La conexión entre Daytona, el tiempo y la tecnología tiene raíces profundas. Entre 1904 y 1935, la playa de Daytona fue escenario de 14 récords mundiales de velocidad en tierra, en una era en la que medir décimas de segundo podía definir un hito histórico. En 1933, el piloto británico Sir Malcolm Campbell alcanzó 272 millas (438 km) por hora en Daytona Beach y reportó que el reloj Rolex Oyster que llevaba “seguía funcionando de manera espléndida, a pesar del trato rudo recibido”. Dos años después, rompería la barrera de las 300 millas (483 km) por hora en Bonneville, reforzando el vínculo entre el cronometraje de precisión y el automovilismo extremo.
Ese vínculo evolucionó del cronómetro mecánico al análisis de datos con la apertura del Daytona International Speedway en 1959 y, más tarde, con la consolidación de la Rolex 24 at Daytona, que desde 1992 forma parte central del calendario del campeonato IMSA. Hoy, sensores, algoritmos y plataformas predictivas siguen teniendo al tiempo —medido, anticipado y optimizado— como variable central. En Daytona, ganar nunca ha sido solo cruzar primero la meta, sino dominar el reloj durante 24 horas.