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Los últimos escándalos del sanchismo afectan a cuestiones muy sensibles para su electorado.
Tezanos se personó ayer en el Senado para reivindicar la fiabilidad de las encuestas de su CIS, en las que ya sólo creen los presentadores de RTVE, pues en Moncloa andan en shock ante la combinación adversa de sucesos que laminan su base electoral en cada nuevo sondeo. Y es que los últimos escándalos del sanchismo entroncan con cuestiones muy delicadas para los votantes socialistas, sobre todo habitantes de la España rural y mujeres.
Primero, las cosas de comer. Que en Extremadura es Almaraz, y también la tercermundista conexión ferroviaria con el resto de la Península, aunque eso es igualmente achacable a los gobiernos anteriores. Pero ninguno había ido tan lejos al negarle el pan y la sal a una región completa. La ceguera ideológica de Sánchez y sus ecovicepresidentas (Ribera primero, Aagesen después) con el cierre de la central nuclear de Almaraz (que supone el 5% del PIB de Extremadura) dispara las opciones del PSOE de sufrir una derrota épica en los comicios del 21 de diciembre. Conviene recordar que los socialistas fueron la lista más votada en 2023, aunque sólo por 7.000 papeletas, y empataron a escaños con los populares. Extremadura fue siempre el verdadero bastión socialista, antes que Andalucía. Únicamente Monago consiguió en 2011 rebasar al PSOE, entonces encabezado por Fernández Vara. Pero el cesarismo sanchista y sus terminales borreguiles transforman en tierra quemada todo el campo electoral por el que extienden sus corruptelas, enchufismos y comportamientos deleznables. Los intentos del procesado Gallardo por sostener contra toda evidencia que Sánchez en realidad nunca pretendió cerrar Almaraz son tan patéticos como infructuosos.
Segundo, la espina dorsal de la izquierda posmoderna: el 'fakefeminismo'. A nadie sorprende a estas alturas que las promesas en favor de la igualdad del PSOE resulten un cascarón vacío, mitad artefacto de distracción masiva, mitad agencia de colocación de los cuerpos intermedios del partido. Pero para el grueso de los votantes socialistas, mujeres en su mayoría, es desolador que quienes se proclamaban feministas de primera hora hicieran en su ambiente laboral lo mismo que denunciaban en público. La teoría de las ovejas negras ("decepciones" en el lenguaje de la portavoz del Ejecutivo, que no tuvo reparos en reunirse con Salazar pese a las denuncias por agresión de sus colaboradoras) ya no se sostiene. Hay sobradas evidencias de que Ferraz trató de ocultar y de parar las denuncias contra "los intocables", aquellos que abusaban de su estatus privilegiado por su cercanía al incontestable líder sanchista. A diferencia de lo que ocurre con la corrupción, que realmente nunca ha sido un factor determinante para desbancar a un presidente en España, la caída del caballo de las feministas con Sánchez sí puede dar la puntilla a un político cuya aureola de integridad y resiliencia se desmorona por momentos.
El embrujo del sanchismo comenzó a disiparse cuando los aliados internacionales de Mr. Handsome vieron su verdadero rostro, muy distinto al del márketing de Moncloa. Sus pactos con separatistas, filoetarras y comunistas a nivel doméstico tienen correspondencia con los lazos que le unen a los autócratas de distinto pelaje como Nicolás Maduro, lo que le inhabilita como autoproclamado líder de la progresía global. Su falta de apoyo público a la líder de la oposición democrática venezolana y premio Nobel de la Paz, María Corina Machado, es la prueba de nuevo de algo que ni Tezanos con toda su artillería demoscópica puede maquillar: la clamorosa falta de ética personal y profesional que marca la trayectoria política de Sánchez.
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