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Europa, en guerra y paz con los jóvenes

Europa, en guerra y paz con los jóvenes
Artículo Completo 1,028 palabras
El renacimiento del servicio militar obligatorio, aunque sea bajo formas indirectas o encubiertas, no afecta por igual a todos

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Higinia Garay

Jesús G. Maestro

Domingo, 28 de diciembre 2025, 00:03

... a sus jóvenes en los ideales de la paz perpetua, mientras los mercados culturales y la industria del ocio se encargaban de servirles, con obediencia y abundancia, un repertorio inagotable de videojuegos bélicos, saturados de disparos y masacres de una violencia casi pornográfica.

El renacimiento del servicio militar obligatorio, aunque sea bajo formas indirectas o encubiertas, no afecta por igual a todos. Para los hombres con vocación militar es una oportunidad; para los hombres sin vocación militar es una condena. La mayor parte de los países europeos no exigen a las mujeres la misma implicación que a los hombres respecto al reclutamiento: para ellos es obligatorio y para ellas, optativo. Más de un varón acudirá a un juzgado para declararse mujer a fin de evitar la llamada al frente de guerra.

El debate se complica cuando entran en juego variables socioeconómicas. Las opiniones que circulan sobre la restauración europea del servicio militar obligatorio suelen mezclar datos salariales descontextualizados, comparaciones entre países de tradición y costumbres muy diferentes o afirmaciones tajantes sobre el doble sueldo en el extranjero, sin mencionar el doble de impuestos ni la imposibilidad material de alquilar un apartamento en Bruselas, Madrid o Berlín. En estas discusiones siempre aparece una balanza de sentimientos enfrentados: «a mí me parece bien», «a mí me parece mal». Pero los sentimientos, por muy respetables que sean, nunca sustituyen a los hechos y sus consecuencias.

La distancia entre la educación pacifista y la movilización militar obligatoria no es nueva. A finales del siglo pasado ya se percibía esta disonancia. Recuerden una canción de Roberto Carlos titulada 'El gato que está triste y azul', donde el protagonista confesaba: «Cuando era un chiquillo, qué alegría / jugando a la guerra noche y día». En la versión de Tamara, de 2004, la letra se ha sustituido pudorosamente por una versión femenina y pacifista: «Cuando era una niña / qué alegría / jugando en la calle / todo el día».

El mercado cultural ha limpiado la letra, como si quisiera borrar la violencia simbólica, mientras vende violencia real en forma de espectáculo a través de videojuegos, cine y otros medios.

Quienes crecimos entre debates sobre juguetes bélicos –¿eran nocivos?, ¿había que prohibirlos?– fuimos educados en los ideales kantianos de la paz como horizonte civilizatorio. Mientras tanto, ayer como hoy, consumíamos películas donde la violencia era argumento, estética y entretenimiento. Los muertos cinematográficos no generaban duelo; generaban taquilla. Esta contradicción se mantiene intacta: cuando las guerras son ficticias se celebran; cuando son reales, se condenan. Aparentemente, porque resulta que en este contexto Europa llama a filas a sus jóvenes y se prepara para una economía de guerra. Cualquiera que haya leído '1984' de Orwell sabe que este tema se aborda en el capítulo 9 de su novela, bajo el imperativo lema de que «la guerra es la paz».

La sociedad europea tiene ahora los cables cruzados. Las generaciones que hoy deben plantearse su ingreso en el ejército son las mismas que fueron instruidas en la condena moral de la guerra. Esto genera posiciones antagónicas: para algunos, el servicio militar es una oportunidad económica; para otros, una sentencia con riesgo vital incorporado. La aceptación, voluntaria o inducida, siempre será relativa.

En España, la memoria colectiva conserva un rechazo profundo al servicio militar obligatorio. Yo lo viví con claridad en Oviedo, hacia 1990. Atravesaba la Plaza de la Escandalera camino del periódico en el que colaboraba cuando se produjo una visita del entonces ministro de Defensa, Narcís Serra. Las calles estaban saturadas de policías y de manifestantes que gritaban, con una furia difícil de imaginar hoy: «Narcís Serra, vete tú a la guerra». La primera guerra de Irak había encendido un temor generalizado: que España reinstaurara el reclutamiento forzoso. En aquel clima, la objeción de conciencia era un movimiento social de dimensiones mayoritarias. Y el fallecimiento de un recluta –por accidente o negligencia– apenas ocupaba unas líneas en los periódicos. Aquellas muertes ocurrían con demasiada frecuencia, pero no se difundían demasiado en los medios de comunicación.

A diferencia de hoy, no había movimientos organizados que denunciaran estas muertes. Se aceptaban como «daños colaterales» de una institución para algunos «impopular». El rechazo generacional era absoluto. Y, sin embargo, tres décadas después, asistimos a una transformación radical: la realidad ha cambiado, y con ella cambian las ideologías, la publicidad y el discurso del poder.

La realidad impone sus reglas y obliga a reescribir las interpretaciones y la historia. La guerra se ha convertido de nuevo en un escenario cotidiano y demasiado cercano, aunque disfrazado de protocolos, misiones internacionales y eufemismos diplomáticos.

Mientras tanto, miles de jóvenes europeos descubren que la paz perpetua no pasa de ser un ideal filosófico promovido por una Ilustración totalmente en ruinas, y que la historia –con su crudeza habitual– les exige tomar decisiones de las que sus educadores nunca les hablaron. Algunos verán en ello una oportunidad; otros, un destino intolerable. Pero todos habrán de aceptar que la realidad cambia siempre antes que las ideologías, y que estas no podrán evitar, por más que lo pretendan, el retorno de la violencia organizada. Las ideologías son muy fuertes, pero hay algo aún más poderoso que todas ellas: el dinero.

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Fuente original: Leer en Diario Sur - Ultima hora
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