal que incluso la fabricación de pan se ve obstaculizada: en unos 25 años, sólo un panadero francés ha sido reconocido por Alemania como maestro con permiso para dirigir una panadería.
El gran proyecto del mercado único aún existe como un tótem político para la UE. Pero su energía e impulso se estancaron hace mucho tiempo. Uno de los proyectos mundiales de liberalización más exitosos de finales del siglo XX se ha apagado, provocando el declive secular de la economía de Europa en el siglo XXI.
En la novela policiaca de la Bruselas moderna, la pregunta es: ¿quién mató el sueño del mercado único?
"Contamos con una enorme reserva de crecimiento en un momento en que es necesaria para la transición verde, la digitalización, la defensa y el envejecimiento de la población", afirma Pascal Lamy, excomisario de Comercio de la UE y exjefe de gabinete de Delors. "Queda mucho por hacer. Claramente, hemos sido demasiado lentos".
Las advertencias son cada vez más fuertes. Christine Lagarde, presidenta del BCE, instó el mes pasado a los líderes europeos a remediar "años de inacción" y rediseñar una economía "orientada hacia un mundo que está desapareciendo gradualmente".
El año pasado, su predecesor, Mario Draghi, intentó empujar a la UE a la acción con un informe mordaz sobre la fragmentación en Europa que estaba teniendo un "efecto cascada sobre nuestra competitividad". Las empresas de alto crecimiento se vieron obligadas a emigrar, las oportunidades de inversión se redujeron y el desarrollo de los mercados de capitales europeos se vio dificultado.
Los líderes europeos se han comprometido debidamente a impulsar reformas para abordar la brecha de productividad que se ha abierto con EEUU. La Comisión de la presidenta Ursula von der Leyen publicó una estrategia para el mercado único este verano y ha prometido una "hoja de ruta" para finales de año para revitalizar el proyecto.
Sin embargo, incluso esa hoja de ruta está sumida en disputas internas dentro de la Comisión y entre las capitales nacionales, según señalan funcionarios involucrados en el proceso en Bruselas, atascada por los mismos intereses nacionales, líneas rojas políticas y falta de dinamismo que han obstaculizado un progreso sustancial durante décadas. Un alto funcionario advirtió sobre la "parálisis por el análisis".
Los intereses creados, el creciente euroescepticismo y otras crisis que acaparan la atención de los responsables políticos han obstaculizado una mayor liberalización en el pasado y es probable que lo hagan en el futuro. Mientras tanto, las nuevas normas nacionales sobre productos y servicios han arruinado parte de los avances anteriores. La aplicación centralizada de las normas comunes, esencial para cualquier impulso reformista, ha desaparecido.
Sobre todo, la UE ha tenido dificultades para mantener el mismo sentido de propósito que marcó el inicio del mercado único a mediados de la década de 1980, en gran medida gracias a Delors, quien asumió la presidencia de la Comisión a principios de 1985.
Los Estados miembros deseaban revitalizar sus economías estancadas, y el francés se dio cuenta de que la forma más consensuada de relanzar el proyecto europeo era eliminando las barreras internas al comercio.
El progreso fue rápido. Seis meses después de asumir el cargo, Delors contaba con un plan de acción detallado elaborado por el comisario británico Arthur Cockfield y que contaba con el visto bueno de las capitales nacionales, a pesar de las objeciones británicas a la ampliación del voto por mayoría como forma de agilizar la legislación. Todo el proyecto se consagró en ley un año después con una fecha límite: "Objetivo 1992".
Delors fue el impulsor, afirma Lamy, su entonces jefe de gabinete. "Había una verdadera autoridad para impulsar algo que, para los estándares de la época, era extremadamente ambicioso".
La Comisión nunca ha vuelto a igualar la autoridad y la tenacidad de Delors, añade Lamy.
En realidad, el mercado único sólo se aplicó a los bienes, cuando los servicios incluso entonces, y más ahora, representaban una proporción mayor de la economía. La liberalización e integración de los mercados de telecomunicaciones y energía se consideró una vulneración de la soberanía nacional, por lo que se aplazó hasta una fecha posterior, que tardó en concretarse.
¿Qué falló? Lamy culpa a su colega comisario Frits Bolkestein, un neerlandés de carácter franco, de retrasar la integración con un intento políticamente torpe de liberalizar los servicios.
El borrador original de la directiva de Bolkestein habría permitido a las empresas ofrecer servicios en otro Estado miembro según las normas de su Estado de origen. Esto provocó una feroz reacción en varios países, donde los críticos evocaron el fantasma del "fontanero polaco" inmigrante que rebajaría los salarios de los locales. En 2006 se aprobó una versión muy suavizada. Desde entonces, se han hecho pocos progresos.
"Las cuestiones políticas al respecto no se gestionaron adecuadamente, dada la sensibilidad existente en muchos Estados miembros", explica Lamy. "Básicamente, salió mal, y dejó una cicatriz en ese aspecto cuya solución requiere mucho tiempo".
Mario Monti, comisario de Mercado Interior entre 1995 y 1999, señala que el impulso del proyecto se ha disipado debido al creciente "nacionalismo económico" en los Estados miembros y a la pérdida de confianza en los mercados, especialmente tras la crisis financiera.
Monti también afirma que "el abrumador apoyo inicial de la comunidad empresarial se desvaneció un poco" a medida que las empresas adoptaron una perspectiva más global y centraron su atención en la unión monetaria.
El economista italiano escribió un informe en 2010 para la Comisión sobre cómo relanzar el mercado único. Sin embargo, afirma que la respuesta a su informe y a los posteriores equivale a un "triángulo de hipocresía".
Las empresas y los gobiernos nacionales afirman que la UE debe despertar, insinuando que Bruselas es la culpable cuando "sabemos que, en realidad, la mayoría de los obstáculos existen porque los gobiernos nacionales quieren que sigan ahí". Bruselas, explica Monti, se siente intimidada por el juego de acusaciones y se muestra "aún más reticente" a aplicar las reglas del mercado.
Mientras tanto, las empresas que apoyan colectivamente la idea de una mayor integración del mercado al mismo tiempo "presionan a sus respectivos gobiernos para que las protejan de los vientos del mercado abierto". Las recientes medidas de Alemania e Italia para frustrar la consolidación del sector bancario son buenos ejemplos, señala Monti.
Como la mayor economía y el miembro más poderoso de la UE, Alemania tiene una responsabilidad especial en este estancamiento.
"Históricamente, Alemania ha carecido de una ventaja comparativa en los servicios y se ha resistido a la integración por temor a la competencia de países más fuertes en este ámbito", explica Sander Tordoir, economista jefe del Centre for European Reform. "A largo plazo, Alemania también se beneficiaría de unos mercados de capitales y servicios más profundos, pero a corto plazo, la integración implica mayor competencia y disrupción".
El débil impulso del mercado interior se refleja visiblemente en los datos económicos. El PIB per cápita se mantiene en tan solo el 72% del nivel estadounidense, según el FMI.
No faltan las evidencias de los beneficios económicos de una mayor integración.
Un estudio del FMI publicado el mes pasado muestra que los grandes centros económicos del continente no están alcanzando su potencial debido a las barreras comerciales. La reducción de estos impedimentos, junto con reformas internas que eliminen las normas fiscales y del mercado laboral que no favorecen el crecimiento y no fomentan la formación, podría aumentar la producción por trabajador de la UE más de un 20%, según estima.
"Si observamos a las empresas europeas, vemos que crecen en cada uno de sus 27 mercados y que la naturaleza transfronteriza de sus operaciones se ve obstaculizada por estas barreras comerciales intraeuropeas", afirma Alfred Kammer, director del Departamento Europeo del FMI. "En segundo lugar, lo que le falta a Europa es un mercado de capitales profundo; simplemente no existe".
El FMI indica que los costes para los trabajadores de migrar entre países de la UE son aproximadamente ocho veces mayores que los de migrar entre estados de EEUU, lo que refleja factores como las dificultades para transferir pensiones entre fronteras y cumplir con los requisitos de licencias profesionales.
Matthias Bauer, director del think-tank European Centre for International Political Economy, afirma que la UE aún carece de las normas comunes necesarias para consolidar adecuadamente el mercado único.
"La UE podría incluso haber empeorado las cosas [añadiendo] nuevas capas de regulación comunitaria a los muy complejos y crecientes regímenes nacionales que rigen todo, desde la protección del consumidor hasta la legislación laboral y la fiscalidad", advierte.
Los líderes empresariales se quejan de la sobrecarga regulatoria en algunos sectores. "Siempre hay buenas intenciones en el desarrollo normativo", explica Jesper Brodin, ex consejero delegado de Ingka, empresa que gestiona la mayoría de las tiendas Ikea. "Pero al final es como un seto: crece y crece, hasta que sólo queda recortarlo".
El auge de la inversión tecnológica que se está produciendo actualmente en EEUU eclipsa cualquier cosa que se esté haciendo en Europa. La inversión de los gigantes tecnológicos conocidos como los Siete Magníficos en EEUU representa más de la mitad del gasto total de la UE en I+D, según un análisis de McKinsey.
Existen numerosas razones, pero una de ellas es la falta de suficiente capital de riesgo para que las nuevas empresas de alta tecnología escalen en Europa,y la continua proliferación de barreras que hacen más fácil crecer al otro lado del Atlántico.
"Tenemos mucho potencial, pero tenemos que liberarlo", afirmó von der Leyen el mes pasado. "Sin embargo, esto requiere un sentido compartido de urgencia y la participación activa de todos".
Sin embargo, los gobiernos nacionales afirman que siguen sin apreciarse la urgencia o el riesgo económico necesarios para forzar compromisos, y los responsables políticos se conforman con pequeños ajustes en las regulaciones de la UE en nombre de la simplificación.
"Parece que cada reunión, cada discurso, cada entrevista termina diciendo: 'Y, por supuesto, una prioridad clave es mejorar la competitividad y arreglar el mercado único' o algo por el estilo", explica el embajador de un Estado miembro de la UE. "Afirmamos que no es una ocurrencia de último momento, pero, con todos los demás problemas que existen, a menudo lo es".
Una solución es proceder en grupos más pequeños de miembros de la UE, una idea defendida por Carlos Cuerpo, ministro de Economía de España. Cuerpo está impulsando una "coalición de los dispuestos" para acelerar la integración. Esto animaría a los países a avanzar por "temor a perder la oportunidad", afirma.
"Estos enfoques ascendentes pueden servir como catalizador. Es difícil pasar de 27 mercados fragmentados a uno único de un tirón, pero podemos trabajar paso a paso y esperamos que esto ayude".
Una idea más radical propuesta por los académicos Luis Garicano, Bengt Holmström y Nicolas Petit en un nuevo documento sería que la UE centrara todos sus esfuerzos en su "mandato fundamental de integración económica", utilizando sus plenas competencias legales "federales".
Esto implicaría lograr unos mercados abiertos mediante la normativa de la UE, que no permite variaciones nacionales, eliminar las competencias regulatorias nacionales en áreas de competencia "exclusiva" de la UE y establecer tribunales comerciales de la UE para garantizar el reconocimiento mutuo de las normas nacionales.
"La UE no necesita un nuevo tratado ni nuevas competencias", escriben. "Sólo necesita un enfoque único en un objetivo: la prosperidad económica".
© The Financial Times Limited [2025]. Todos los derechos reservados. FT y Financial Times son marcas registradas de Financial Times Limited. Queda prohibida la redistribución, copia o modificación. EXPANSIÓN es el único responsable de esta traducción y Financial Times Limited no se hace responsable de la exactitud de la misma.
La UE endurecerá la normativa sobre inversiones para hacer frente a ChinaEl negociador comercial de Trump critica a la UE por su retraso en la reducción de los aranceles y la normativaLa UE creará una nueva unidad de inteligencia bajo la presidencia de Ursula von der Leyen Comentar ÚLTIMA HORA