- FRANCISCO CABRILLO
Los medios de comunicación se han hecho eco recientemente de las quejas que han surgido en determinados ámbitos universitarios en relación con la financiación de la enseñanza pública superior en España.
Se ha puesto énfasis, seguramente por razones políticas, en la Comunidad de Madrid. Pero la insatisfacción es general en todo el país, ya que se alega que, con los medios de los que hoy disponen, nuestras universidades públicas no pueden ofrecer una enseñanza ni una investigación de calidad.
Ahora bien, ¿hasta qué punto tienen razón quienes así argumentan y exigen más dinero de los contribuyentes para las universidades? ¿Es esta la solución que realmente requieren unos problemas de mucho mayor calado? Creo que conozco bien la universidad pública española, a la que he dedicado casi toda mi vida profesional y de la que he sido catedrático durante más de cuarenta años. Y nadie podrá acusarme de no haber hecho todo lo posible por elevar el nivel académico y el prestigio internacional de mi universidad. Pero creo que no pocos colegas se equivocan en la forma en la que están enfocando hoy el tema.
Aunque la Complutense haya sido mi casa durante casi toda mi vida, he tenido la fortuna de poder conocer desde dentro algunas de las mejores universidades del mundo. Y creo que lo que deberíamos hacer no es tanto pedir más dinero para seguir más o menos igual como ser algo más autocríticos y reflexionar sobre cómo podríamos mejorar las cosas; y tratar de aprender de lo que se hace en las universidades situadas en la élite mundial, a las que nos gustaría parecernos. Muchas páginas se podrían escribir sobre estos temas. Pero voy a referirme ahora a la financiación, que es la cuestión que parece que hoy centra los debates.
Y voy a partir de una idea básica: ¿qué es lo que caracteriza la financiación de las universidades de élite en el mundo actual? Tienen más dinero que nosotros, sin duda. Pero lo importante es ver cómo lo consiguen, más allá de las subvenciones públicas. Y son, al menos, dos los aspectos en que deberíamos fijarnos. El primero son las tasas que pagan sus estudiantes, significativamente más altas que las que pagan los universitarios españoles. No tiene sentido mantener unas tasas tan bajas como las vigentes hoy en España, que, en la mayor parte de los casos, no permiten financiar más del 20% de los costes de los centros. Se dirá que el sector público debe ayudar a todo aquel alumno con capacidad para el estudio que no tenga medios económicos. Y es cierto. Pero la forma de hacerlo no es establecer unas tasas tan bajas, que en muchos casos, son regresivas en términos de distribución de la renta, ya que subvencionan a estudiantes cuyas familias podrían pagar cifras bastante mayores. La fórmula más adecuada para ayudar a quienes realmente lo necesiten no son tasas bajas, sino un buen programa de becas y préstamos.
El segundo aspecto relevante es la cooperación del mundo empresarial. En este punto, el panorama que nos ofrece la universidad pública española es bastante deprimente. La presencia de las empresas y los mecenas es fundamental en las mejores universidades del mundo. Aquí no. Y cabe preguntarse: ¿por qué no puede haber en España una escuela de administración de empresas que se llame, por ejemplo, Said Business School, como tiene Oxford? O un magnífico edificio para nuestra Facultad de Derecho como el Wasserstein Hall de la prestigiosa Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard? ¿Por qué no podemos encontrar personas como Wafic Said o Bruce Wasserstein que contribuyan a financiar y a elevar el nivel de nuestras universidades? La ceguera de muchos universitarios españoles ante las ventajas de la integración de empresas y personas destacadas en nuestros centros es sorprendente para cualquier profesor que haya pasado algún tiempo en estas universidades de primer nivel. He mencionado Oxford y Harvard por mis experiencias personales en ellas; pero el número de ejemplos similares que podríamos encontrar sería muy elevado. Y, más llamativo aún: cuando una comunidad autónoma -la de Madrid en este caso- parece que quiere abrir la puerta a este tipo de colaboraciones, parte de la comunidad universitaria no sólo no valora la idea positivamente -como debería hacer- sino que ataca a la comunidad, acusándola de "privatizar" la universidad pública y venderla a intereses privados. Patético.
Excelencia internacional
Como alguien que ha dedicado su vida a la universidad pública española, lamento comprobar que ésta no haya conseguido dar el salto a la excelencia internacional que tanto me gustaría ver. Pero creo que nos equivocaríamos si considerásemos que nuestro principal problema es la falta de financiación pública. Hay muchas otras cuestiones de organización y exigencia de nivel académico, que son más importantes. Y lo que no deberíamos hacer, desde luego, en la actual situación es echar la culpa de nuestros problemas a la universidad privada. Pensar que la universidad privada es enemiga de la pública y afirmar, como se ha hecho recientemente, que el objetivo del gobierno de la Comunidad de Madrid es destruir ésta para favorecer a aquélla es un disparate. La universidad privada está compitiendo, con éxito en muchos casos, con la pública no porque reciba ayudas del Estado, sino porque ofrece un producto que es bien valorado por los alumnos y sus familias. Y los principales beneficiarios de esta competencia, como siempre que se incrementa la competencia en un sector, son los usuarios; en este caso, los estudiantes españoles. Nuestra universidad pública no debería intentar mantener su actual estatus -poco brillante a menudo- reclamando mayores subvenciones a los contribuyentes. Habría que reformar el sistema de financiación en la línea antes apuntada. Si no lo hacemos, si insistimos en mantener centros cuasi gratuitos al margen del mundo de la empresa y de la economía real, tendremos, seguramente, universidades muy "públicas" y muy "sociales"; pero de segunda o tercera división.
Francisco Cabrillo | Catedrático emérito de Economía en la Universidad Complutense. Fundación Civismo.
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